Por: Bertha Consuelo Navarro
Mi abuela solía decir: “No puedes
contagiar viruela si no la tienes”. De hecho, las palabras y las
intenciones no bastan para contagiar el gusto por la lectura; es
imprescindible poseerla. Así como no podemos contagiar la viruela si no
la tenemos, tampoco es posible contagiar el sano bichito del interés y el buen ánimo lector si no está en nosotros.
Por ello, el animador comprometido evidencia ánimo por leer más
allá de las palabras agradables y los discursos melodiosos; son sus
actitudes cotidianas las que se constituyen en actos ejemplificadores y
modélicos. Una característica de la niñez y la infancia es la mímesis,
la capacidad de imitar o remedar. Esto lo sabe el docente, constituido
en un comprometido animador de la lectura, y, por ello, procura espacios
en los que los niños y los adolescentes lo vean leer como un acto
voluntario, agradable y satisfactorio.
Además, como lector exitoso, el animador
comprometido sabe que la ruta para llegar a un proceso lector
agradable, interactivo, comprensivo y holístico empieza mucho antes del
encuentro con el texto impreso. Su inicio es la experiencia dialógica,
el canto, el juego de palabras
—actividades que dinamizan el desarrollo de las capacidades creativas y
simbólicas tan necesarias y urgentes para comprender—. Así entona con
sus alumnos y alumnas: “—¿Cómo te vaca? / —Más o monos. / —¿Por qué
ratón?/ —Mucho me aburro / […]”, y otras muchas canciones que por sí
mismas se constituyen en herramientas pertinentes para el desarrollo del
lenguaje.
El animador comprometido incorpora también recursos multimedia
que ayuden a los niños y los adolescentes a acercarse al texto sabiendo
ya algo de este; pues conoce el principio psicopedagógico que explica
que solo comprendemos aquello de lo cual ya conocemos un poco; es decir,
nuestra comprensión se realiza desde la plataforma de nuestros saberes
previos. En ese conocimiento, el animador echa mano de las guías de
animación y de los book trailers para generar, mientras ejercita la percepción visual de sus alumnos, una expectativa amigable y positiva respecto al libro que se va a leer.
El animador conoce su objeto de animación, en este caso: la lectura. Pero conoce y se compromete también con el sujeto de la animación: el ser humano
libre y autónomo. Por ello, sus consignas no son órdenes ni frías
indicaciones que generen inútiles resistencias y rebeldías; son más bien
invitaciones cálidas en las que
él mismo se implica como lector. Así, el docente comprometido como
animador de la lectura se aleja del imperativo “Lean” y apela al afecto
compartido en un: “¡Vamos a leer!”.
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Mi
abuela solía decir: “No puedes contagiar viruela si no la tienes”. De
hecho, las palabras y las intenciones no bastan para contagiar el
gusto...
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