DÍA DEL MAESTRO
Los últimos días de Domingo F. Sarmiento
Fueron en Asunción de Paraguay, donde se retiró por problemas de salud. Allí funciona hoy el Colegio Argentino. El último libro de López Rosetti cuenta con detalle las dolencias del Maestro y cómo fueron sus últimas horas. Por Viviana Pastor.
JUEVES, 11 DE SEPTIEMBRE DE 2014
El busto de Sarmiento domina todo el patio en la que fuera su casa en Paraguay, donde murió
Por Viviana Pastor
Si pudiera ver su casa paraguaya llena de niños que corren por el patio y aprenden en las aulas que fueron habitaciones y salas, sin dudas Sarmiento sería feliz. Allí funciona hoy el Colegio Argentino, que depende de la Embajada Argentina en Paraguay. Nada podría ser más acertado. En la pared del fondo se ubica el busto del ilustre sanjuanino, blanco inmaculado, se lee la frase “Haced de toda la nación una escuela”, dos mástiles se levantan para las banderas argentina y paraguaya.
Algunos de los frondosos y centenarios árboles son los que plantó el mismo Sarmiento cuando construía la casa en el terreno que le regalaron unos amigos a 20 cuadras de Asunción, la capital de Paraguay, donde ya se veía pasar sus últimos días.
¿Por qué se fue a morir a Paraguay? ¿Cómo fueron sus últimos días? Las respuestas están en el último libro de Daniel López Rosetti, Historia Clínica 2, donde el médico y escritor relata las enfermedades que terminaron con la vida de los argentinos más ilustres.
Sobre Sarmiento, López Rosetti hace un completo perfil psicológico y clínico: “En el año 1876, al paciente le restaban aún doce años de vida. Hasta ese momento y en términos generales, era un hombre físicamente saludable. Es cierto, era sordo, comenzaba a necesitar anteojos para leer, signo de miopía, calvo, feo, como él mismo lo reconocía, tenía cierto exceso de peso, mala dentadura y lucía muy avejentado. Del carácter ya hemos hablado, un cabrón egocéntrico, como lo llamaba Paul Groussac”.
Luego cuenta que Sarmiento fue siempre susceptible a complicaciones respiratorias. Era su punto débil. Además era fumador y no se descarta, por el aspecto físico de su tórax, la presencia de un cuadro de enfermedad pulmonar obstructiva crónica o EPOC, frecuente en fumadores. Hacia julio de 1887, por sugerencia del doctor Lloveras, Sarmiento embarca hacia Asunción del Paraguay. El diagnóstico de un cuadro bronquial y la enfermedad cardíaca hacía que el clima más templado de Paraguay resultara médicamente recomendable. Mejora y vuelve a Buenos Aires, pero “su estado clínico no era bueno: falta de aire al caminar rápido o realizar mucho movimiento, tos, palpitaciones por la taquicardia, tobillos y piernas hinchadas por el edema de origen cardíaco y cansancio fácil. Así las cosas, en busca de un clima más propicio para su deteriorada salud y con el proyecto personal de construir su casa isotérmica de avanzada, embarca nuevamente al Paraguay el 28 de mayo de 1887. Lo acompañaron su hija Faustina y su nieta María Luisa, quienes lo cuidaban con esmero… Su nieto, Julio, también lo acompañó en este viaje. Al despedirse de Buenos Aires, le dice a su nieto Augusto: “No paso de este año…hijo, me voy a morir…”, y agrega una declaración que habla nuevamente de su personalidad: “¡Ah! Si me hicieran Presidente! ¡Les daría el chasco de vivir diez años más!” Al alejarse del puerto se le escuchó decir “Morituri te salutant” (los que van a morir te saludan), el saludo de los gladiadores romanos antes del combate final. Sarmiento, en una condición clínica ya muy deteriorada, emprendía el viaje del cual ya no regresaría”.
