Literatura por la libre
Lectores 2.0. Con esta apelación, casi un manifiesto, y un diálogo con la Nobel Elfriede Jelinek, que apoya la iniciativa, se da a conocer Fiktion, una flamante plataforma gratuita de obras en alemán e inglés.
POR KATHARINA HACKER
Al ser parte de la industria del libro, los autores podemos opinar acerca de la situación actual, las preocupaciones del sector y sus causas, y reflexionar juntos sobre las ventajas de incluir nuestra perspectiva para hacer de esos cambios algo productivo. Fiktion es un experimento y a la vez una autoexperimentación. Por un lapso limitado, y al margen de las urgencias económicas, una editorial de autor publica libros cuidados y los ofrece gratuitamente en forma digital. Luego, los libros pueden publicarse en forma analógica, de acuerdo al deseo y las posibilidades de los autores y las editoriales eventualmente interesadas.
Lo que nos inspira es un interrogante: cómo encontrar lectores para una literatura que en este momento puede considerarse difícil o no redituable en términos del mercado. Los autores que apoyan Fiktion toman distancia de la proclama que dice: “Somos los titulares de la propiedad intelectual”. Lo que nos preocupa e impulsa no es que los contenidos vayan a divulgarse gratuitamente en la red –pasando por encima de nosotros–, sino que nuestra forma de escribir y pensar quede marginalizada, que parezca tan marginal en sentido económico como cultural que ya no podamos vivir de nuestro trabajo. Y, más allá de nuestro interés, preferimos vivir en una sociedad que sabe valorar obras y procesos cuidados y complejos.
El acceso gratuito a los textos puede verse como la liquidación y pérdida de estructuras establecidas o bien como la posibilidad de reconquistar a un público lector, incluso de conquistarlo. Quienes defienden el libre acceso a menudo deben enfrentar la acusación de ser cómplices de la destrucción de estructuras probadas, de ser los responsables en el caso de que las editoriales ya no pudieran garantizar la adecuada selección y edición de los textos. Por lo pronto no se sabe cómo repercutirá el acceso gratuito a los textos sobre su venta en forma de libro analógico.
Cuando algo se disuelve o parece disolverse, solemos aferrarnos a oposiciones que pueden llegar a desorientarnos. ¿Será que la cultura del libro se verá sofocada por el aluvión de textos digitales? ¿Existe alguna suerte de enemistad entre lo digital y lo analógico? ¿Acaso el hecho de pretender contratos diferentes de los usuales, de querer conservar los derechos de publicación electrónica y abogar por que los textos sean subidos gratuitamente a la red significa que los autores trabajan contra las editoriales?
Fiktion se propone como un complemento respetuoso de las editoriales tradicionales, un proyecto que se permite preguntar cómo podría enriquecerse el trabajo conjunto de autores y editoriales. Como una plataforma que permite los experimentos que parecen demasiado arriesgados a los ojos de las editoriales convencionales. Como autora de la editorial S. Fischer (Berlín) no me considero ni por un instante opositora a mi editorial, a cuya directora estimo muchísimo y sin cuyos editores mi trabajo sería mucho más engorroso, y, sobre todo, menos bueno.
Integro el consejo de Fiktion porque creo que el manejo de los textos en la red, sus posibilidades, puede ser productivo si reflexionamos más abiertamente al respecto, por qué no con mayor confianza e ingenio, y en un contexto más amplio: el de la sociedad.
Crecimos de la mano de un orden claro, jerárquico, que nos ayudaba a determinar qué es la literatura, lo importante. Tomemos el ejemplo de dos que pueden considerarse representantes de esa estructura: Siegfried Unseld y Marcel Reich-Ranicki. No sólo se les atribuía autoridad de juicio sino que encarnaban una sociedad, una comunidad a la cual era un honor pertenecer. Había centros alrededor de los cuales se nucleaban (según parecía) quienes eran importantes, talentosos. Más de una vez habrá sido injusto, aunque también tenía sus ventajas. Y no estoy hablando de mera autoridad como aquello que facilita la vida de uno. Sino de una concentración aliada al deseo de reunir a personas que pudieran elogiarse mutuamente. Es decir, se construye recíprocamente un espacio en el que somos perspicaces, bellos, ingeniosos, peculiares, profundos.
Unseld y Reich-Ranicki están muertos, no están más los críticos que pueden decirnos a los lectores qué debemos leer. Tampoco está más el editor que determina lo que debe ocupar un lugar preponderante no sólo en el mundo editorial sino también en la sociedad, lo que debe discutirse. Esas estructuras para la selección y difusión se han disuelto. Y lo que también forma parte de esta merma de jerarquías es la red. Excesiva, caótica como es, y también abundante en palabrerías y bullicio.
