La gran fiesta del libro ya está en
marcha y recibirá importantes visitantes de Europa y América Latina.
Además, por primera vez una ciudad, Ámsterdam, será la invitada de honor
y estará representada por sus mejores escritores, entre los que se
cuentan Cees Nooteboom y Herman Koch. Desde allí, la cartografía de una
literatura que merece ser conocida
Definir una ciudad en una única sentencia tiende a la decepción. En Amsterdam Global Village
(1996), Johan Van der Keuken (1938-2001), uno de los maestros del
documental contemporáneo, retrata de manera novedosa la capital que lo
vio nacer. En la película, una cinta-río de más de cuatro horas, se
suceden las imágenes y por medio de ellas se propone un fresco que
termina excediendo el marco urbano al que buscaba atenerse. Ámsterdam
es, parece sugerir la obra de Van der Keuken, las historias que la
habitan, y esas historias no están necesariamente atadas a la ciudad:
sus personajes vienen de tantos puntos cardinales que Ámsterdam se
ramifica hasta alcanzar los confines del mundo, tanto geográfico como
cultural.
Esa variante cosmopolita puede contrastarse con otras
figuraciones de la capital neerlandesa, que inaugura este año una nueva
modalidad de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires: la de
tener una ciudad invitada de honor. (Las actividades se desarrollarán en
un espacio especial: el Café Ámsterdam.)
El contraste bien puede proveerlo la literatura, que es
la verdadera agasajada, y, más precisamente, Maarten Asscher,
novelista, poeta y director de Athenaeum, la más atractiva e inquieta
librería de Ámsterdam, y uno de los autores que se mudarán por unos días
a la Argentina para representar a su ciudad y, por inevitable propiedad
transitiva, a la literatura holandesa en su conjunto. En su libro H2Olanda
, que aún no tiene edición completa en español, no se aboca a rastrear
la heterogénea multitud que fermenta en sus calles. Busca, en cambio,
comprender los Países Bajos según la relación que establecen sus
habitantes con uno de sus elementos fundamentales: el agua omnipresente,
desde "el minúsculo charquito redondo que se forma en el inodoro", el
más exiguo y privado de todos los remansos, hasta el trato inevitable
con el más ingente y el más público Mar del Norte.
Pueblo histórico de marinos y mercaderes, los
holandeses han venido ganándole terreno al líquido elemento con pólderes
y represas desde tiempos distantes. La estrategia tuvo sus momentos más
febriles en el siglo XVII, cuando se construyeron la mayoría de los
canales de la ciudad -mucho de los cuales fueron más tarde
"rellenados"-, y a fines del siglo XIX y principios del XX, pero esas
actividades remotas siguen moldeando la ciudad de hoy. "Con su cuádruple
cinturón de canales concéntricos en forma de herradura -escribe
Asscher-, Ámsterdam es la ciudad holandesa más característica donde se
puede vivir de esa manera cerca del agua pública, conviviendo con ella."
La coincidencia de rigor religioso y la hibridez de la
actividad portuaria dejaron otro tipo de huellas, en apariencia
contradictorias, que perduran: por un lado, las ascéticas agujas de
iglesias que siguen dominando en parte la ciudad y, por otro, una
tolerancia histórica que en las últimas décadas se asocia, de manera
demasiado inmediata, con la liberalidad en materia sexual o
psicotrópica.
Ámsterdam parece seguir siendo idéntica a sí misma,
aunque -más allá de los fantasmas recurrentes de Spinoza, de Rembrandt o
de Anna Frank (la casa en que vivió oculta y en la que escribió su
celebérrimo diario es hoy un museo)- algunas cosas vayan mutando
ineluctablemente. El célebre Barrio Rojo ha devenido un recorrido
turístico y la suba de alquileres parece haber mermado su tráfago
habitual. La ciudad sufre problemas de estacionamiento, pero no de
automóviles, como podría esperarse, si no de bicicletas, que se han
convertido en una plaga de alta intensidad.
