Por Alfredo Dillon
Para que los chicos sordos puedan conocer los relatos clásicos, un grupo de mujeres mayores graba videolibros en lengua de señas. El objetivo es promover la lectura.
Cuando era chica, Rita hojeaba los libros que había en su casa y no entendía nada. ¿Por qué se despertaba la Bella Durmiente? ¿Por qué la abuela de Caperucita le abría la puerta al lobo? Rita miraba los dibujos pero su papá y su mamá no sabían cómo contarle esos cuentos: como en el 95% de los casos, ella era sorda pero sus papás eran oyentes y no conocían la lengua de señas. Para que historias como la de Rita no se repitan, y los niños sordos puedan conocer los relatos con los que crecen la mayoría de los chicos, la asociación civil Canales impulsó un proyecto de videolibros. Un grupo de mujeres mayores sordas, casi todas ellas abuelas, participaron de la grabación de cuatro videos en los que leyeron y comentaron cuentos clásicos ...
en lengua de señas.
“La mayoría de los chicos sordos tienen abuelos oyentes que nunca les leyeron un cuento. Los videolibros permiten que un chico sordo reciba por primera vez un cuento de un abuelo sordo”, explica Silvana Veinberg, directora de Canales.
Más allá de los efectos emocionales, el proyecto apunta a la promoción de la lectura: según cifras de la Confederación Argentina de Sordomudos, el 80% de los sordos son analfabetos funcionales, es decir, no comprenden lo que leen. “En general les cuesta mucho leer y escribir, porque los padres y maestros no manejan la lengua de señas más allá de algunas expresiones básicas”, sostiene Silvana. Por eso, el proyecto de los videolibros apunta a “saltar las barreras de la incomunicación y la exclusión lingüística”.
“ Cuando era chica nunca me contaron un cuento. Mi mamá no sabía qué hacer conmigo; solo sabía unas pocas señas”, cuenta Hilda Croci (74), una de las abuelas que participaron de la filmación, que además es presidenta de la Casa Hogar – Asociación Argentina de Sordomudas.
“Creo que este proyecto puede ayudar a los chicos sordos, y puede servir para motivar a los padres de esos chicos, estimularlos para que se interesen por aprender la lengua de señas”, agrega en diálogo con Clarín Educación, gracias a la mediación de Pablo Baldrich, intérprete de lengua de señas argentina (LSA).
La experiencia de Celia Salas (80) fue diferente: ella contó con el apoyo crucial de su mamá, que aprendió la lengua de señas. “Yo necesitaba aprender a leer como el resto de los chicos. Gracias a mi familia, que me fue ayudando, pude aprender. Ellos me enseñaron a leer con mucho esfuerzo. Pero desgraciadamente, muchos chicos crecen sin tener ninguna contención en sus familias ”.
Los videolibros están online en www.videolibroslsa.org.ar, para que puedan aprovecharlos las escuelas como material didáctico. Además de presentar el cuento en lengua de señas, cada video tiene también voz en off, para fomentar la conversación entre los chicos sordos y otros familiares, maestros o compañeros oyentes.
“De esta manera, los libros sirven no solo como excusa para promocionar la literatura, sino también para que los chicos puedan conversar con adultos oyentes, algo muy infrecuente. Que puedan hablar sobre sus fantasías, comentar las historias, hacer preguntas, etcétera”, señala Silvana.
Se trata, también, de garantizar el derecho que todos los chicos tienen a conocer esos relatos, que forman parte de la cultura. Paradójicamente, algunas de las abuelas participantes conocieron las historias recién en el momento de ensayar, aunque se trataba de relatos tan clásicos como “El patito feo” o “El gato con botas”.
“Queremos que a los chicos que están hoy en la escuela no les pase lo mismo que nos pasó a nosotras”, explica Rita Andreotti (57), sordomuda de nacimiento. Su compañera Emilia Machado (78) resalta la oportunidad de participar en un proyecto orientado a los más pequeños: “Como sordas adultas, es valioso poder hacer algo por los chicos, poder ser ‘abuelas’ de ellos por medio de los cuentos, dándoles nuestro tiempo y leyéndoles. Ahora hay muchos padres que trabajan y no tienen tiempo”.
Alicia Ares (68), a quien sus padres no la dejaban hablar en lengua de señas cuando era chica, también está orgullosa de sentirse parte de una iniciativa protagonizada por la comunidad sorda: “Estoy feliz de poder compartir este proyecto con mis compañeras, mis iguales”.
Sobra el entusiasmo entre estas abuelas que crecieron sin conocer a Blancanieves, a la Cenicienta ni a Hansel y Gretel. “Mi deseo es poder acercar los libros a los chicos sordos ”, resume Dora Riego (61), que se crió sin familiares ni amigas sordas.
Ella y sus compañeras apuestan por los videolibros porque creen en el valor de estas historias, porque recuerdan cuánto las necesitaron cuando eran chicas, y porque están convencidas de que poder acceder a los cuentos es una manera de estar menos solos en el mundo.
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