12/06/2013 REALIDAD
Luis Eduardo Meglioli (*)
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Sugo, que había nacido lejos de los lares natal y adoptivos de Jufré, vivió remotamente su leyenda hasta que se sentó, en los años 60 del siglo XX, a la mesa de la Fundación para dejarnos la más elocuente copia mineral de ese militar que pasó raudamente por estas tierras, no sin antes plantar la semilla de las ciudades españolas que se imponían entonces. El monumento de la plaza de Concepción no debería leerse como un panegírico a Jufré, sino como una inquietud ciudadana por un pasado que marcó para siempre el rumbo del pueblo originario de la actual San Juan de la Frontera. Naturalmente que los sanjuaninos nos reunimos cada 13 de junio (aniversario de la Fundación) para ser testigos de las coronas de laureles que las autoridades de los tres poderes del Estado y el municipio local depositan al pie de la regia estampa del fundador y su caballo. Pero sabemos que en las últimas décadas junto al amor por aquella madre patria, se dejó legítimo espacio para memorar a las madres y padres de nuestra existencia que son ni más ni menos que los citados pueblos originarios, en particular, los huarpes.
Fue en 1948, bajo la gobernación peronista de Ruperto Godoy, cuando se lanza desde San Juan el concurso nacional para la construcción de un monumento al fundador de San Juan. El maestro Sugo presenta su proyecto, compite con escultores de la talla de Lorenzo Domínguez, Luis Perlotti y otros notables artistas argentinos y obtiene el primer premio, según explican Silvina Martínez y Emanuel Díaz Ruiz, autores de una investigación sobre esta obra en el marco del "Programa de Investigación, Vinculación, Articulación y Transferencia al Medio'', que desarrolla la fundación Exedra, y puntualmente en el proyecto "Esculturas y Murales en espacios públicos de la Ciudad de San Juan'', trabajo que fue mandado a publicar recientemente por el intendente Marcelo Jorge Lima.
Por eso, la creación de Sugo, más allá de lo artístico y técnico, es cada día más difícil de valorar. Quizá porque la estatua al enviado del rey Felipe II desde Santiago de Chile, se agranda con los años. No por Jufré, que disminuye cuando la historia busca poner las cosas en su lugar, sino por Miguel Angel Sugo, que cuando lo eligen para perpetuar en roca al inventor de esta Ciudad con molde hispano y nombre del patrono de su Rioseco natal, San Juan Bautista, lo hizo pensando como artista. Como lo que fue. Así de grande. Ni más ni menos.
Porque las manos y la cabeza de Sugo eran del artífice virtuoso de una creación, nunca del lisonjero que querría quedar bien con el dios de los que habían escrito la historia íbera de nuestra fundación. No obstante todo ello, aquel español y su corcel vivirán allí siempre. Por eso... Jufré, ¡dale las gracias a Sugo!
(*) Periodista.
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