Vivir |15 Mayo 2013 - 10:01 pm
Charla con José Joaquín Brunner Ried
El fracaso de la educación pública en América Latina
El chileno, autoridad mundial en educación, asegura que los profesores de hoy no entienden cómo aprende la mente de los jóvenes entre los 18 y los 25 años.
Por: Redacción Vivir
El chileno José Joaquín Brunner Ried es una autoridad mundial en educación y en investigación en este campo. / Gabriel Aponte
Cada paso del chileno José Joaquín Brunner Ried —exministro de Estado de ese país, sociólogo— es cuidado por dos mujeres que “le hablan al oído”. Se preocupan porque tenga su café en la mesa a tiempo, y porque por lo menos coma fruta y queso al desayuno. Brunner es una especie de celebridad mundial en el sector educativo. Una autoridad. Un investigador juicioso y reputado.
Ayer estuvo en Colombia, invitado por la Universidad del Rosario de Bogotá, para hablar frente a decenas de profesores —en la celebración de su día— sobre las transformaciones que ha sufrido este oficio. Sobre la brecha insuperable que existe hoy entre los viejos y los más jóvenes, porque los primeros defienden una metodología que “va a desaparecer” arrasada por el mundo digital.
Se paró frente a decenas de académicos para contarles que en Colombia sólo el 4,8% de los maestros contaba con un doctorado para 2010 y que entre 2005 y 2010 la planta de maestros universitarios creció solo en 4.672 docentes, al pasar de 97.880 a 102.552. Al terminar la charla habló con El Espectador, mientras las dos mujeres lo escoltaban.
Sus teorías llevan a pensar que el postulado “pueblo pobre, pueblo mal educado” es nuestra irremediable realidad.
Los niños de hogares de menores ingresos están recibiendo una educación realmente deficitaria. Lo más grave es que las competencias más importantes para aprender autónomamente a lo largo de la vida están siendo mal formadas en esta etapa. La comprensión lectora y el manejo numérico y de razonamiento, que es lo que el colegio debería estar formando en el plano cognitivo, son muy débiles.
¿El que está fallando entonces es el Estado, que tiene en sus manos la educación básica de las poblaciones más vulnerables?
Así es. En América Latina este es un fracaso no de un gobierno azul, verde o rojo, sino de todos los estados a lo largo del siglo XX. Mientras los países europeos, y algunos asiáticos, lograron en buena parte del siglo XIX y en el XX establecer una educación de alta e igual calidad para todos los niños y jóvenes, independientemente de si eran hijos de obreros o de empresarios, en América Latina el sistema educacional fue construido para una minoría. Luego, cuando se intentó incorporar a los excluidos, se hizo en colegios estatales de muy mala calidad.
Para remediar esto, la Secretaría de Educación de Bogotá propone que las universidades públicas tengan unos cupos obligatorios para los estudiantes que vienen de colegios públicos. ¿Cree que es una salida?
Creo que ayuda, pero bajo la condición absoluta de que no sólo les aseguren acceso. Entrar significa sólo pasar por una puerta, pero lo que le ocurre después a quien ya está adentro, que tiene que entender los textos que está estudiando, que tiene que seguir el ritmo de sus compañeros que saben estudiar autónomamente, es de lo que realmente se tienen que ocupar quienes hacen estas propuestas. El paso decisivo es cómo la universidad organiza su pedagogía para ayudarles a estos alumnos, de tal modo que no terminen desertando: tienen que tener clases especiales y compensatorias, tutores individuales... Si no lo hacen, el experimento no funciona.
Usted dice que los profesores no saben cuáles son las formas de aprendizaje para los jóvenes entre los 18 y los 25 años, que no saben cómo aprenden sus mentes. ¿Qué está dejando ese vacío?
Uno llega a ser profesor universitario no porque sigue un estudio especial que se llame “ser profesor universitario”, sino porque uno es sociólogo, abogado, enfermero… Nadie enseña didáctica ni el arte de enseñar la profesión, lo que sí se hace con los profesores de educación básica. Ahora nos hemos dado cuenta de que no puede ser así y hay universidades que están haciendo un esfuerzo para transformar a un buen sociólogo en un buen profesor de sociología. Estamos aprendiendo a enseñarles a nuestros profesores a enseñar.
En Colombia sólo el 4,8% de los profesores tiene un doctorado. Eso suena muy grave...
Primero hay que identificar para qué quiero personas con doctorado dentro de mi cuerpo académico. Para una carrera de investigador formal sí es casi imprescindible tener un doctorado.
También están los maestros que se quedaron siempre en la academia y que no tienen experiencia en la práctica...
Esos profesores están condenados a ser un fracaso.
¿Cree que el estatus o el valor de esta profesión ha decaído?
Creo que se ha diferenciado. Los maestros dejaron de ser genios absolutos, como ocurría hace cuarenta o cincuenta años. Hay además un fraccionamiento, una brecha entre los viejos y los jóvenes. Los profesores jóvenes, de 35 años, que vienen de doctorados de buenas universidades de Europa y Estados Unidos, tienen una mirada crítica hacia sus maestros que nunca salieron, que nunca escribieron para una revista internacional. Además, hay un problema con la disciplina: cuando los viejos estudiaron, la disciplina era mucho menos dinámica y menos poblada de conocimiento; la nueva generación viene de una disciplina en que el conocimiento no se detiene.
¿Podría decirse que hay una especie de pasividad de los viejos al acoplarse a los nuevos lenguajes que exige esta era digital?
No es pasividad. Es otra cultura. Otros valores. Ellos hacen parte de una forma de ejercer la profesión que empieza a quedar conceptual, tecnológica y culturalmente superada por la era digital. De hecho su metodología, la del profesor que enseñaba con la pura palabra y con el mismo texto durante veinte años, desapareció. Hoy un profesor joven piensa cada curso de forma diferente y tiene los medios para hacerlo, porque se sienta frente a su computador y puede bajar el currículum de su curso tal y como se enseña en Oxford o en Harvard. Ese es su punto de comparación. Esa es su competencia. No es que los viejos sean malos o pasivos, eran muy buenos, pero eran de un mundo que de repente colapsó.
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