viernes, 26 de julio de 2013

El último poblador de Achango

Personaje


Vive solo desde hace 17 años, pero dice que no iría nunca del pueblo que lo vio nacer. Se llama Víctor Abel Montesino y todos lo conocen como el guardián de Achango, un paraje ubicado en Iglesia que atesora una joya arquitectónica: la capilla de la Virgen del Carmen. Por Natalia Caballero.


jueves, 25 de julio de 2013
El último poblador de Achango
Por Natalia Caballero
Hay que atravesar un largo callejón de ripio para llegar a la capilla de Achango. Grandes casonas de adobe le dan la bienvenida al visitante. En el medio de la naturaleza, donde abundan las higueras con brevas gigantes aparece un señor moreno con una anchada. Es Víctor Abel Montesino, el único poblador que vive en el paraje iglesiano. El hombre, de marcadas arrugas en su piel, recibe a todos con una sonrisa y cuenta con lujo de detalles la historia de la capilla de Achango, una de las iglesias más antiguas del país, construida por los jesuitas en 1665.

Abel tiene 72 años y desde hace 17 se quedó solo en Achango, cuando murió la otra pobladora que lo acompañaba. La rutina del hombre de grandes ojos claros es siempre la misma. Como es empleado de Hidráulica, se encarga de mantener regado todo el pueblito. También limpia la capilla todos los días. Aunque no le pagan por esa tarea, a Abel lo une una historia ancestral con la parroquia.  Es que su tatarabuelo fue quien emprendió una travesía sin igual, que persiguió un único fin: cumplir con una promesa religiosa. Desde su Cuzco natal, Don Víctor, como se llamaba su pariente, trajo a pie la imagen de la Virgen del Carmen, custodia de la iglesia que se luce en el lugar.

“Todos los días le pongo una flor a mis tatarabuelos, a mis bisabuelos, a mis abuelos y a mis padres. Todos están enterrados al lado de la capilla”, cuenta el anciano, que aparenta tener menos años de los que en realidad tiene por la vitalidad con la que trabaja la tierra. “Nunca me iría de Achango, sé que voy a morir en estas tierras y eso me da mucha satisfacción porque sé que voy a cumplir con una tradición familiar que comenzó hace ya 300 años”, agrega provocando admiración.

Lo único que lamenta Abel de vivir en Achango es que tiene que realizar al menos 4 kilómetros para poder comprar víveres. Esa es la distancia mínima que separa al feligrés del primer pueblo habitado. Aunque parezca mentira, cuenta que suele hacer ese camino a pie porque no tiene un medio de transporte.

Sin señal de celular, ni televisor, su única compañía es la radio y  sus animales. Se considera un ávido lector. Las palabras de la Biblia o de los “textos sagrados”, como suele llamarlos, son sus favoritas. Cotidianamente se sienta al lado de la capilla y lee la palabra de Dios. Como mucho le puede dedicar dos horas a la lectura porque cuando se hace de noche, solo tiene velas para alumbrarse.

Abel es soltero, confiesa que nunca se enamoró. Aunque le hubiera gustado tener una pareja con la cual compartir sus días, llena ese vacío visitando a unos parientes lejanos en Rawson. Las fiestas las suele pasar en el departamento del Gran San Juan, pero solo unos días porque el “ruido de la civilización lo aturde”.

Turistas de Francia, Inglaterra y Estados Unidos han llegado hasta la capilla para conocer esta joya arquitectónica. “Aunque no entiendo nada de lo que hablan, trato de mostrarles el lugar”, relata entre risas mientras riega unos conejitos blancos y rosados que están en un cantero próximo a la parroquia. Además de fieles de otros países, es habitual que lleguen visitantes sanjuaninos. Incluso los 16 de julio de cada año se organiza un festival religioso y de destrezas criollas para honrar la Virgen del Carmen.

El ladrido de unos perros interrumpe la conversación con el hombre. Mientras saca un cigarrillo Next del bolsillo de su camisa, afirma con vehemencia que ama la vida que tiene, que no cambiaría por nada en el mundo su capilla y el contacto con la naturaleza. No en vano, en Iglesia lo conocen como el guardián de Achango.
Un tesoro en el medio de la naturaleza

Gruesas paredes de un metro de ancho sostienen la capilla de Achango, una joyita arquitectónica  ubicada en Iglesia, construida por los jesuitas en el 1665 y luego reconstruida en 1787. Sus muros guardan rezos ancestrales y confesiones de cientos de fieles que han pasado por la capilla, una de las más antiguas del país. Debido a la antigüedad de la iglesia y su especial técnica de edificación fue declarada Monumento Histórico Nacional.

La luz ingresa por las dos puertas de madera de la capilla. Todos los elementos que hay dentro cobran vida con la iluminación. Se pueden ver desde las magnificas alfombras, hechas con lana de guanaco y teñidas con tintes naturales hasta el sistema de nudos de cuero con el que fueron unidos los palos con los cuales se construyó el techo de la capilla.

Al final del pasillo alfombrado, se observa la imagen de la Virgen del Carmen. Llama la atención el realismo con el que fue hecha: tiene cabello natural de aborígenes, luce una corona de plata y un vestido con bordados artesanales que deslumbran hasta al más escéptico. La imagen de la virgencita fue traída a pie por el tatarabuelo de Abel Montesinos desde Cuzco, Perú hasta Iglesia.

La Virgen del Carmen de Achango fue testigo del paso de las tropas del Comandante Cabot en 1817. Casualmente la virgencita es la patrona del Ejército y también de los agentes penitenciarios.
El piso es de tierra, pero se encuentra tapado por alfombras. Para que la tierra no sea volátil, los jesuitas la compactaban con sangre de ganado. Otras de las claves de su diseño era revocar las paredes con estiércol.

Cuando uno cree haberlo visto todo, en uno de los costados de la capilla hay una escalara de adobe. Luego de subir los peldaños, el regalo es maravilloso: una vista impactante de Achango y dos campanas que resuenan en la tranquilidad del pueblo, en el que solo vive Abel, el guardián de la parroquia y el fervor cristiano. 
 http://www.tiempodesanjuan.com/notas/2013/7/25/ultimo-poblador-achango-36614.asp

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