Luego cuenta que ya en agosto, la palidez del paciente “impresionaba”. Los doctores Andreuzzi y Hassler atendieron al paciente. “El diagnóstico no era bueno; todos sabían de la gravedad del cuadro clínico. El 10 de septiembre la situación era aún peor. No había esperanza, la situación era crítica y terminal. El Dr. Andreuzzi lo describió así: “Igual que ayer: resiste gracias a su espíritu”. El paciente, agitado por la falta de aire, descansará en su sillón de lectura. Leía. Sabía que iba a morir y eligió un libro para que lo acompañara en los últimos minutos. Tal vez buscando una respuesta, Filosofía sintética, de Spencer. ¿Habría sido casual la elección de ese autor? Seguramente no. Spencer fue un psicólogo, sociólogo, naturalista y filósofo inglés. Fue autodidacta, sin educación formal, como Sarmiento. Agnóstico como el paciente. Posiblemente existía en el paciente alguna identificación personal con los postulados de Spencer”.
En su libro López Rosetti asegura que Sarmiento no quiso la asistencia religiosa en sus últimas horas y prefirió la lectura de Spencer.
“Se encontraba en su cama, con respiración dificultosa. El corazón bombeaba poca sangre y la presión arterial era muy baja. Así, la circulación sanguínea en los miembros era mínima y sentía frío en manos y pies. Sus pies estaban fríos y así lo sentía. Sarmiento describe esta frialdad en los pies de modo médicamente correcto, comparándolo con el frío del metal, pero no de un metal cualquier; elige el bronce. Sarmiento dice en sus últimos momentos: “Siento que el frío del bronce me invade los pies”. A las 2:15 horas de la madrugada del 11 de septiembre de 1888 deja de existir el paciente. Muere Juan Domingo Faustino Sarmiento, el maestro”.
Luego de colocar su cuerpo en su sillón de lectura, como gustaba estar, estudiando, leyendo, escribiendo, Manuel San Martín le sacó una foto histórica en esa posición. Los doctores Candelon, Andreuzzi y Hassler embalsamaron el cuerpo. Como había sido su voluntad, el cuerpo fue trasladado cubierto por las banderas de Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay.
Si pudiera ver su casa paraguaya llena de niños que corren por el patio y aprenden en las aulas que fueron habitaciones y salas, sin dudas Sarmiento sería feliz. Allí funciona hoy el Colegio Argentino, que depende de la Embajada Argentina en Paraguay. Nada podría ser más acertado. En la pared del fondo se ubica el busto del ilustre sanjuanino, blanco inmaculado, se lee la frase “Haced de toda la nación una escuela”, dos mástiles se levantan para las banderas argentina y paraguaya.
Algunos de los frondosos y centenarios árboles son los que plantó el mismo Sarmiento cuando construía la casa en el terreno que le regalaron unos amigos a 20 cuadras de Asunción, la capital de Paraguay, donde ya se veía pasar sus últimos días.
¿Por qué se fue a morir a Paraguay? ¿Cómo fueron sus últimos días? Las respuestas están en el último libro de Daniel López Rosetti, Historia Clínica 2, donde el médico y escritor relata las enfermedades que terminaron con la vida de los argentinos más ilustres.
Sobre Sarmiento, López Rosetti hace un completo perfil psicológico y clínico: “En el año 1876, al paciente le restaban aún doce años de vida. Hasta ese momento y en términos generales, era un hombre físicamente saludable. Es cierto, era sordo, comenzaba a necesitar anteojos para leer, signo de miopía, calvo, feo, como él mismo lo reconocía, tenía cierto exceso de peso, mala dentadura y lucía muy avejentado. Del carácter ya hemos hablado, un cabrón egocéntrico, como lo llamaba Paul Groussac”.
