jueves, 21 de marzo de 2013

Borges a la basura, o cómo echar a perder un inmenso acervo cultural


Por Maximiliano Tomas | Para LA NACION

 

Daniel Mordzinski es un fotógrafo argentino nacido en 1960, radicado en París desde hace tres décadas, y está pasando el peor momento de su vida profesional. Como años atrás Sara Facio o Alejandra López, Mordzinski, corresponsal del diario El País en Francia, es el último representante de una especie de fotógrafos muy particular: la que se dedica a retratar escritores y artistas. Tal vez recuerden algunas de sus imágenes, como la de Ernesto Sabato, que estuvo expuesta durante meses sobre la Avenida 9 de Julio, o algunas de las que formaron parte de una gran muestra a mediados de 2011 en el Centro Cultural Recoleta. Mordzinski debutó con una célebre foto de Jorge Luis Borges, iluminado apenas por un foco indirecto, mirando con ojos ciegos la oscuridad. También fue el único testigo con cámara, en diciembre del 2004, del funeral parisino de la escritora Susan Sontag. Y solo él estuvo autorizado a cubrir la intimidad previa a la entrega del Premio Nobel de Literatura al peruano Mario Vargas Llosa. Pero Mordzinski, un fotógrafo de una generosidad proverbial, no solo se dedica a retratar celebridades, sino que se interesa también por los escritores jóvenes e incluso hasta desconocidos, y se caracteriza por intentar que sus fotografiados adopten poses no convencionales. Hace poco persiguió durante días al novelista Diego Sasturain para poder obtener una toma, y se cuenta que es el único que consiguió hacer posar al escritor argentino detrás del seudónimo J.P. Zooey, al que nadie le conoce la cara. Y seguro es quien consiguió la mejor foto que alguien pueda sacarle al esquivo César Aira: sentado dentro de una bañera, leyendo. La mayor parte de estos trabajos, unos 50 mil negativos recopilados entre 1978 y 2006, fueron tirados a la basura (hay quienes aseguran que fueron incinerados) por personal del diario Le Monde, durante una limpieza.

Es el último representante de una especie de fotógrafos muy particular: la que se dedica a retratar escritores y artistas
Todo sucedió hace unos quince días, pero el hecho recién se difundió a principios de esta semana. Mordzinski guardaba su material de trabajo en un mueble archivador, dentro de una oficina prestada en el séptimo piso del edificio del periódico francés. El 7 de marzo, un corresponsal de El País, Miguel Mora, llegó al lugar y lo encontró vacío. Cuando fue a preguntar por sus cosas, le dijeron que habían tenido que desalojar el espacio. Después de buscar durante un rato, encontró el mueble que usaba Mordzinski en el sótano del edificio, completamente vacío. Todos los negativos y las copias en papel que contenía habían sido destruidas. Y lo peor es que nadie sabía bien por qué. Después de esperar durante días una respuesta, o al menos un pedido de disculpas, el fotógrafo difundió la noticia en su página personal, donde escribió: "Más allá de la injusticia y del absurdo, me encuentro con la gran paradoja de que Le Monde brinda sus mejores titulares (y estoy seguro de que con los más sinceros sentimientos) para defender la libertad de expresión en Asia, el respeto por las tradiciones cuando hay una guerra o una catástrofe en exóticos lugares como Afganistán, Bosnia o Mali, pero miles de fotografías, centenares de dossiers con la leyenda 'Cortázar', 'Israel', 'Escritores latinoamericanos', 'Semana Negra de Gijón', 'Carrefour de littératures', 'Saint Malo', 'Mercedes Sosa', 'Astor Piazzola', no les dicen nada y tiran todo a la basura sin consultar a nadie".
 
Consiguió la mejor foto que alguien pueda sacarle al esquivo César Aira. Foto: Gentileza de Daniel Mordzinski
Además de ser un gran retratista y un trabajador infatigable, todos reconocen en Mordzinski a un ser humano de una calidad excepcional, respetuoso de los autores consagrados y extremadamente gentil con los más jóvenes, a quienes suele cederles los derechos de sus fotos (él les llama, jugando con su apellido, "fotinskis") para que las utilicen en sus libros o en entrevistas. Y eso le da un carácter aún más doloroso e injusto al desastre que, a sabiendas o de manera involuntaria, cometieron los empleados de Le Monde. Consultado por mail, el fotógrafo dijo haber podido salvar apenas una pequeña parte de su trabajo: "Todo esto parece un mal sueño y solo quiero despertarme y jugar con mis negativos y hacer aparecer en el cuarto oscuro los miles de rostros de escritores que admiro otra vez, pero ni modo. Entraron a la oficina y pensaron que estaba desocupada y tiraron todo lo que había allí. Lo peor es que por falta de medios nunca pude digitalizar mis archivos y el 99 por ciento se perdió para siempre. Solo salvé los cientos de fotos que alguna vez numeré para mis libros y exposiciones. Son 27 años perdidos, desde 1978 que hice las fotos de Borges (por cierto solo guardé dos o tres) hasta 2006 que pasé a trabajar en digital. Estoy destruido con la pérdida de todas esas instantáneas de mi vida. No hubo persecución, caza de brujas ni complot, solo incompetencia. Como decía Lampedusa en El Gatopardo, sólo hay que tenerle miedo a la estupidez humana".

Encontró el mueble que usaba Mordzinski en el sótano del edificio, completamente vacío
Recién después de que la noticia circulara rápidamente por las redes sociales, el diario francés emitió un comunicado que, en lugar de mejorar las cosas, promete empeorarlas, ya que luego de enviar unas tibias disculpas al fotógrafo deslinda toda responsabilidad en el hecho, y lamenta que "tras haber decidido depositar sus archivos en la sede del diario sin advertir a nadie de Le Monde, descargue sobre el diario toda la responsabilidad del incidente, y haya puesto en marcha una campaña de denigración sistemática de forma especial en las redes sociales". Las causas del hecho pueden ser variadas (descuido, imprudencia, irresponsabilidad, negligencia, malicia), pero a esta altura poco importan, ya que al parecer los negativos se perdieron para siempre. Hay apenas dos cosas que quedan claras. Una es el desprecio que se tiene, en la mayoría de las redacciones periodísticas actuales y en épocas de la digitalización absoluta, por el material de archivo. La otra, lo poco que importan los escritores en la sociedad contemporánea: tan poco que ni siquiera parecen capaces de despertar la codicia de un par de ordenanzas franceses. 
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