lunes, 30 de septiembre de 2013

“La tarea del editor es decirle a la gente por qué debe leer un libro y no irse a la playa”


Por Patricia Kolesnicov

30/09/13
Nadie que conozca, que haya visto trabajar a Juan Cruz, esperaría de él un libro atormentado. Sin embargo Especies en extinción, el último que escribió, lo es. Atormentado por la crisis del periodismo, por la crisis del mundo editorial, dos espacios entre los que él, como un anfibio, hizo su vida. Juan Cruz (Tenerife, 1948) es el periodista que entrevistó a-to-dos-los-es-cri-to-res-del-mun-do. Al que Mario Vargas Llosa recibió el día en que ganó el Nobel. El que estuvo en el secretísimo entierro de Susan Sontag. El que sabe qué hay de comer en la casa de Fernando Vallejo y se sentó a solas con la creadora de Harry Potter. Pero fue, también, director de la Editorial Alfaguara y responsable de la Oficina del Autor, un invento del grupo Prisa para “mimar” –dice él– a sus autores. Hoy, Juan Cruz llega la Argentina para participar del jurado del Premio Clarín de Novela, que se entrega mañana. Y el jueves presenta su libro. Esta charla tuvo lugar la semana pasada, por teléfono, cuando el autor estaba de visita en las Islas Canarias, donde nació.
Juan Cruz –de esto va el libro– estuvo desde el comienzo en el diario El País –cuando se acababa el franquismo–, se fue al mundo editorial y un día, en 2005, volvió. Pero nada era igual. “Desde hace mucho tiempo tengo esa sensación de devastación, desde que regresé al periodismo. Observé, o sentí más bien, el final del afecto, como elemento vertebrador de ambos oficios, del periodismo y del mundo editorial”.
-¿Y qué es lo que había hecho que se acabara el afecto?

-Creo que la confluencia de la crisis de la industria con una crisis de los valores. La industria, desde 2007, empezó a fabricar anticuerpos con respecto a lo que era básico, dejó de saber cobrar, de saber hacer negocio.
-¿Estás hablando de la industria periodística?
-Sí, sobre todo. Pero también empezaron, sobre todo en Estados Unidos, a mandar mensajes acerca de la industria editorial. El New York Times –año 2007– decía que las editoriales habían dejado de aceptar originales. Eso fue un aviso. Luego el mundo del periodismo empezó a aceptar como posible que se acabara el papel, el mundo del papel. El mundo del papel es simbólico, tú no destierras siglos de civilización de un plumazo. Ahora tú ves un esfuerzo enorme en las redacciones, tú haces 4 párrafos de una historia, creyendo que esa historia es lo mejor del mundo, pero el lector que la lee no va a pagar por ella, de modo que ha terminado no creyendo en ella. Lo que se da gratis no provoca exigencia.
-¿Eso afecta la calidad?

–Sin duda, hasta que me demuestren lo contrario. Que el Washington Post haya, por así decirlo, quebrado; que los periódicos hayan quitado gente de sus corresponsalías en el extranjero; que hayan cerrado periódicos significa que el modelo que ha venido ha provocado un fracaso. Y no ha generado ningún éxito. Los que se han aprovechado son los que fabrican maquinitas, porque fabrican muchas maquinitas.
-El libro camina entre dos oficios. ¿Qué fue lo mejor del oficio de editor?

–Lo mejor fue publicar los cuentos completos de Cortázar; reconstruir en el lector español y también latinoamericano, la presencia de Cortázar en el imaginario literario de una generación que ya lo había leído y de la que tenía que haberlo leído y todavía no lo estaba leyendo. Yo estoy muy orgulloso de eso.
-¿Cómo te pusiste a hacer eso?

-Porque un día, al entrar en Alfaguara, le dije a un tipo que habría que tener los libros de Cortázar en las librerías y me dijo: “Es que a Cortázar habría que traducirlo”. Eso me indignó de tal manera que organicé una campaña, aparte de publicar y recopilar los cuentos completos en una colección que nació entonces. La campaña se llamaba Queremos tanto a Julio, hay que leer a Cortázar. Para mí eso fue lo más importante. Y luego publicar a Vargas Llosa, que pasaba por un purgatorio prolongado, porque creo que había una imagen poco favorable de su literatura en función de lo que se creía que era su política. Esto ocurrió en torno a 1993, ya había sido candidato a la presidencia de Perú.
–¿Cómo hicieron?