A algo, contra todo, Ámsterdam en particular, y Holanda
en general, parecen mantener fidelidad. Y eso es su relación con los
libros y la lectura. El país tiene diecisiete millones de habitantes,
pero la industria editorial conserva, a pesar del mercado relativamente
acotado, una frondosa actividad. La lengua, un idioma poblado de
consonantes apretadas y raras circunvoluciones velares, suele ser objeto
de bromas de parte de los propios holandeses, que, más por necesidad
que por pasión, optan por el inglés como segunda lengua. Sin embargo, la
mayoría de los lectores, cuando leen literatura extranjera, optan por
hacerlo en su propio idioma. Holanda es también una buena divulgadora de
sus escritores en el exterior, tarea de la que se encarga la fundación
Nederlands Letternfonds, que impulsa traducciones y otro tipo de
actividades relacionadas con la divulgación de la vida editorial.
Un punto de partida
Como toda literatura "exótica", la que se escribe en
lengua holandesa requiere de una mínima señalización. Un buen punto de
partida desde el que abordarla es Narrar Ámsterdam , volumen
antológico compilado por Micaela van Muylem y Victor Schiferli que,
publicado por Eduvim, se distribuirá en la Feria. El volumen, que
concluye con un fragmento del libro de Asscher, incluye relatos de
algunos autores del siglo XX ya fallecidos (Nescio, Rudy Kousbroek o Jan
Wolkers), y un espectro de narradores actuales que demuestran que una
ciudad, por idiosincrásica que sea, es la suma de los que saben
contarla.
La selección incluye textos de muchos de los escritores
que vendrán para la ocasión (Cees Nooteboom, Gerbrand Bakker, Arnon
Grunberg, Carolina Trujillo, Jan van Mersbergen, Herman Koch), un
importante autor que visitó la Argentina con anterioridad (es el caso de
Thomas Rosenboom: de su paso porteño surgió una novela breve llamada Tango
, de la que llegó a circular en su país un millón de ejemplares) y
otros menos conocidos entre nosotros, como Margriet de Moor, Remco
Campert, Esther Gerritsen, Arthur Japin, Adriaan van Dis o A. F. Th. van
der Heijden.
El bosque contemporáneo no debería tapar, al menos no
por completo, los clásicos. A caballo entre los siglos XIX y XX, se
encuentra Louis Couperus (algunos especialistas comparan su Eline Vere con Anna Karenina y Madame Bovary
). También Marcellus Emants (1848-1923), un autor asociado de manera
indirecta al naturalismo y del que El Fiordo acaba de publicar, en
impecable traducción de Diego Puls, su narración más importante: Una confesión póstuma
. Hay un rencor casi dostoievskiano en el relato impasible de ese
personaje que confiesa por escrito el crimen de su esposa y no es
inverosímil que J. M. Coetzee (del que se volverá a hablar más adelante)
haya reparado en ese texto y la importancia histórica de su realismo
cerebral.
Una figura cronológicamente más actual -y por demás
inclasificable- es Nescio, revalorizado fuera de las fronteras
holandesas gracias a la publicación por The New York Review of Books de
sus Historias de Ámsterdam . Por su engañoso estilo ligero, por
su ironía, se lo compara con Chejov, aunque el propio escritor
compartía mucho con Bartleby. Tras el seudónimo Nescio (que, en latín
significa "ignoro" o "no sé") se escondía J.H.F. Grönloh (1882-1961),
que hizo carrera dentro de una compañía comercial y que, sólo hacia el
final de su vida, cuando sacó un segundo libro y aceptó la autoría de
sus relatos, explicó de la siguiente manera su silencio: "Trabajé toda
mi vida en una oficina. Si la gente de esos círculos descubre en uno una
tendencia de esa clase, puede pensar que no es apto para el trabajo".
Otro autor que debe sumarse a esa lista de escritores
curiosos es Rudy Kousbroek (1929-2010), que nació en Sumatra, pero
emigró a la metrópoli, Ámsterdam, al final de su adolescencia. La
flamante edición de El secreto del pasado (Adriana Hidalgo),
que forma parte de su estilo tardío, descubre a un escritor singular. A
su técnica la denominaba "fotosíntesis": parte de una fotografía para
construir un relato que participa del ensayo y de la narración
autobiográfica. No en vano uno de esos textos se llama "Funes" y hace
referencia al deseo de querer recordarlo todo.
