El Diagnóstico neuropsicológico en los Trastornos del Espectro del Autismo
Existen distintas definiciones del Trastorno del Espectro del Autismo
(TEA), las cuales a lo largo de los años, han dejado claro que en este
trastorno, hay una importante afectación en el desarrollo de las
capacidades del niño, referentes a tres áreas fundamentales: la relación
social recíproca, el lenguaje y la comunicación, y en los procesos que
intervienen en la flexibilidad cognitiva y la simbolización. Partiendo
de esto, y siguiendo los lineamientos propuestos en el nuevo Manual de
Diagnóstico de Trastornos Mentales DSM-V, en el que se ajustan los
criterios de evaluación de los Trastornos del Espectro
del Autismo; resulta de gran relevancia la evaluación integral del niño
desde los distintos contextos donde se desenvuelve: familiar, escolar y
clínico. Según lo planteado, el nivel de adaptación del niño en estos
contextos, será una información indispensable para establecer el
diagnóstico, así como el empleo de pruebas de diagnóstico
especializadas. En este sentido, el grado de afectación estará
clasificado en cuatro niveles según la gravedad del cuadro. Partiendo
desde un grado más severo, hasta los rasgos subclínicos que no llegan a
interferir en el desempeño del niño. Por lo tanto, la limitación
condicionante del TEA en la adaptación de la persona y su desempeño de
forma independiente en los distintos contextos, será determinante para
establecer no solo el grado de afectación, sino también hasta qué punto
esas características precisan de un nombre en la clasificación dentro de
los trastornos mentales.
En concordancia con lo anterior, para realizar un
diagnóstico adecuado, es importante implementar un modelo de evaluación
neuropsicológica que permita la participación no solo del profesional,
sino también de la familia y de otros organismos médicos y educativos
que intervienen en el diagnóstico clínico. De esta manera, se facilitará
la unificación de criterios y se favorecerá la oportuna intervención
clínica y terapéutica del niño.
Un aspecto muy importante a tener en cuenta
cuando se habla de diagnóstico en el TEA, es la detección temprana de
los síntomas del mismo. Es decir, el diagnóstico temprano o anterior a
la etapa escolar. Al respecto, la detección de los síntomas por parte de
servicios sanitarios, educativos, o de la propia familia, se realiza
cada vez a una edad más temprana; en consecuencia, la llegada de niños
con edades comprendidas entre los 18 meses y los 3 años a los Servicios de Valoración y Diagnóstico es más frecuente. Los principales síntomas de TEA que la familia y el centro de educación
infantil pueden observar antes de los dos años, atienden a escasas
conductas de referencia social como mostrar objetos, señalar para
compartir interés, mirar a un objeto sostenido o señalado por otra
persona, dificultades para responder
y dirigir expresiones emocionales a otros, como la sonrisa social,
compartir afecto positivo, etc; sobretodo, para iniciar conductas de
atención conjunta. También se observa una interacción menos sincrónica
con la madre; síntomas referidos en estudios anteriores por diversos
autores. A éstos se añaden conductas como una menor anticipación al
refuerzo de estímulos sociales y ausencia o menor frecuencia de
respuesta de orientación al escuchar su nombre. Otras características
referidas son la falta de interés social, reactividad, y escasa
imitación. En relación al lenguaje, se ha observado que los niños con
TEA pueden tener un retraso en el lenguaje expresivo-receptivo, una
entonación atípica, incorrecta estructuración y uso del lenguaje, así
como una menor coordinación de las conductas comunicativas no verbales
con el lenguaje hablado.
Por otro lado, algunos estudios también informan de
patrones atípicos en la conducta motora, como tomar posturas inusuales
especialmente de manos y dedos, conductas repetitivas a nivel verbal y
motor, incluso también se puede observar mayor actividad motriz. Las
conductas sensoriales inusuales, tales como el análisis visual de
objetos, mayor dificultad para desenganchar la atención de estímulos
visuales, y cuadros de conductas atípicas como girar, rodar y rotar
objetos son otras de las características encontradas con frecuencia en
los niños con TEA. Las reacciones de malestar extremo, dificultades para
calmarse, y menor regulación del estado emocional, también relacionados
con síntomas conductuales.
Otro factor de gran relevancia es la conducta
presimbólica, en la cual, los esquemas de acción en el juego de los
niños con TEA, son más escasos que en otros niños sin este trastorno.
Estos esquemas pueden ser consigo mismo, con otros y con un objeto. Por
ejemplo, beber de un biberón de juguete, beber de un vaso, dar de comer a
otro, peinar a un muñeco, entre otras.
Todos estos síntomas descritos son característicos de
un cuadro de TEA, pero no aparecen de forma simultánea en todos los
niños. Además, algunos también pueden estar presentes en otros tipos de
trastornos (TDAH, Retraso
cognitivo, Trastorno Mixto del Lenguaje); por lo que se hace
imprescindible una observación minuciosa del desarrollo del niño durante
sus primeros años de vida con el fin de establecer un diagnóstico
diferencial entre TEA y otros trastornos. De esta manera, se puede dar
una respuesta a las expectativas de la familia en relación al porqué del
comportamiento de su hijo y cómo enfocar una intervención que favorezca
y optimice el desarrollo integral del niño. Para ello, es necesario
llevar a cabo una valoración que permita establecer no sólo el
diagnóstico sino las habilidades y las necesidades de intervención más
significativas y apropiadas para cada niño. En este sentido, se
considera imprescindible la elaboración de un protocolo exhaustivo que
establezca perfiles neurocognitivos, adaptativos, de lenguaje y
comunicación social, que puedan evolucionar con mayor probabilidad hacia
un diagnóstico real de TEA.
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