Mi abuela solía decir: “No puedes contagiar viruela si no la tienes”. De hecho, las palabras y las intenciones no bastan para contagiar el gusto por la lectura; es imprescindible poseerla. Así como no podemos contagiar la viruela si no la tenemos, tampoco es posible contagiar el sano bichito del interés y el buen ánimo lector si no está en nosotros.
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