Como Kousbroek, Hella S. Haasse (1918-2011) nació en la
por entonces colonial Indonesia y esa infancia distante marca buena
parte de su obra. Haasse, considerada la escritora más relevante de su
país, ha tenido más fortuna en idioma francés, donde está traducida casi
por completo, aunque Edhasa ha publicado en español algunas de sus
narraciones, incluyendo la última, El ojo de la cerradura . Los señores el té
(que algún memorioso podrá conectar con alguna de las primeras las
novelas indochinas de Marguerite Duras) tuvo, a falta de una, dos
ediciones distintas en español.
Existe el consenso en el ámbito de la literatura
holandesa, sin embargo, de que hubo tres escritores mayores en la
segunda mitad del siglo pasado. Uno de ellos, Harry Mulisch (1927-2010),
ha sido ampliamente traducido: los otros dos, Willem Frederik Hermans
(1921-1995) y Gerard Reve (1923-2006), por el contrario, han tenido
escasa suerte en castellano.
La celebración de Mulisch en su patria es de fácil
constatación: basta con recorrer la novísima biblioteca de Ámsterdam. En
el último piso, una inmensa sala traslúcida, que exhibe en gran tamaño
la firma del escritor, representa la clave de bóveda de su novela mayor:
El descubrimiento del cielo . De padre austriaco y madre
judeo-alemana, Mulisch trató de conjurar su historia personal (hay mucho
de ella en Max, uno de los protagonistas de la novela) en ese libro,
publicado en 1992, que narra el triángulo amoroso entre dos individuos
al borde del genio y una chelista, y la llegada al mundo de Quentin, la
persona destinada a romper el pacto que hasta ese momento existía entre
Dios y los hombres. La novela, plena de erudición, tiene un aliento
tragicómico y fáustico en el que se constata el fin de una era y el
comienzo de otra, iniciada tras la Segunda Guerra Mundial y que en los
años sesenta, cuando principia la acción, se torna imparable. Mulisch,
crítico implacable del mundo dominado por la tecnología, investigó los
dilemas morales que surgieron a partir del Holocausto en muchas otras de
sus novelas, entre las que pueden señalarse El atentado y El procedimiento .
Hermans y Reve (1923-2006) son más esquivos. La escasez
de versiones a cualquier idioma se debe en gran medida -según aseguran
algunos críticos literarios en su país natal- a su temor ante la
posibilidad de ser traducidos y, por lo tanto, traicionados.
Sólo en los últimos años se publicó a Hermans en
español, un autor que se dedicó a la ficción y el ensayo, y que produjo
algunos de los libros más oscuros y angustiantes sobre la Segunda Guerra
Mundial. El cuarto oscuro de Damocles es considerada una de
sus obras maestras. Explora la ambigüedad del conflicto, por medio de un
miembro de la resistencia que le pide a un joven que revele una
fotografías que comprometerían a los nazis. A partir de allí, empieza a
desgranarse el caos del mundo. No dormir nunca más , en cambio,
es una parábola existencial en la que un joven geólogo (Hermans era
geógrafo) parte a Noruega para investigar cráteres de la zona. Queda por
descubrir la inédita en español Lágrimas de las acacias , que transcurre en Ámsterdam y Bruselas durante la guerra y la liberación.
Reve es un caso más extremo y controvertido. Autor de
vocabulario exquisito (en Holanda subrayan el uso insólito que hace de
términos arcaicos), personaje público de una ironía afiladísima,
homosexual declarado en tiempos difíciles, anticomunista ferviente, fue
un escritor fecundo. De él sólo se consigue en español Las noches , que Acantilado publicó un par de años atrás. La novela, con el sugestivo subtítulo de Un relato de invierno
, es de 1947, pero parece escrita hoy: sigue durante los últimos diez
días del año las solitarias pesadillas de un joven oficinista, que vive
aún con sus padres, y cuyo tedio impregna de sarcasmo cada página. El cuarto hombre
, una de sus novelas más conocidas en Holanda, en que la sexualidad en
sentido absoluto -uno de los temas que permean gran parte de la obra de
Reve- cumple un papel central, dio origen a la película de Paul
Verhoeven.
