Leer pequeñas historias a nuestros
pequeños es hasta hoy en día uno de los momentos cotidianos que van más
allá del placer compartido. Gracias a ello, los niños viven experiencias
humanas que les ayudan a crecer.?
No se sabe de donde vienen los cuentos.
Han traspasado las montañas, atravesado los ríos y los mares y han
pasado de boca a oreja en muchas generaciones. Con frecuencia han sido
petrificados en la memoria de los hombres, al punto que encontramos la
misma versión en todo el mundo. Transmiten una cultura y una sabiduría.
Mantengamos esta idea en nuestra cabeza, nosotros como educadores, en
esta época turbulenta en la que nos encontramos confrontados al dictado
de la tele y de los juegos de video.
En este panorama, los cuentos hacen el
papel de aliados al mantener aspectos positivos de la vida a través de
risas, lágrimas e imprevistos finales felices e infelices. Estimulan la
imaginación que nutre a nuestros niños y participan en su construcción.
Hablamos de asuntos esenciales de la vida y de la muerte, de deseos,
prohibiciones, sentimientos violentos y contradicciones.
El eco de su mundo interior
¿Que no existen las sirenas? ¡Eso no
importa! Uno de los placeres del cuento es precisamente la eliminación
de las fronteras entre lo posible y lo imposible. Guiados por esa
pequeña frase de introducción, “érase una vez…”, pequeños y grandes
sueltan las amarras: embarque inmediato para un más allá imaginario, de
otro tiempo, una aventura simbólica en compañía de una tropa de
personajes que, aunque salen de la ficción parecen familiares. Tal como
nos ocurre a nosotros y a nuestros niños, viven grandes emociones que
nos permiten compartir con ellos.
Bruno Bethelheim, psicólogo y cuenta
cuentos francés dice al respecto: “El niño comprende intuitivamente que
aún siendo irreales, estas historias son verdaderas; que los hechos que
narran no existen en la realidad, pero si están presentes como
experiencia interior…”.
Los pequeños entran aún más fácilmente
en ese mundo imaginario en el que ya tienen un pie: todos los días
inventan historias extraordinarias en las que ellos mismos son los
héroes. ¡Hacen hablar los objetos, los animales, los juguetes, el sol y
la luna! Que un lobo pueda discutir con unos cochinitos, o un búho con
el árbol sobre el cual está apoyado no tiene para ellos nada de extraño.
Más aún: ¡les fascina!.
Los adultos encuentran también en sus
narraciones, el eco de su mundo interior y de sus sueños. Les resulta
fácil dejarse llevar por la historia, en el que el aspecto de las
aventuras fantásticas y las intrigas los cautiva. Todo el mundo se ve
reflejado y cada uno puede encontrar en los cuentos lo que quiere, lo
que necesita de acuerdo a sus preocupaciones.
Los personajes son muy descritos, al
punto que podemos entrar en su piel, vivir sus experiencias, encarnar
alternativamente al bueno y al malo. No solamente por el placer de un
pequeño escalofrío (con toda las garantías porque saben que es ‘de
mentira’), sino también por la trasgresión, la libertad de ser agresivo y
de mostrar los dientes en compañía del personaje. Todos tenemos algo de
lobo en nosotros y necesidad de ese terreno salvaje que ofrecen los
cuentos…Esta violencia tiene también un sentido positivo con la
reparación: el lobo malo cae en un pozo o en una chimenea, el ogro es
vencido y el dragón derribado…
El símbolo de la “devoración” permite
asimismo a los más jóvenes jugar en la imaginación con el miedo de ser
comido, a través de sus teorías fantasmagóricas sobre los misterios del
alumbramiento. Con los más grandes, encuentran una respuesta en sus
preguntas sobre la muerte: a partir de los 7 a 8 años, este es un asunto
que les preocupa mucho, en la medida que se dan cuenta que ni ellos ni
sus padres son todopoderosos y que ¡al fin y al cabo todo el mundo es
mortal!… Tienen más conciencia de la violencia y los peligros propios de
la vida. ¡Poder jugar con estas ideas en su imaginación es liberador!
Armarse de superpoderes
La bruja que es tan fea que asusta,
impresiona mucho a los más chicos para quienes representa la maldad
absoluta, hace reír, en cambio, a los mayorcitos. Las brujas al igual
que las hadas (la contraparte positiva y buena), coquetean con el deseo
que tienen los niños de poseer superpoderes, estimulando al mismo tiempo
su necesidad de comprender lo que les parece misterioso. Son personajes
con múltiples facetas, capaces tanto de lo mejor como de lo peor. Un
poco como nosotros, las mamás, en alguna medida hadas bienhechoras y
tiernas, y también un poco brujas que regañan y castigan. ¡La vida no es
tan sencilla!
La revancha de los débiles
Pulgarcito está muy lejos de tener la
estampa de un héroe y sin embargo con frecuencia lo encontramos en los
libros de cuentos. Este muchacho es pequeño debido a su estatura y por
su estatus de benjamín de una familia de siete hijos, pero a la vez es
grande por la desenvoltura con que actúa y su representació n de la
revancha del débil sobre los fuertes. Para nuestros niños, quienes se
fastidian de sentirse aún tan pequeños y tan dependientes de nosotros,
Pulgarcito significa un modelo.
En el momento de la partida, después de
una carencia o una desgracia, el equilibrio de su vida queda
trastornado: tenemos aquí a nuestro Pulgarcito perdido, abandonado por
sus padres, en un bosque sombrío a la merced de un ogro cruel. Tendrá
que sobreponerse a una serie de obstáculos para restablecer el
equilibrio de su vida. Sus sufrimientos simbolizan los combates
cotidianos, aquellos contra las pesadillas y los fantasmas, que él puede
ganar. Es bueno tener miedo cuando en el fondo no arriesgamos nada, y
es útil cuando logramos identificar lo que nos hace temblar. Esto se
parece al pasaje difícil pero necesario de la infancia a la edad adulta.
De este modo los cuentos de hada
escenifican, en forma simbólica, el camino a seguir para hacerse
“grande”, ayudados por una construcción, única en su género, en donde
todo está relacionado, donde las secuencias están encadenadas para
organizar mejor el desorden del pensamiento y dominar los sentimientos.
Un momento maravilloso
No reserves la lectura de cuentos
exclusivamente para los niños más pequeños. Es verdad que los muchachos
más grandes saben leer solos, pero no hay razón para privarlos de ese
placer compartido, cargado de afecto y de complicidad.
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