De todo esto una cosa es clara: el lector de poesía no se cansa de agradecer las posibilidades que ha creado la red. Y menciono la poesía por tres razones. En este momento la escena de la poesía ostenta una gran vitalidad, no sólo en Alemania, y su nivel es fantástico. ¿Acaso la poesía está sacando provecho de los cambios? En primer lugar, la poesía parece asistir a tiempos más fecundos que la prosa. En segundo lugar, en la red –pero también a través de la red– se han formado grupos, y mejor que eso, los autores intercambian opiniones unos con otros y hasta con los lectores (en mi opinión da lo mismo si esto ocurre en la red o en un café). En tercer lugar, la poesía suele ser sinónimo –la mayoría de las veces con razón– de textos concisos y complejos, es decir, concentración y complejidad.
Se dice que la complejidad (o la complejidad en exceso) es un rasgo característico de la red, de nuestra sociedad, del mundo globalizado. No creemos que se pueda disolver o mitigar la complejidad, que se la pueda domesticar por vía de la reducción. Creemos que debemos aprender a vivir en la complejidad porque difícilmente vaya a haber un mundo menos complejo que este en el que vivimos. Es más, creemos que es tarea de la literatura, del arte –se podría decir, de los intelectuales– señalar que la complejidad no sólo puede resultar atemorizante y amenazadora sino, por el contrario, revitalizante.
En este sentido damos por hecho que se puede convivir con la complejidad (la avalancha de impresiones, el exceso de imágenes, el caos) apelando a la concentración y al espíritu de comunidad.
Complejidad, concentración, comunidad son las figuras que deberían tomar la posta de las jerarquías ahora ausentes. Allí donde las formas de la jerarquía han construido una estructura podrían aparecer formas de comunidad.
Si ya no están esos pocos que determinan lo que leemos y escribimos, hay que decorticar de otra manera aquello de lo que la gente quiere hablar; es que a la gente le interesan las lenguas, las ideas, a la gente le interesa la gente, porque de otro modo se ve obligada a apartarse de un mundo que se muestra inmanejable y angustiante.
Quizá deba ser parte de la idea de comunidad que los autores, directores editoriales, editores, agentes, libreros nos consideremos espléndidos contemporáneos, intelectuales y anfitriones.
Creo que los escritores no estamos acertando cuando apostamos a que la literatura debe confirmar la vida, subordinarse a fórmulas mágicas como “impregnada de realidad”, “plena de vida”, “sensual”. La tarea de la literatura, creemos, no reside en la vida sino en la posibilidad del pensamiento y la percepción. No buscamos compensar con literatura un déficit de vida en el cual no creemos.
Sin embargo observamos que a nosotros, como a tantos otros, nos resulta cada vez más difícil insistir en lo que nos hace felices: concentrarnos y compartir con otros aquello en lo cual nos concentramos. Por ello no sorprende que aumente el interés por los libros bellos, aquellos que están cuidadosamente impresos y cocidos. En vez de lamentar que bajen las cifras de venta, que el mercado sólo deje lugar para algunos pocos títulos aislados, que prevalezca la estupidez por encima del ingenio, en vez de preocuparnos (y de hecho nos preocupamos) queremos pensar cuáles son las formas de comunidad que hacen a la literatura cuando se han apagado los faros. Nos preguntamos si los lectores no quisieran leer, como para variar un poco, algún otro elogio de una novela que no sea por ejemplo “cercana a la vida” o “inspirada”. Si no sería productivo reflexionar sobre las formas de lo artificial y, con todo respeto, reír cuando la crítica literaria olvida que en los textos de lo que se trata es de personajes y no de seres humanos.
Las editoriales tienen un acceso privilegiado a la forma de los libros. Un libro no es un accesorio. A mi entender, tampoco tiene por qué ser un sustituto de la vida. Sí debe mostrar algo: cuán variado y sorprendente es el mundo. Y que en el mundo hay mucho más para contemplar, tocar y leer de lo que uno se imaginaría antes de empezar a leer: sea en un dispositivo de lectura electrónico, sea en un libro.
K. Hacker es una novelista de origen alemán
(c) Fiktion.
Traducción: Carla Imbrogno
(c) Fiktion.
Traducción: Carla Imbrogno
http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Literatura-libre-Fiktion-Elfriede-Jelinek_0_1102089811.html
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