Luego cuenta que Sarmiento fue siempre susceptible a complicaciones respiratorias. Era su punto débil. Además era fumador y no se descarta, por el aspecto físico de su tórax, la presencia de un cuadro de enfermedad pulmonar obstructiva crónica o EPOC, frecuente en fumadores. Hacia julio de 1887, por sugerencia del doctor Lloveras, Sarmiento embarca hacia Asunción del Paraguay. El diagnóstico de un cuadro bronquial y la enfermedad cardíaca hacía que el clima más templado de Paraguay resultara médicamente recomendable. Mejora y vuelve a Buenos Aires, pero “su estado clínico no era bueno: falta de aire al caminar rápido o realizar mucho movimiento, tos, palpitaciones por la taquicardia, tobillos y piernas hinchadas por el edema de origen cardíaco y cansancio fácil. Así las cosas, en busca de un clima más propicio para su deteriorada salud y con el proyecto personal de construir su casa isotérmica de avanzada, embarca nuevamente al Paraguay el 28 de mayo de 1887. Lo acompañaron su hija Faustina y su nieta María Luisa, quienes lo cuidaban con esmero… Su nieto, Julio, también lo acompañó en este viaje. Al despedirse de Buenos Aires, le dice a su nieto Augusto: “No paso de este año…hijo, me voy a morir…”, y agrega una declaración que habla nuevamente de su personalidad: “¡Ah! Si me hicieran Presidente! ¡Les daría el chasco de vivir diez años más!” Al alejarse del puerto se le escuchó decir “Morituri te salutant” (los que van a morir te saludan), el saludo de los gladiadores romanos antes del combate final. Sarmiento, en una condición clínica ya muy deteriorada, emprendía el viaje del cual ya no regresaría”.
Luego cuenta que ya en agosto, la palidez del paciente “impresionaba”. Los doctores Andreuzzi y Hassler atendieron al paciente. “El diagnóstico no era bueno; todos sabían de la gravedad del cuadro clínico. El 10 de septiembre la situación era aún peor. No había esperanza, la situación era crítica y terminal. El Dr. Andreuzzi lo describió así: “Igual que ayer: resiste gracias a su espíritu”. El paciente, agitado por la falta de aire, descansará en su sillón de lectura. Leía. Sabía que iba a morir y eligió un libro para que lo acompañara en los últimos minutos. Tal vez buscando una respuesta, Filosofía sintética, de Spencer. ¿Habría sido casual la elección de ese autor? Seguramente no. Spencer fue un psicólogo, sociólogo, naturalista y filósofo inglés. Fue autodidacta, sin educación formal, como Sarmiento. Agnóstico como el paciente. Posiblemente existía en el paciente alguna identificación personal con los postulados de Spencer”.
En su libro López Rosetti asegura que Sarmiento no quiso la asistencia religiosa en sus últimas horas y prefirió la lectura de Spencer.
“Se encontraba en su cama, con respiración dificultosa. El corazón bombeaba poca sangre y la presión arterial era muy baja. Así, la circulación sanguínea en los miembros era mínima y sentía frío en manos y pies. Sus pies estaban fríos y así lo sentía. Sarmiento describe esta frialdad en los pies de modo médicamente correcto, comparándolo con el frío del metal, pero no de un metal cualquier; elige el bronce. Sarmiento dice en sus últimos momentos: “Siento que el frío del bronce me invade los pies”. A las 2:15 horas de la madrugada del 11 de septiembre de 1888 deja de existir el paciente. Muere Juan Domingo Faustino Sarmiento, el maestro”.
Luego de colocar su cuerpo en su sillón de lectura, como gustaba estar, estudiando, leyendo, escribiendo, Manuel San Martín le sacó una foto histórica en esa posición. Los doctores Candelon, Andreuzzi y Hassler embalsamaron el cuerpo. Como había sido su voluntad, el cuerpo fue trasladado cubierto por las banderas de Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay.
http://www.tiempodesanjuan.com/notas/2014/9/11/ultimos-dias-domingo-sarmiento-65091.asp
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