sábado, 23 de agosto de 2014

La luz, el tiempo y la brújula

La luz, el tiempo y la brújula

Fotografía. Una muestra pone por primera vez al alcance del gran público argentino más de 160 obras de Humberto Rivas. maestro del retrato.

POR EDUARDO VILLAR

Es necesario demorar la mirada, pasearla lentamente unos segundos por la superficie negra de la foto para descubrir el cabello negro de la mujer que está de espaldas, cayendo –negro– con suaves ondulaciones negras y sedosas sobre el suéter negro que se recorta del fondo negro. El retrato es “Lara”, de 2007, el último que hizo Humberto Rivas, ya enfermo, antes de su muerte en Barcelona, en 2009. Con ese nivel de exquisitez y sutileza trabajaba los tonos bajos, con esa maestría manejaba la iluminación y los tiempos de exposición.
Salvador del Carril –hijo de María Helguera, su mujer durante más de cuatro décadas– lo contó el martes pasado con acento catalán y voz quebrada por la emoción en la reunión de prensa previa a la inauguración de la muestra Humberto Rivas. Antología fotográfica, 1967-2007, en la Sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta: “Quiero referirme a una de sus fotos –dijo–. La cabeza de una chica vista desde atrás, con un largo pelo negro, que tiene una mano sobre el hombro izquierdo. Yo lo asistí en la toma de esa foto, porque ya estaba muy enfermo. Le dijo a la chica que se diera vuelta, que se pusiera de espaldas, le pidió que se pusiera la mano en el hombro, midió la luz, decidió la apertura del diafragma, enfocó y disparó. Creo que con esa foto se despedía de la fotografía y, al mismo tiempo, de la vida”.
No es el único retrato de la exhibición –sin duda la más importante del Festival de la Luz, que cumple 25 años y presenta 178 muestras fotográficas en 45 ciudades del país– en el que el modelo es fotografiado de espaldas ni se debe esa posición a un capricho del fotógrafo. En realidad, nada en las fotos de Humberto Rivas es resultado del capricho o del impulso. Su obra es producto –entre otras cosas– de su reflexión sobre la realidad, la percepción, la representación y la historia del arte. De manera que –sobre todo porque hay otros puentes, más visibles, menos hipotéticos– es posible vincular la cabellera negra de esa mujer de espaldas con la melena negra de un hombre de espaldas que aparece en “La reproduction interdite” (la reproducción prohibida), un retrato de 1937 de René Magritte en el que la figura se duplica –absurdamente– también de espaldas en el espejo que tiene frente a sí.
Dejemos por ahora a “Lara”, pero no a Magritte, y vayamos a otros retratos de Rivas en esta muestra. Entre varios de Roberto Aizenberg, hay dos que pueden relacionarse con el hombre de “La reproduction interdite”. Uno, de 1978, donde la silueta negra del pintor surrealista argentino se recorta, de espaldas, en el fondo blanco cruzado por la línea diagonal de una escalera. Otro, de 1975, donde Aizenberg aparece mirando a la cámara, sentado frente a una mesa, con una mano tocando apenas una esfera pulida como un espejo. En el texto del catálogo, señala Adriana Lauría, la curadora de la muestra: “la coincidencia de pose y escenario con el óleo de Magritte ‘El principio del placer (Retrato de Edward James)’, de 1937, encuentra variaciones en algunos detalles como la piedra que está en lugar del orbe. Pero la ligazón se refuerza cuando comprobamos que existen fotografías de Man Ray con el mismo personaje en igual postura, testimonio del espíritu colaborativo que existió en el grupo surrealista”.
¿Pero “Lara”? ¿Cuál es su nexo con “La reproducción interdite”, además de la coincidencia de las cabelleras negras y de espaldas? La conexión es a través de “El principio del placer”. Tanto en esa pintura como en “La reproducción prohibida”, el modelo retratado por Magritte es Edward James, banquero millonario, coleccionista y mecenas de los surrealistas.
Entre las más de 160 fotografías de todos los períodos creativos de Rivas que Adriana Lauría dispuso en el espacio de la Sala Cronopios hay frecuentes referencias a la historia del arte que Rivas –pintor antes de decidirse por la fotografía– conocía muy bien. Pero lo que conmueve, sobre todo, es la profundidad de su mirada, paciente y capaz de vencer cualquier reticencia de la realidad –personas, paisajes u objetos– a ser revelada. “Cuando les explico a los estudiantes la forma de realizar un retrato –dijo acerca de su labor docente en un reportaje– les comento que entre el retratado y el fotógrafo hay una guerra. Y esa guerra, para que la foto sea buena, tiene que ganarla el fotógrafo y no el retratado, porque es evidente que el retratado asume un rol, una pose de cómo le gustaría aparecer. De alguna manera, se auto-representa, se pone gracioso, sonríe... Pero eso no tiene nada que ver con su personalidad interior, que es lo que buscamos nosotros cuando hacemos un retrato”. Su maestría en ese arte de mostrar algo esencial de cada persona que fotografiaba se advierte en esta muestra en muchos retratos de personalidades de la cultura argentina –Anatole Saderman (a quien consideraba su maestro), Luis Felipe Noé, Juan Carlos Distéfano, Macció, Alberto Heredia, Marcia Schvartz, Federico Klemm, Marilina Ross– pero también de personas anónimas. A muchas las encontraba por la calle. Algo en ellas les llamaba la atención y las invitaba al estudio para fotografiarlas con todo el tiempo necesario para obtener lo que buscaba en ellas.
El mismo tiempo y atención que ponía en retratar a la gente, les dedicaba al resto de las cosas que fotografiaba: paisajes urbanos, naturalezas muertas, objetos, animales... Cuentan que no andaba con una cámara, sino apenas con una brújula en el bolsillo. Si una locación despertaba su interés –escribe Lauría– la brújula le servía “para orientarse respecto a la dirección de la luz y retornar cuando las condiciones fueran las deseadas. Luego, tal vez midiera la intensidad de la iluminación durante largas horas, al cabo de las cuales, podía concluir que ese instante perfecto de claridad, penumbra o sombras esplendentes había huido y era conveniente capturar la imagen en otra jornada”. Esa paciencia, ese cuidado obsesivo en la construcción de la imagen, continuaba luego de la toma, en el proceso de edición y copiado. La curadora tuvo el muy buen tino de mostrarlo en no menos de tres casos, exhibiendo –como una pieza más– las series de contactos correspondientes a tres retratos: el mencionado de Aizenberg con la esfera, el de Rómulo Macció y el de Germaine Derbecq (directora de la galería Lirolay). En ellos pueden verse sus marcas de trabajo en el papel, sus opciones de iluminación en el momento de la toma, sus encuadres finales, el resultado. Su reflexión sobre su trabajo y sobre su propia mirada.

FICHA
Humberto Rivas 
Antología fotográfica 1967 — 2007

Lugar: Centro Cultural Recoleta, Junín 1930.
Fecha: hasta el 21 de septiembre
Horario: lunes a viernes, 13 a 20; sábados, domingos y feriados, 11 a 20.
Entrada: gratis
http://www.revistaenie.clarin.com/arte/Humberto-Rivas-luz-tiempo-brujula_0_1194480588.html

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