Por Marcelo A. Moreno
15/09/13
Las imágenes. Las imágenes espeluznantes de chicos muriendo bajo los efectos del gas sarin.Imágenes que pensábamos que no volveríamos a ver. En ese elemento, en su difusión a través sobre todo de YouTube, basó Barack Obama su discurso en el que accedió a no bombardear objetivos militares del régimen de Al Assad en Siria para facilitar las negociaciones.
También en ese discurso les respondió a algunos estadounidenses que se habían comunicado con él a través de esas redes sociales. No hay duda de que el presidente de los Estados Unidos es muy consciente del poder viral de Internet y de que vivimos inmersos en una cultura de la imagen. En la que vale tanto lo que él dice sobre los horrores en Siria como muestra la imagen de cómo lo dice: sin un asomo de esa sonrisa que le sale fácil, después de llegar a los micrófonos luego de recorrer en completa soledad un largo pasillo. La escenografía -en este caso escueta, despojada- resulta tan importante como las palabras. Sus gestos, firmes, acaso más.
Resulta más que complicado concebir a Jorge Mario Bergoglio reunido -casi a como cualquier político- con uno o varios asesores de imagen. En realidad, imposible. Pero no hay duda de que también es muy consciente de la potencia de las imágenes. Su última aparición en una “renoleta” -Renault 4 de 1984, con 300 mil kilómetros encima, que le regaló un cura de pueblo- habla tanto o más que sus palabras en favor de una Iglesia de y para los pobres.
O su paseo por las calles de Río de Janeiro a bordo de un coche común y corriente, con los vidrios bajos, permitiendo -para martirio de sus guardaespaldas- que la gente lo tocara, lo besara, casi se le arrojara por la ventanilla.
O sus fotos con los balseros en la isla de Lampedusa, abrazándolos y estrechándoles las manos. A ellos, los últimos y quizá los más desamparados en medio de una Europa que cada día los detesta más, con el avance de partidos de ultraderecha que proponen echarlos a patadas del continente. Esas imágenes expresan aún quizá con más claridad lo que les dijo: “Muchos de ustedes son musulmanes, vienen de otros países, de situaciones distintas. No tenemos miedo a la diferencia. (…) La fragilidad de ustedes desenmascara nuestros egoísmos, nuestras falsas seguridades, nuestros pretextos de autosuficiencia.
” Para terminar, bien terminante: “¡La integración es un derecho!”.
Y estas imágenes -que nos llegan por los medios y cada vez más en red- nos hablan de lo que el pensador Gilles Lipovetsky llama “la espectacularización de los valores”.
Aquí acaba de salir “Las caras de la mentira (y de la verdad)”, un libro de un especialista en comunicación no verbal, Sergio Rulicki, que analiza gestos de comunicadores de diverso pelaje. Entre ellos figura la doctora de Kirchner, la dama que ostenta un luto prolongadísimo para los usos y costumbres de nuestros días, acaso sólo explicable en términos de rédito electoral.
Entre otras cosas, Rulicki observa las manos de la Presidenta en los actos públicos. Manos que pueden parecer garras o palomas, según las circunstancias, cuyo vuelo hipnotiza de acuerdo al autor, pero que en general cargan con unos 40 mil dólares. En la izquierda lleva un Rolex President cuyo valor ronda los 20 mil dólares y un anillo de oro blanco y amarillo de 18 kilates con un brillante que se cotiza a unos 10 mil dólares. En la derecha, otro anillo de zafiro con oro y platino que sale también cerca de 10 mil dólares.
Eso -más un collar que no es precisamente de fantasía- para hablarle a los pobres habitantes de la villa 21 de Barracas sobre las ventajas de tener una Casa de la Cultura, con secretario incluido, dentro del asentamiento. O para explicarles a obreros cuyos sueldos son expoliados por el agobiante proceso inflacionario sobre las ventajas del modelo de crecimiento con inclusión socia l. O para contarle a un periodista amigo ante las cámaras de canal 7 que a ella le costaría mucho explicar lo que es el peronismo. Y también, el kirchnerismo. Como si se tratara de misterios y hubiera una voluntad para mantenerlos en ese limbo lejano a la razón.
Pero siempre con las joyas puestas.
Joyas que valen muchísimo más que mil palabras. Y que no pertenecen al ámbito del discurso sino a la más ostentosa y grosera materialidad.
http://www.clarin.com/sociedad/palabras-cosas-cultura-imagen_0_993500732.html
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