Recuerdos sobre horas pasadas en el paraíso de la biblioteca del Colegio Nacional de Buenos Aires... y otras legendarias bibliotecas de la ciudad.
Hace algunos días me crucé en Internet con una foto reciente de
la Biblioteca del Colegio Nacional de Buenos Aires. Al final del salón
principal se distinguían unos puestos con computadoras, pero salvo por
ese detalle de modernidad, todo se veía tal y como yo lo recuerdo, con
sus generosos sillones de cuero, sus simétricas lámparas verdes, su
escenografía añeja y lustrosa. Pasé muchas horas de mi adolescencia en
ese lugar consultando la demandante bibliografía que nos asignaban los
profesores. Teníamos prohibido echar mano a los textos de cabecera de
otros colegios secundarios, y ni que hablar de la herejía de los
resúmenes Lerú. Nada de eso: nuestros libros eran los mismos que se
usaban en la universidad, y si ampliábamos el horizonte con autores que
no estuviesen en la hoja de ruta, mejor. Eso nos obligaba a recorrer
otras bibliotecas. Así conocí la Nacional, cuando aún estaba en la calle
México, la del Congreso, con sus horarios extendidos, la del Maestro y
alguna que otra Municipal que ahora se me mezclan en la memoria.
Como muchos de los lectores ya saben, en su “Poema de los dones” Borges se figuraba el paraíso bajo la especie de una biblioteca. Para mí eran un infierno, pero no porque las odiara, sino porque me resultaba contra natura gastar mis horas adolescentes en esos salones de silencio monacal. Luego, por nostalgia o melancolía, en mis viajes de vida adulta empecé a incorporar bibliotecas en los circuitos turísticos. Así conocí la de Harvard, con el asombro de descubrir que en su base de datos estaba cualquier libro que a uno se le ocurriera buscar; una modernísima biblioteca pública en la comuna Santo Domingo de Medellín, una de las más pobres y marginadas de esa ciudad colombiana, que era como un injerto de esperanza en donde antes existía el miedo y la violencia; una modesta biblioteca hecha a pulmón en una casa particular de Merlo, San Luis, pero abierta a los vecinos...
Hay quien sugiere que el libro electrónico amenaza el futuro de las bibliotecas. Hoy Borges diría que no hay horizonte tan parecido a un infierno.http://www.revistaenie.clarin.com/Nacional-Buenos-Aires_0_963503649.html
Como muchos de los lectores ya saben, en su “Poema de los dones” Borges se figuraba el paraíso bajo la especie de una biblioteca. Para mí eran un infierno, pero no porque las odiara, sino porque me resultaba contra natura gastar mis horas adolescentes en esos salones de silencio monacal. Luego, por nostalgia o melancolía, en mis viajes de vida adulta empecé a incorporar bibliotecas en los circuitos turísticos. Así conocí la de Harvard, con el asombro de descubrir que en su base de datos estaba cualquier libro que a uno se le ocurriera buscar; una modernísima biblioteca pública en la comuna Santo Domingo de Medellín, una de las más pobres y marginadas de esa ciudad colombiana, que era como un injerto de esperanza en donde antes existía el miedo y la violencia; una modesta biblioteca hecha a pulmón en una casa particular de Merlo, San Luis, pero abierta a los vecinos...
Hay quien sugiere que el libro electrónico amenaza el futuro de las bibliotecas. Hoy Borges diría que no hay horizonte tan parecido a un infierno.http://www.revistaenie.clarin.com/Nacional-Buenos-Aires_0_963503649.html
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