Dos casos singulares
En pocos casos puede comprobarse con tanta claridad que
una literatura es, más que una pertenencia nacional, un estado de la
lengua. Un ejemplo individual es el del Premio Nobel sudafricano John
Maxwell Coetzee, que, aunque escribe en inglés, tiene como lengua
materna el afrikaans, la variante del holandés que medró a partir del
siglo XVII en aquel territorio del sur del África y muy particularmente
en la provincia de Ciudad del Cabo, de donde es oriundo el escritor. Su
tarea como traductor de clásicos neerlandeses al inglés y el clima
afrikaans de muchos de sus libros (su autobiográfico Infancia ,
en particular) hace que en los circuitos literarios de Ámsterdam se lo
considere, si no como integrante de esa literatura, un inestimable
compañero de ruta.
Distinto, y colectivo, es el caso de la literatura
flamenca. La región flamenca pertenece a Bélgica (para encontrar las
razones de esa adscripción geopolítica hay que remontarse a la guerra de
los Ochenta Años y a la guerra de independencia contra España), pero el
idioma que se habla dentro de sus confines es un dialecto del holandés.
Los autores de esa literatura "belga" publican por lo general en casas
editoriales de Ámsterdam y mantienen una relación estrecha con la
actividad cultural de la ciudad y del país.
Sería una acotación al margen si no fuera porque el
flamenco Hugo Claus (1928-2008), uno de los más importantes escritores
de Bélgica, es también uno de los autores clave de la literatura
holandesa que, sin demasiados conflictos nacionales, lo considera
propio. Claus fue pintor, autor de piezas teatrales, poeta y, también,
un novelista de primer orden. Publicó una quincena de narraciones
largas. La mayoría pueden encontrarse en Anagrama: desde El asombro hasta Belladona , pasando por la perfecta obra maestra bohemia que es Una dulce destrucción , en la que recrea sus años como miembro activo del influyente grupo artístico Cobra. Su ópera magna, La pena de Bélgica
, sin embargo, una extensa novela de contornos autobiográficos que
narra a través de la mirada de un chico la guerra en Flandes, con su
carga de colaboracionismo y delación, circuló en la Argentina a
cuentagotas.
De Nooteboom a los nuevos
Uno de los más bellos (y breves) libros de Cees Nooteboom, La historia siguiente
, habla de un erudito de lenguas clásicas, que una buena noche se
acuesta en Ámsterdam y a la mañana siguiente despierta en un hotel de
Lisboa, otra histórica ciudad portuaria que, de la mano de Fernando
Pessoa, convoca los fantasmas de la identidad. Tal vez no se requiera de
otro símil para explicar los puentes que pueden tender la ficción y sus
palabras.
La figura de Nooteboom, que este año cumplirá los ochenta años, funciona, a priori
, como faro ineludible para conocer el estado de la actual literatura
holandesa. Es, a buena distancia, el autor más traducido a otras
lenguas. En la prolija biblioteca de la fundación Letterenfonds, donde
se reúne un ejemplar de cada obra holandesa publicada en otro idioma,
sus libros ocupan, con sereno absolutismo, varios anaqueles. Sin
embargo, Nooteboom es un escritor atípico si se lo compara con Mulisch o
Hermans; más cosmopolita, menos obligado a pertenecer a un solo lugar o
una sola literatura. Su pasión primordial han sido los viajes -a pesar
de la edad, la inquietud nómade perdura-, y ha dejado registro de ellos
en una cantidad importante de relatos sobre diversos rincones del mundo,
aunque muestre una particular predilección por España. Sus narraciones y
novelas, cultivadas y dadas a la ensoñación (además de la ya nombrada,
pueden sumarse a la lista El día de todas las almas , Rituales , El desvío de Santiago
), exploran las muchas encarnaciones de la contemporaneidad. Nooteboom
es, por lo demás, un polígrafo. En Buenos Aires, dará a conocer la
traducción de Cartas a Poseidón y presentará Luz por todas partes
(libro que reúne sus versos), lo que lo convierte en el único bardo del
contingente holandés, además de Anne Vegter, la flamante poeta laureada
holandesa.
