Joaquín Rodríguez
En su alocución a la Grafstein Lecture del 15 de marzo del 2012, titulada “Books, libraries & the digital future“,
Robert Darnton habló de la construcción de una biblioteca digital
pública norteamericana, global y genérica, amparada bajo el sueño, ni
más ni menos, de Thomas Jefferson,
que pretendía que el acceso al conocimiento y a las ideas se diseminara
sin límites ni restricciones, como una vela que puede prender la mecha
de otra sin perder por ello su propia luz.
Un proyecto de esta envergadura, decía, que tiene como propósito
poner a disposición de todos los norteamericanos (y de todos aquellos
que posean, obviamente, una conexión a la red) el patrimonio escrito
digitalizado de su país, más allá de las propuestas y acciones de
Google o de cualesquiera otro agente que pretenda intervenir en esa
carrera, se construye sobre los siguientes cimientos: sobre la idea
fundamental de que existe un patrimonio cultural compartido del que
nadie puede ni debe apropiarse, un digital commons que debe
promoverse mediante la creación de una biblioteca pública; que no puede
dejarse en manos de los editores, de los editores científicos en
particular, la gestión del conocimiento, porque ese es un patrimonio
colectivo del que no puede privarse a nadie. Los editores no solamente
no añaden ningún valor a lo que los científicos han escrito, sino que lo
gravan, además, con suscripciones prohibitivas y limitaciones de
acceso y circulación, algo que carece por completo de sentido cuando
los creadores poseen los medios, además, de distribuir el fruto de su
trabajo. “Google book search”, dice Darnton, literalmente, “is dead”.
La Grastein Lecture del año 2013 será impartida el próximo 5 de marzo por Joshua Gans, bajo el título “Information wants to be shared”,
o la información desea y quiere ser compartida, fórmula en la que se
resume el espíritu y el sueño de cualquier biblioteca digital. Para
alcanzarlo, sin embargo, tal como argumentaba Darnton en el 2012, esta
clase de iniciativas deben ser fruto de la colaboración público-privada,
de un sistema distribuido de suma de colecciones, y su financiación es
posible si las partes planifican, presupuestan y trabajan en pos de la
construcción de un repositorio público y colectivo que asegure el acceso
igualitario, algo particularmente interesante y reseñable en nuestra
situación actual, donde los grandes proyectos de digitalización del
patrimonio escrito corren a cargo de instituciones privadas sin ánimo de
lucro.
Ayer supimos que el Standford Prize for Innovation in Research Libraries, concedido anualmente por la Universidad de Standford, fue a parar a dos instituciones europeas: la Biblioteca Nacional de Francia, por la puesta en marcha y gestión de su proyecto Gallica Library , y la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes,
la biblioteda digital hispánica más grande y ambiciosa de entre las
que podamos contar. “El premio al que optaron 24 propuestas”, dice la
nota de prensa publicada en el blog de la Biblioteca,
“distingue programas, proyectos y servicios pioneros desarrollados por
las bibliotecas de investigación de cualquier lugar del mundo. Según el jurado,
la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes ha merecido el reconocimiento
por sus contenidos de primera calidad, entre los que destacan sus
ediciones críticas integrales, utilizadas por la comunidad investigadora
mundial. La organización ha subrayado que la Cervantes aborda los retos
de las bibliotecas digitales mediante un diseño abierto y enfocado a
los usuarios, con una arquitectura orientada a ofrecer servicios y un
soporte de desarrollo en código abierto (open-source)”.
A veces los sueños, con cierto tesón y no sin dificultades, se alcanzan.
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