Las bibliotecas como redes de conocimiento
En el estupendo Library: an unquiet history, Matthew Battles escribía que el origen de las bibliotecas públicas -más allá de las bibliotecas clásicas y restringidas de la antigüedad- tenía mucho que ver con las revueltas obreras de mediados del siglo XIX y principios del XX, con la desestabilización social que la confrantación de clases provocó y con el reconocimiento contiguo, por parte de las élites intelectuales y económicas, de la necesidad de proporcionar a las masas obreras de formación básica universal y de acceso a los contenidos tenidos indispensables. Una apertura que tenía menos que ver, seguramente, con el altruismo puro de las clases ilustradas que con la creacion de un “espacio de civilización” y domesticación “del niño obrero” tal como aseguraran hace ya tiempo Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría en ese libro olvidado titulado Arqueología de la escuela.
Sea como fuere, la cuestión es que en las bibliotecas públicas se proporcionaba acceso a determinados contenidos en la forma y manera que la tecnología del momento determinaba: esto es, en el formato del libro en papel encuadernado y ordenado según las materias de los Thesaurus que se hubieran utilizado. Esa misma tecnología demandaba un consumo individual y silencioso del contenido prestado, y el espacio mismo de las bibliotecas se diseñó con el propósito de preservar tanto el supuesto orden del conocimiento como el de la privacidad de la lectura. El tiempo fue evolucionando y con él los soportes y las necesidades de los lectores, y las bibliotecas públicas fueron añadiendo nuevos recursos (Microfilms, CDs, DVDs, videos, terminales de ordenadores) y diseñando nuevos espacios para acoger las demandas de un público que demandaba algo más que la mera consulta callada de los contenidos que prestaba.
En el documento Plan estratégico del Consejo de Cooperación Bibliotecaria 2013-2015 y en el aún más reciente e interesante Prospectiva 2020, Estudio de Prospectiva sobre la biblioteca en el entorno informacional y social, se apuntan ya algunas de las ineludibles líneas de desarrollo de la futura biblioteca pública. Destacaré tres de ellas, las que a mi juicio más tienen que ver con uno de sus desarrollos más prometedores, las de convertirse en nodos de una red de generación de conocimiento:
- la creación de comunidades activas de usuarios y lectores dentro de las bibliotecas, usuarios a las que debería invitarse a cogestionar parte del conocimiento que la biblioteca posee y genera;
- la concepción de la biblioteca pública como un Agora o un espacio social de desarrollo del conocimiento y de la participación ciudadana, espacio en el que se oferten herramientas y recursos para su empoderamiento y capacitación, lugar que incorpore físicamente a su diseño esos nuevos lugares en los que hacer, pensar, dialogar e intercambiar sean tan indisolubles como factibles;
- la conceptualización de la biblioteca como un espacio híbrido, flexible y acogedor al servicio de la sociedad, adaptado a los nuevos servicios comunitarios que oferte;
Las bibliotecas escandinavas, más atrevidas aún, se atrevieron a vislumbrar hace algunos años cuál sería el aspecto de las bibliotecas públicas en 2040. En todo caso, poco tiene que ver el aspecto de estas nuevas bibliotecas con las que muchos de nosotros conocimos, y en esto la prospectiva hasta el 2020 es igualmente valiosa.
Las bibliotecas serán, en consecuencia, algo más parecido a un centro de recursos en el que la información se consulte pero, también, se genere, se difunda y se comparta, de manera que cada una de ellas se convierta en una plataforma que muestre lo que sus bibliotecarios y sus usuarios saben o necesitan saber. Herramientas de software libre como Gnowledge (Gstudio), que podrían integrarse en la gestión de la biblioteca, sirven para crear y comentar nodos, para añadir etiquetas y genear taxonomías sociales, para crear colecciones a partir de los intereses de los usuarios poniendo de manifiesto las relaciones que vinculan a distintos recursos, para crear grupos de trabajo de personas que comparten intereses afines. Si se habla de cogestión y participación y se pretende abrir a los usuarios el espacio de la biblioteca, necesitamos dotarnos de herramientas que nos permitan hacerlo. No hace falta, o al menos no es estrictamente necesario, que los bibliotecarios echen manos de colecciones prefabricadas, como las que ofrece BiblioBoard, porque los propios usuarios podrían asumir la tarea de generar colecciones o agrupaciones significativas de contenidos.
La gestión de fuentes y colecciones digitales híbridas y su eventual préstamo, constituye otro de los quebradores de cabeza de las nuevas bibliotecas, y ahí pueden echar mano de ofertas comerciales para contenidos sometidos a derechos (ODILO es, quizás, la que mejor comprende las necesidades de compra en firme y custodia que demandan los bibliotecarios y la que solicita márgenes comerciales más razonables a los editores) o de proyectos de software libre y abierto, como el de LibraryBox 2.0., que permiten la distribución de contenidos de libre acceso de una manera autónoma, sencilla y económica.
Las bibliotecas tenderán a convertirse en redes de conocimiento en las que los usuarios aporten activamente el fruto de sus pesquisas, de sus indagaciones y sus investigaciones, de sus proyectos y sus quehaceres, dentro de un espacio que deberá acomodarse a esas nuevas dinámicas y necesidades.
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