jueves, 2 de octubre de 2014

Educar en valores

 
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EDUCACIÓN / UNA CRISIS PARA ABORDAR
Educar en valores
Más que hacer hincapié en metodologías de aprendizaje, nuevas materias y experimentos pedagógicos, tanto padres como docentes debemos recapacitar en la formación integral de nuestros hijos. La pérdida de valores es el foco de Etcheverry para analizar el sistema educativo en argentina.
MARíA INéS MONTES


La globalización trajo muchos avances al nuevo siglo, pero también es cierto que trajo confusión frente a los nuevos estigmas sociales. Esta corriente de avanzada provoca la desestabilización de valores por los que transita el ser humano. Desde que nace comienza un mundo de aprendizaje siendo un ser indefenso, luego pasa a la etapa educativa donde intervienen en forma conjunta familia y escuela. Es a partir de allí donde el niño o joven interactúan con sus pares, padres, familia, maestros, instructores del deporte, sociedad, etc. Es tal la inestabilidad de instituciones como valores en juego, que dificulta la tarea de educar. 

Guillermo Jaim Etcheverry ha sabido conciliar con la investigación científica, con la docencia y con la reflexión acerca de los grandes problemas de educación en nuestro país. 

Etcheverry, es médico graduado en la Universidad de Buenos Aires y posee una basta trayectoria tanto en investigación como en galardones recibidos. Sus escritos sobre la situación educativa argentina le han valido creciente prestigio en la sociedad, que se lo reconoce como una de las voces más lúcidas en cuestión para nuestro futuro.



El modelo actual


Es importante saber que vivimos rodeados de señales que demuestran de manera inequívoca que la nuestra es una sociedad contra el conocimiento. El fracaso escolar de los niños y jóvenes, no es el fracaso del sistema educativo ni de la institución escolar; es ante todo el fracaso de un modelo cultural y de un sistema de valores que, si bien ensalzan las virtudes de la educación y el conocimiento, erigen como ejemplos de vida y de conducta, los modelos opuestos. Por ello, escribe el autor en su libro "La Tragedia Educativa": "Cuando nos escandalizamos porque casi el 70% de los niños y jóvenes no comprenden lo que leen, debemos tener presente que quizá no comprendan lo que leen en los libros, pero comprenden muy bien lo que leen en la sociedad". Este es uno de los disparadores que analiza el autor en su obra y explica: "La escuela amenaza en la sociedad actual con convertirse en:

Un taller de entrenamiento de la fuerza laboral enseñando lo útil, a menudo para evitar que los jóvenes se formulen preguntas más profundas sobre la forma en que vivimos;

Un escenario más del mundo centrado en el espectáculo; 

Un laboratorio de las modernas tecnologías de la información;

Una institución abierta a la vida y democrática dirigida por las apetencias de los más.

De transitarse todos estos caminos, posiblemente desaparezca la escuela tal como la hemos concebido. Precisamente la tragedia educativa reside en que, si resultan exitosos estos intentos, se perderá uno de los escasos ámbitos que le están quedando a la sociedad para ensayar la transmisión y el respeto por el conocimiento, para desarrollar y fortalecer la razón.

La discusión acerca de la escuela se ha ido centrando en los medios, es decir en la forma y las condiciones de la enseñanza, más que en los fines últimos de esta tarea. Por eso resulta imperioso definir ¿para qué está la escuela, cuál es el servicio que presta a la sociedad?. 

Como señala Neil Postman, "es como si construyéramos una nación de técnicos, consumidos por nuestra capacidad en el cómo hacer algo, pero temerosos o incapaces de pensar qué se debe hacer".



¿Para qué educar?


Randy Sparkman, un teólogo estadounidense ayuda a entrever estrategias para la supervivencia de la escuela, que es otra forma de decir para la continuidad de lo humano. "Educar, es ayudar a los niños a alcanzar su máximo potencial, no solo como seres económicos sino, como seres humanos, y advierte que aunque hayamos ocupado con tecnología cada resquicio de nuestras vidas, la naturaleza esencial del hombre ha cambiado poco". Somos seres motivados por los desafíos, discutidores, sociables, orientados hacia el trabajo, dispuestos a tomar riesgos, regidos por el espíritu, etc; por eso como la tecnología evoluciona permanentemente, mientras la naturaleza humana cambia lentamente, que pareciera perenne, la ironía de la era digital es que serán las habilidades básicas, no las fundadas en la tecnología, las que permiten progresar a las personas.