De los escritores más asentados, se podrá extrañar a Thomas Rosenboom ( Carne lavada ), a Leon de Winter y a Frank Westerman ( Ingenieros del alma
), un autor que trabaja la no ficción de manera notabilísima. Pero,
además del ya nombrado Maarten Asscher, sí vendrá a Buenos Aires Herman
Koch, que, gracias a la publicación de La cena (Salamandra) en
inglés, se ha convertido en un fenómeno literario de ventas en Estados
Unidos. Su fórmula no es necesariamente novedosa. Koch combina el thriller
, la novela psicológica y cierto realismo social. No es un estilista
-ni pretende serlo-, pero tiene una notable capacidad para desviar sus
novelas abruptamente, hacia el rincón menos pensado. La cena es
una novela sobre la paternidad, sobre los límites que se pueden
transgredir o no en el intento de defender a los propios hijos, pero,
bajo cubierta, es también una reflexión llena de adrenalina sobre el
modo en que la circulación de la información afecta la vida
contemporánea.
Es una cuestión tan vieja como la literatura -sobre
todo si, como quería Barthes, se remonta la historia del término a poco
más de dos siglos- determinar si la oposición de calidad y éxito es
universalmente obligatoria. Gerbrand Bakker (1962), otro de los autores
que participará de la Feria del Libro, involuntariamente hizo coincidir
esos dos polos con su primera novela, Todo está tranquilo arriba
. Además del respaldo crítico y las ventas que lo convirtieron de un
día para otro en uno de los autores claves de la literatura europea,
Bakker obtuvo por ese libro el Impac, uno de los premios de mayor
dotación pecuniaria para una obra individual. Lo que importa en todo
caso es hasta qué punto va a contracorriente: el ambiente de la novela
es rural y está narrada desde el punto de vista de un granjero que desde
la primera página descubre que vive la vida de otro. La novela, editada
en España por El Rayo Verde, tendrá edición local en Bajo la Luna.
El temperamento de la literatura más nueva está
representado por tres escritores muy distintos. El más conocido para el
lector en español es el hiperproductivo Arnon Grunberg (1971), que ha
publicado más de una decena de novelas con su nombre, otras bajo la
firma Marek van der Jagt, y varias obras de teatro. También es un
habitual autor de columnas periodísticas. En la ficción de Grunberg, que
vive entre Nueva York y Dublín, campea un humor provocativo, en la que
su origen judío ocupa un lugar central. Su álter ego Van der Jagt es el
narrador de Monógamo , un breve texto en que se debaten las formas de dominación del amor contemporáneo, con alusiones a Don Juan y al Adolphe , el clásico de Benjamin Constant. El refugiado
es otro tratado sobre los vínculos afectivos (aunque de estructura
novelística más clásica, cómico pero también melancólico). Su novela más
deliberadamente transgresora -la que más escándalo causó- es El mesías judío
(2004), en la que un descendiente de nazis busca saber más sobre el
sufrimiento de los judíos para terminar convirtiéndose en adlátere del
sionismo.
Jan van Mersbergen (1971), por su parte, es
comparativamente parco. Su libro más reconocido hasta poco tiempo atrás
tiene un título con reminiscencias de Hemingway, Mañana estaremos en Pamplona , pero Al otro lado de la noche , su última novela, fue considerada una revelación. Transcurre durante el vastelaovend
, la noche inaugural de carnaval, celebración que es muy popular (algo
desconocido para cualquier lector que no sea holandés) en el sur
católico del país, y su protagonista es un hombre agobiado por su
relación amorosa, que se entrega, en un clima regado por el alcohol, al
frenesí de la fiesta.
De la avanzada holandesa forma también parte,
finalmente, Carolina Trujillo, la más extraterritorial de todos estos
escritores. Nacida en Uruguay, criada en Ámsterdam durante la dictadura
en su país natal, Trujillo publicó su primer texto en español (la editó
Colihue en 1991: De exilios, maremotos y lechuzas ), pero terminó por volver a su país adoptivo, donde ya lleva escritas y publicadas dos novelas ( El bastardo de Mal Abrigo y El regreso de Lupe García ) en el idioma literario que eligió o por el que fue elegida.
De manera similar a lo que ocurría en la novelita de
Nooteboom, la literatura holandesa se despertará lejos de los canales de
su capital, Ámsterdam, donde casualmente estará siendo coronada como
reina una argentina, Máxima Zorreguieta, por la que todos, en su nuevo
país, parecen sentir especial predilección. Qué surgirá de ese despertar
en Buenos Aires, del descubrimiento de las antípodas, del encuentro de
sus escritores con un río ancho como el mar será la historia siguiente.
