domingo, 21 de julio de 2013

John Lennon íntimo y en primera persona: sus fotos y sus cartas


Por Carlos Maslaton

El británico Hunter Davies reunió sus cartas y el norteamericano Bob Gruen los cientos de fotos que le sacó.

Son dos libros que le hacen el juego a la nostalgia. Nostalgia de una época –los años 60– en la que el mundo amagó con ser mejor de lo que finalmente terminó siendo, aunque con la música de los Beatles en la columna del haber, y ese ilusionismo naif de que la imaginación podía ser un atributo de las clases dirigentes. El sueño no se hizo realidad: mala suerte, otra vez será. Mientras tanto, se puede recuperar parte de ese tiempo mítico en la figura de unos de sus protagonistas centrales, a través de los libros L as cartas de John Lennon (Libros Cúpula) del periodista británico Hunter Davies y John Lennon: los años en Nueva York (Planeta), del fotógrafo norteamericano Bob Gruen El libro de Davies recopila un conjunto de casi 300 documentos: cartas, postales, telegramas, dibujos, borradores de canciones y dedicatorias en las que, como un test proyectivo involuntario, puede apreciarse que, además de un inatacable genio musical y grafómano (cuando no usaba la máquina de escribir), fue un ser humano que, como casi todos, atravesaba distintos climas emocionales: podía ser un snob pendenciero; un muchacho sensible de Liverpool que, ya convertido en una celebridad millonaria, no se olvidaba de enviarle una postal a un fan o a una prima; un bilioso bulldog embistiendo contra su ex amigo Paul McCartney (y señora); un educado lord que rehusaba con diplomacia los pedidos de asistencia monetaria de oportunistas varios; un enamorado vulnerable y ávido de ternura de su primera mujer Cynthia; o un militante de la paz y de la devoción casi religiosa por esa aparición inoportuna (al menos para los otros tres Beatles) llamada Yoko Ono.
Estructurado en veintitrés capítulos, nutridos de fotografías de los Beatles y de John en su faceta privada, recupera algunos momentos centrales de la vida del músico a través de su correspondencia: por ejemplo, tras la separación de los Beatles, en 1970, empezaron los combates legales entre los cuatro Fabs en torno a cómo iban a distribuirse los millones que la alquimia musical de la banda había generado. La extensa carta que John le envía a McCartney, en 1971, muestra la tensión existente entre ellos, y lo reacio que el remitente estaba de darle una oportunidad a la paz: “Queridos Linda y Paul: Estaba leyendo vuestra carta y me preguntaba qué cascarrabias fan de mediana edad de los Beatles la había escrito. Me resistí a mirar la última página para averiguarlo. Me quedé pensando, ¿quién puede ser? ¿Quieeenien? ¿La madre de Stuart?(…) ¡Por todos los diablos, pero si es Linda!. (…) Espero que te des cuenta de toda la mierda que tú y el resto de mis “amables y desinteresados” amigos han lanzado contra Yoko y contra mí desde que estamos juntos. (…) Yo no me avergüenzo de The Beatles (…), excepto de la mierda que tragamos para hacerlos tan grandes. ¿De verdad creés que la mayor parte del arte actual surgió por los Beatles? No creo que estés tan loco, Paul (…) ¿No decíamos siempre que éramos parte del movimiento, y no su totalidad? Por supuesto que cambiamos el mundo, pero tratá de pensar hasta el fondo. ¡Bajate de tu disco de oro y volá!“.
Lo suficientemente lapidario (y vengativo) para que la quimera de que Los Beatles pudieran volver a reunirse en breve se aplazara para dentro de mil años, en un universo paralelo al nuestro. Sin embargo, como cuenta Gruen en su libro de fotografías, en la Navidad de 1975, los McCartney visitaron a Yoko y Lennon en el edificio Dakota y entre ellos reinó el cariño y la alegría por el reencuentro.
Davies recupera, para éxtasis de los lennonófilos, pequeñas gemas como un facsímil de un periódico casero que Lennon editaba a los 12 años –su primera vocación, según señala Davies, fue ser periodista y no rockstar– bautizado “Daily Howl”, que funciona como demostración de que el pequeño John ya llevaba la psicodelia y el apego a Lewis Carroll en la sangre, mucho antes de que el LSD –sin desmerecer su humor vitriólico– le dictara algunos versos de sus canciones más alucinadas como “I´m the walrus”.
O mucho antes de que estallara la Beatlemanía, a los 11, enviándole una tarjeta de agradecimiento a su tía Harriet por los regalos navideños: una toalla con su nombre (“Creo que es la mejor toalla que he visto nunca”, asegura) y un libro sobre barcos piratas.
O ese mutuo intento de acercamiento con Fred, su padre ausente e itinerante, en un vínculo condenado desde el principio a no existir. “Sé que va a ser un poco incómodo la primera vez que nos veamos (…), pero creo que todavía hay esperanza para nosotros”, le escribió el músico en una carta de septiembre de 1967.
El libro de Bob Gruen, es lisa y llanamente, un complemento exquisito del libro de Davies. Un testimonio iconográfico de los nueve años que Lennon y Yoko –Sean, el hijo nacería en 1975– pasaron en Nueva York, captados por el ojo de quien se convertiría en el fotógrafo personal del músico y, casi en simultáneo, en su amigo.
Cada imagen –John grabando en los estudios, tocando en conciertos, dándole la mamadera a su segundo hijo recién nacido, compartiendo una fiesta de los Grammy con David Bowie, tocando con Mick Jagger o charlando con Andy Warhol, entre muchos otros eventos de bajo perfil –viene acompañada por una anécdota narrada por Gruen que le aporta el contexto preciso al último período de la vida de Lennon, que se cerraría con su asesinato el 8 diciembre de 1980, cuando la insania de Mark Chapman se cruzó en su camino.
El volumen de cartas de Davies concluye con la reproducción de una dedicatoria que John firmó, a los 8 años, en forma de verso rimado, en un libro de autógrafos de su primo Stanley Parkes. Allí escribió “Por Hook o por Crook/ Permaneceré en este libro. John Lennon”. El libro se convirtió en memoria colectiva y vaya si ha logrado quedarse allí.
ttp://www.clarin.com/sociedad/John-Lennon-intimo-primera-persona_0_959904109.html

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