Sparkman se refiere a las habilidades como algo transferido de una actitud, de una predisposición, de un rasgo que pasa de una generación a otra, a diferencia de los productos transitorios y estériles de entrenamientos prácticos. 

Algunos de esos dones son:

- La habilidad de leer textos y comprenderlos, don que será tan importante en el próximo siglo como lo fue en el siglo XV.

- La capacidad de pensar independientemente, de resolver problemas, de generar ideas.

- La posibilidad de expresar esas ideas en forma clara y simple.

- La capacidad de discernir y elegir lo que tiene valor entre la multitud de estímulos que nos ofrece la realidad.

- La conciencia del contexto en que se desarrolla la vida personal , lo que se supone advertir la esencia de cada uno como ser histórico: quién es uno de dónde proviene, quiénes son los otros, cómo ha llegado la humanidad hasta aquí.

- La identificación de las diferentes causas que generan el cambio, que no son solo las tecnologías, así como la compresión de que no todas las facetas de nuestras vidas están sometidas a transformaciones de igual velocidad.

- Una percepción del equilibrio que debe caracterizar a la vida humana construida mediante la experiencia de diversas disciplinas y de la constelación de actividades dispares que hacen a la multidimensionalidad de la aventura de vivir.



¿Cómo se transfieren esos dones?


Simple pero difícil en los tiempos de hoy tomar la dimensión y comprensión de un valor. Los dones se transfieren mediante el ejemplo y cultivándolos con disciplina. No basta con que los adultos aprueben las enunciaciones si luego terminan abdicando de la responsabilidad de preparar a los niños para el futuro. Esta premisa alcanza a todos y no solo a los educadores: padres, empresas, comunidad, gobierno. La apuesta de Sparkman de las habilidades no es una simple apelación nostálgica a regresar al pasado, se basa en el convencimiento de que, a medida que las máquinas digitales se insinúan cada vez más en nuestras vidas, serán las habilidades humanas, aquellas en que las computadoras fracasan, las que nos permitirán manejar nuestra tecnología y emplearla siempre que permitan agregar valor y no confusión a nuestra existencia. La tecnología ocupará sin duda un lugar creciente en la vida de la gente pero, independientemente de que un niño llegue a ser un ingeniero, serán las habilidades básicas requeridas para crear, asimilar y expresar el conocimiento y la información las mismas, siendo esenciales para todas las actividades económicas y sociales.

Dispuesta a proporcionar estas capacidades junto con la familia, la escuela debería advertir su papel como último refugio de lo humano, siempre que consiga resistir con éxito el embate de las tendencias mencionadas arriba.

Si lo logra será uno de los pocos ámbitos institucionales en los que resultará posible que los niños y los jóvenes adquieran herramientas que les permitan encarar el mundo, de reconocer en él un orden y de darle un sentido a la experiencia de vivir.



El arte y el hábito


William Jonson Cory, profesor de la escuela de Eton, en Inglaterra, definió muy bien el propósito de la educación cuando dijo a sus alumnos en 1861:

"No está ustedes comprometidos tan solo en adquirir conocimientos, sino en realizar esfuerzos mentales mientras son sometidos a la crítica. Si poseen facultades mentales pueden adquirir y retener una cierta cantidad de conocimientos, y no es necesario que se lamenten por las horas que han dedicado a los que sin duda olvidarán porque al menos la sombra del conocimiento perdido los protegerá de muchas ilusiones. Pero ustedes asisten a una gran escuela, no tanto por el conocimiento sino por adquirir artes y hábitos: el hábito de la atención, el arte de la expresión, el arte de asumir de improviso una postura intelectual, el arte de ingresar rápidamente en el pensamiento de otra persona, el hábito de someterse a la crítica y refutación, el arte de indicar asentimiento o disenso en forma medida, el hábito de prestar atención de los pequeños detalles de de los que depende la exactitud, el hábito de advertir qué es posible realizar en un tiempo determinado. Van a una gran escuela para desarrollar el gusto, la discriminación, el coraje y la sobriedad mentales. Pero por sobre todo, asisten a una gran escuela para conocerse a ustedes mismos". 

http://www.diariodecuyo.com.ar/home/new_noticia.php?noticia_id=640848

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