Principales actividades en el café ámsterdam
Hoy, 20 horas. "Ámsterdam para
principiantes". Participan Jan van Mersbergen, Carolina Trujillo,
Maarten Asscher, Cees Nooteboom, Claudia Piñeiro y Patricia Kolesnicov.
Domingo 15 horas. Presentación de Una confesión póstuma, de Marcellus Emmants. Participan Diego Puls y Pieter Steinz.
Lunes 29, 19 horas. Mesa redonda: "Literatura
y fútbol: Mundial 78. Dos escritores neerlandeses y un argentino
conversan sobre la final". Participan Herman Koch, Jan van Mersbergen y
Juan José Becerra.
Martes 30, 18:30. "Cartas a la reina. Los
escritores holandeses dan la bienvenida a la reina Máxima con una carta
personal." Participan Arnon Grunberg, Gerbrand Bakker, Herman Koch y
Anne Vegter.
Miércoles 1 de mayo, 19:30. Encuentro entre dos ciudades: Ámsterdam-Buenos Aires. Conferencia a cargo de Cees Nooteboom.
escritores
Cees Nooteboom La Haya, 1933 Ha
escrito novelas, ensayos, pero también ha sido un fecundo autor de
libros de viajes. Es el autor holandés más traducido. Obras: En las
montañas de Holanda, La historia siguiente, Rituales, El día de todas
las almas, El desvío a Santiago, Hotel nómada.
Anne Vegter Delfzijl, 1958 Flamante
poeta laureada de Holanda, publicó sus primeras colecciones a comienzos
de los años 90. En 2004 recibió el premio Anna Blaman por el conjunto
de su obra. Sus versos traducidos al español figuran en 50 poetas de
Ámsterdam, publicado por Eloísa Cartonera.
Gerbrand Bakker Wieringerwaard, 1962 Con
su primera novela, Todo está tranquilo arriba, obtuvo el prestigioso
premio Impac, galardón que obtuvieron antes autores de la talla de Orhan
Pamuk o Michel Houellebecq. Otras obras: Juni ("Junio", 2009) y De
omweg ("El desvío", 2010).
Herman KochArnhem 1953Columnista, en su
momento actor, hoy novelista a tiempo completo, es el autor holandés
más popular a nivel internacional y figura en la lista de best sellers
de The New York Times. Obras: La cena, Casa de verano con piscina.
Arnon Grunberg Ámsterdam, 1971 Comenzó
a publicar en 1994, cuando vio la luz Lunes azules. Además de su propio
nombre, ha utilizado el seudónimo Marek van der Jagt. Obras: Cómo me
quedé calvo, El refugiado, El mesías judío, Monógamo.
Wouter van reek Ámsterdam 1960El
dibujante, diseñador y realizador de films animados es uno de los
invitados especiales de la Feria. Participará en un taller de
ilustración para chicos el lunes próximo a las 14.30 en el Café
Ámsterdam. Obras: El mirador de Pinzón, Pinzón y los inventos, Pinzón y
la tormenta.
El descubrimiento del cielo
Harry Mulisch Tusquets Tragicomedia
plena de erudición, esta ingente novela de Mulisch narra, a partir
del triángulo amoroso que le dio vida, las aventuras y peripecias de
Quinten, aquel al que el cielo designó para disolver el pacto entre Dios
y los hombres.
El día de todas las almas
Cees Nooteboom Siruela / Debolsillo Esta
extensa y reflexiva novela cuenta la historia de Arthur Daane, un
hombre en duelo que deambula por Berlín mientras filma al azar. El
encuentro con una misteriosa mujer lo dirigirá hacia nuevos destinos.
Narrar Ámsterdam
Varios autores Eduvim Preparada
especialmente para esta Feria del Libro, Narrar Ámsterdam, antología
compilada por Micaela van Muylem y Victor Schiferli, permite sumergirse
en el espíritu de la capital holandesa a través de algunas de las
mejores páginas que le dedicaron sus escritores.
El secreto del pasado
Rudy Kousbroek Adriana Hidalgo Kousbroek
es uno de los autores más originales de la literatura holandesa y ésta
es la primera vez que se lo traduce al español. En El secreto del pasado
trabaja sus narraciones-ensayo a partir de una fotografía en blanco y
negro, sistema que el autor bautizó como "fotosíntesis".
No hay comentarios:
Publicar un comentario