Jueves 22 de mayo de 2014 | 00:05
Por una literatura que genere nuevos lectores
Por Maximiliano Tomas | Para LA NACION http://www.lanacion.com.ar/1693529-por-una-literatura-que-genere-nuevos-lectores
En literatura
no existen cánones perdurables y la última moda siempre se transformará
en la más vieja: a todo autor, por más exitoso que le guste pensarse,
le llegará la hora de ser negado tres veces y crucificado. En su última columna ,
el crítico español Ignacio Echevarría cita al crítico inglés Frank
Kermode, que en su momento hizo el experimento de leer de nuevo El guardián entre el centeno,
la novela de J.D. Salinger alabada por generaciones de lectores.
Kermode no solo le descubrió las costuras al libro, sino que su
decepción dejó paso a una incomodidad intelectual mayor: para él se
trataba de una novela concebida para satisfacer los gustos de un nuevo
tipo de consumidor de cultura, nacido y criado en el siglo XX. Algo que
podría llamarse "lector corriente", no muy culto ni sofisticado, pero al
que le interesaría pasar por las dos cosas. Un lector para el cual
(suponemos, siguiendo su razonamiento) las editoriales inventaron la
categoría de "literatura de calidad". Para Kermode, Salinger sería uno
de los más exitosos representantes del género, y nosotros no podemos
dejar de evocar nombres como los de Paul Auster, Haruki Murakami,
Patrick Süskind o Alessandro Baricco (y los de nueve de cada diez
escritores argentinos contemporáneos, sobre todo si escriben novelas de
género o ganaron importantes premios literarios).
A todo autor, por más exitoso que le guste pensarse, le llegará la hora de ser negado tres veces y crucificado
¿Pero
qué sería lo que diferencia a la "literatura de calidad" de la
literatura a secas, si es que algo así existe? Echevarría escribe que a
la primera se le puede adivinar la fecha de vencimiento pero a la
segunda no. Que mientras una se muestra "a favor del lector" la otra
buscaría "confrontarlo tanto a él como a su tiempo". Una oposición, en
fin, entre una literatura "que trata de conmover al lector y otra que
trata de moverlo de su lugar, arrancarlo de su autosatisfacción". Se ha
dicho una y mil veces y de diferentes maneras: existe una literatura que
busca ser consumida como entretenimiento (desde la más auténticamente
comercial, que no disfraza sus intenciones, a la mala fe de la
"literatura de calidad") y reafirma al lector en sus creencias y
expectativas. Y hay otra (o sería más preciso decir "otras") que demanda
del lector una dedicación y una atención completa, y que así y todo no
asegura ninguna recompensa, aunque pueda deparar momentos de disfrute
(como oposición al mero placer).
Se
trata, por supuesto, de una literatura que no suele convocar la
atención de los grandes sellos editoriales ni para la cual se destinan
importantes presupuestos de marketing o publicidad. Sus autores no
aparecen en las revistas de actualidad ni van a la televisión ni firman
ejemplares durante horas en la Feria del Libro. Se trata, sobre todo, de
una literatura que no tiene lectores, o para la cual no existen aún:
una literatura que tiene el desafío y la responsabilidad de crear sus
propios lectores. Y sin embargo, y afortunadamente, escritores así
surgen todo el tiempo (en la Argentina podemos mencionar a J.P. Zooey,
Ramiro Quintana, Leonardo Sabbatella, Roque Larraquy, Iosi Havilio o
Matías Alinovi, entre otros), y sus libros, que se internan en poéticas y
territorios poco transitados, son los que renuevan y vigorizan la
tradición literaria local.
Se trata, sobre todo, de una literatura que no tiene lectores, o para la cual no existen aún
A
esta lista podríamos agregar el nombre de una autora que nació en
Buenos Aires en 1977 pero que vive desde hace algunos años en Francia:
Ariana Harwicz ya había llamado la atención de la crítica con su primer
libro, Matate amor (2012), pero su apuesta narrativa se vuelve más extrema en La débil mental,
su segunda novela. Una de las virtudes de este tipo de literatura es la
resistencia a la categorización, así que no perderemos el tiempo. No es
tanto lo que pasa lo que importa (cómo glosar una trama sin
banalizarla) sino la intensidad de lo que sucede. Se puede afirmar, eso
sí, que pocas veces la relación entre madre e hija se ha visto tratada
de la manera en que lo hace La débil mental.
Y que Harwicz logra, en apenas cien páginas de un poder narrativo
hipnótico, exponer al amor y a la pasión sexual sin máscaras: el
enamorado como un peligroso monomaníaco, atrapado en toda su
irresistible y salvaje estupidez..
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