–Lo hicimos posar en una cama, con un ambiente distendido alrededor, que lo quitaba de las garras de un público que hasta entonces parecía que era el único que iba a sus presentaciones. Fue cuando salió Los cuadernos de don Rigoberto.
Mario Vargas Llosa, que es un gran profesional, capaz de hacer lo que el editor le pide si es que le parece adecuado, entró en otros medios, empezó a estar en otros ámbitos, eso fue un apoyo a su figura. Fue poner en valor valores que tiene Vargas Llosa, independientemente de sus actitudes políticas.
–Pareciera que el oficio de editor está entre un intelectual y un experto en mercado.

–Toda la vida, la tarea del editor es decirle a la gente por qué debe leer un libro y no irse a la playa.
–¿Por qué debo leer un libro y no irme a la playa?

–Porque un libro está esperándote en ese momento y la playa está siempre. Si no lees un libro ahora, probablemente no tendrás capacidad para afrontar ninguno de los demás placeres. Leer te abre los poros a todas las percepciones.
–Decís en el libro que te ocupabas de hacer felices a los escritores. Contame algunos trucos.

–Decirle al escritor lo que ha hecho bien, decirle lo que han dicho de bueno de él, decirle que a la mitad del camino es cuando uno debe sentir que está escribiendo lo mejor del libro, decirle que empezar es lo más interesante y que terminar es lo mejor de la vida. Porque en todos los momentos el escritor piensa que lo que está haciendo es un desastre. Cualquier escritor es un ser inseguro.
–¿Vargas Llosa es un ser inseguro? ¿Pérez-Reverte?

–Hay excepciones, hay excepciones... pero son mentira.
–O sea que no hay.

–Yo entiendo que no hay excepciones. Cuando terminaba un libro Saramago, o Pérez-Reverte, yo percibía que hasta que alguien que estuviera encargado de ponérselo en la prensa no le dijera “Oye, qué interesante, qué bien este final”, hasta ese momento, el escritor estaba totalmente desamparado, pasara lo que pasara. Fuera quien fuera, de Susan Sontag a Carlos Fuentes.
–¿Algunos lo dejan ver más? ¿Te preguntan?

–Es conmovedor cómo acepta Vargas Llosa lo que le digas de los libros, es como un chiquillo todavía publicando.
–Decís que como editor querías representar algo así como la producción literaria latinoamericana. ¿Cuál fue tu vínculo con eso?

–Como lector: yo era lector de todo el boom. Pero aparte, me di cuenta de que teníamos unos escritores espléndidos en América Latina y que era un mundo inexplotado totalmente por las editoriales grandes, españolas o latinoamericanas. Entonces yo, a través de la colección de cuentos completos, yo y mis compañeros de entonces, vimos que ahí había un lugar donde, aparte de publicar lo que queríamos, que era literatura hispanoamericana, podíamos hacer negocio.
– Los conocés: ¿tenés un truco para entrevistar escritores?

-Sí: pregunto por su infancia. Es muy raro que la gente no haya tenido una infancia que le guste contar. A partir de ahí te lo pueden contar todo.
–¿Qué espera un escritor de su entrevistador?

–Que lo entienda.
Juan Cruz habla como si tuviera toda la vida pero está apurado, como siempre. Se va a un agasajo que le hacen sus “paisanos”.
–¿Sabes lo que voy a contar? Cómo aprendí a leer.
–¿Cómo aprendiste a leer?

–Mi madre tenía una hoja de periódico que alguien le había prestado, sobre un suceso que ocurrió en 1956, una inundación en la isla de La Palma. Durante meses y meses, como en casa no había otra lectura que eso, así me hice yo lector.
–O sea que vas a usar el mismo truco que con tus entrevistados, contar tu infancia.

–Exactamente.

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