Terminó
una nueva Feria del Libro de Buenos Aires y, como siempre, los números
suenan abrumadores: más de un millón cien mil visitantes y un aumento en
las ventas de entre un diez y un treinta por ciento, de acuerdo a la
información recogida en algunos stands. Pero si uno no quiere pasar por
ingenuo o pecar de un exceso de optimismo (y sobre todo si intenta sacar
algunas conclusiones sobre las preferencias del público en materia
literaria), hay que mirar un poco más en detalle. Por ejemplo: ¿cuáles
fueron los cinco títulos más consultados por el público? Hush hush, de Becca Fitzpatrick; Los juegos del hambre, de Suzanne Collins; Ciudad de cristal - Cazadores de sombras, de Cassandra Clare; Juego de tronos, de George Martin; y Caballo de fuego,
de Florencia Bonelli. Es decir, fenómenos de venta que poca o ninguna
relación tienen con la literatura. Nada de qué quejarse, ya que el mismo
nombre lo está señalando: se trata de la Feria del Libro y no de un
festival literario. Lo que la Feria viene a demostrar, en todo caso, es
que los caminos de la industria editorial de masas y la producción y el
consumo de literatura argentina contemporánea (de la literatura "de
verdad", es decir, de la "ficción literaria" o la llamada "literatura
alta") se han distanciado para siempre.
No hay ejemplo más concreto de esta fractura entre los
gustos del consumidor esporádico o recreativo y los lectores habituales
de literatura que los resultados de los dos galardones que se entregan
durante la Feria: mientras el Premio de la Crítica fue para la obra
poética de Tamara Kamenszain, el Premio del Público (en el que votaron
unas diez mil personas) se lo llevó la nueva novela de Alejandro Dolina.
"Las lógicas del canon y la lógica del mercado muchas veces se
contraponen. Y un suceso de mercado y un suceso de crítica son muchas
veces enemigos", escribió el crítico Daniel Link en su libro Cómo se lee. En el mismo sentido, la ensayista Beatriz Sarlo decía en Escenas de la vida posmoderna:
"Inevitablemente, el mercado introduce criterios cuantitativos de
valoración que contradicen con frecuencia el arbitraje estético de los
críticos y las opiniones de los artistas. La idea misma de popularidad
no podía ser sino examinada con desconfianza ya que sobre ella se erige
la contradicción que está instalada en el corazón mismo de la
democracia". Si no se puede decir que esta situación sea novedosa (los
gustos del público masivo por un lado, los de los lectores
especializados por el otro), hasta hace algunos años parecían existir
vasos comunicantes entre ambos grupos. Lazos que parecen haber estallado
sin posibilidad de reconstrucción.
Y mientras los grupos se
dedicaron a la búsqueda de una mayor rentabilidad con títulos de rápido
consumo y corta vida, las apuestas literarias quedaron casi
exclusivamente en manos de estos nuevos sellos
Este alejamiento está directamente relacionado con las
políticas que las grandes empresas editoras desarrollaron a partir de la
década del 90. En 2003 y en el mismo libro, Link narra cómo fue que la
adquisición de la mayoría de los sellos argentinos por parte de los
grandes grupos transnacionales produjo una transferencia de bienes
simbólicos que afectó tanto al mapa editorial como al campo literario:
"Los catálogos editoriales ya no están armados de acuerdo con una
ideología de la lectura y de la escritura, sino de acuerdo con los
criterios de los expertos en mercadotecnia, los publicistas y otras
plagas del siglo pasado, lo que condena a la caducidad todo lo que se
publicó ayer". Pero al mismo tiempo que Link escribía (y él no
podía saberlo), es decir hace ya diez años, surgía en la Argentina de la
poscrisis (y en buena medida por ella) un heterogéneo conjunto
de editoriales independientes. Fueron esos sellos los que terminaron
marcando el pulso de la producción literaria local, y editaron lo mejor
que pudo leerse en materia de ficción y ensayo durante la última década.Lo que se dio entonces fue una atomización del mercado editorial. Y mientras los grupos se dedicaron a la búsqueda de una mayor rentabilidad con títulos de rápido consumo y corta vida, las apuestas literarias quedaron casi exclusivamente en manos de estos nuevos sellos. A la existencia de catálogos como los de Adriana Hidalgo, Beatriz Viterbo y Paradiso se sumó una larga lista de editoriales pequeñas como Interzona, Entropía, Caja Negra, Eterna Cadencia, Santiago Arcos, La Bestia Equilátera, Mardulce, Tamarisco y Pánico el Pánico (entre muchas otras) que durante diez años descubrieron y difundieron a casi todos los nuevos escritores argentinos. La jugada no salió mal, y hoy pueden agregar a sus catálogos a algunos nombres consagrados, e incluso exportar libros al mercado europeo. Por arriesgar una hipótesis: si en los 80 y 90 un lector habitual de literatura entraba a una librería buscando las tapas amarillas y grises de la colección Anagrama, hoy ese tipo de lector se guía por los diseños de tapa de cualquiera de estos pequeños sellos argentinos.
Algunos editores son
escépticos y aseguran que los lectores de literatura argentina
contemporánea son siempre los mismos: no más de tres mil. Otros, que tal
vez lleguen a unos diez mil
La pregunta fundamental, después de una década larga,
es si todo este trabajo puede haber servido para crear un nuevo mercado
de lectores. Se trata de un interrogante que todavía no tiene respuesta y
frente al cual nadie logra ponerse de acuerdo. Algunos editores son
escépticos y aseguran que los lectores de literatura argentina
contemporánea son siempre los mismos: no más de tres mil. Otros, que tal
vez lleguen a unos diez mil. Si hay que guiarse por las cifras de
producción y ventas, no estarían tan equivocados. Por lo general los
títulos de estos sellos venden entre doscientos y mil ejemplares. Si
alguno llega a los dos mil, se puede hablar de un éxito. La novela El viento que arrasa,
de Selva Almada, editada hace un año por Mardulce y protagonista de un
fenómeno de circulación boca a boca extraordinario, está por alcanzar la
inusual cifra de cinco mil ejemplares vendidos. Tal vez el caso de
Almada esté diciendo algo acerca de la dimensión de esta probable nueva
comunidad de lectores, formados a lo largo de una década en los
catálogos de editoriales independientes. Quizá sean ellos (¿son muchos,
son pocos?) los que estén manteniendo viva la literatura argentina
actual.. http://www.lanacion.com.ar/
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