miércoles, 28 de agosto de 2013

¿Quién escucha al intelectual?


El papel del pensador se evalúa por el compromiso adquirido y por la influencia como ideólogo, afirma Carlos Altamirano que acaba de reeditar su libro “Intelectuales”.


El debate acerca del papel de los intelectuales en las sociedades contemporáneas, que por algún tiempo permaneció algo adormecido, ha recobrado una enorme vitalidad en los últimos años. El anunciado final de las grandes filosofías de la historia moderna y los relatos iluministas de ordenamiento del mundo generaron incertidumbres acerca del porvenir del intelectual. Sin embargo, su figura, transformada por el paso de las décadas, se vuelve a mostrar hoy relevante y necesaria para la comprensión de los acontecimientos sociopolíticos del nuevo siglo. En este contexto, y rubricando ese renovado interés, se acaba de publicar en nuestro país una edición revisada y ampliada del libro de Carlos Altamirano Intelectuales (Editorial Siglo Veintiuno). Con motivo de esa reedición, Ñ conversó con el autor en su estudio del barrio de Palermo.
En el libro, usted plantea un vínculo fundacional entre el surgimiento de los intelectuales y el de la modernidad. ¿Cuáles son las transformaciones que ha experimentado la figura del intelectual, si tenemos en cuenta que gran parte de los valores modernos han sufrido un enorme desgaste?
Bueno, hay cambios y continuidades. Respecto de los cambios: durante mucho tiempo, la idea de que la historia estaba asistida por un sentido de progreso y de que los intelectuales debían embarcarse en ese cauce y ayudarlo constituyó una especie de visión compartida. Esa visión fue sufriendo sucesivas desmentidas y algunos filósofos –de Nietzsche a Heidegger, entre otros representantes “sombríos” de la modernidad– establecieron un punto de vista crítico sobre ella. Hoy, difícilmente un intelectual podría sostener que la historia asiste a un proceso de progreso creciente o dialéctico. Esa fe está erosionada.
La otra cuestión asociada a esto es que el ejercicio de cierto profetismo laico, por así llamarlo, ha perdido margen de credibilidad. Hasta hace poco, se podía escuchar que estábamos viviendo en una sociedad capitalista que luego sería superada por una poscapitalista con tales o cuales características. Hoy es difícil escuchar que alguien se exprese de ese modo. Se puede ser muy crítico del presente, e incluso considerar que su funcionamiento es intolerable y que puede haber una sociedad mejor, pero es difícil escuchar que alguien diga que ese es el paso ineluctable de una marcha que arrastra al conjunto de la sociedad. Hay muchas dificultades para elaborar una doctrina general que opere como esquema conceptual para leer coherentemente el conjunto del mundo. La historia parece más opaca, más oscura, imprevista; el elemento contingente tiene en la actualidad un papel mucho mayor del que se le otorgaba en el pasado. Y así también se erosiona el rol del intelectual como profeta. Pero también hay continuidades. Por ejemplo, la idea de que el intelectual defiende ciertos principios o valores relativos a la verdad y la justicia y que está autorizado a hablar en función de un saber específico, o que es su responsabilidad hacerlo. Ahí uno puede reconocer la permanencia del intelectual en esa posición del espacio social; posición que por otra parte le es solicitada, ya que muchas veces se los entrevista y se los interroga para que hablen acerca de cómo marchan las cosas en el mundo, bajo el supuesto de que pueden decir algo iluminador o didáctico. Esa dimensión docente vinculada a la tradición del iluminismo del intelectual “totalizador” que puede hablar en términos globales, aunque está muy erosionada, sobre todo entre los propios intelectuales, en cierta medida permanece. Hoy los intelectuales defienden una verdad, pero en la mayor parte de los casos reconocen que no es la única verdad defendible.
De Emile Zola a Edward Said, pasando por Jean-Paul Sartre, ¿la figura del intelectual siempre estuvo vinculada a ese modelo de defensa de la “verdad” y al compromiso político?
Con los nombres que vos das, uno podría trazar una genealogía. Ese es un sector, una familia de intelectuales, que no podría decir que se ha extinguido. Ahora bien, Michael Walzer, por ejemplo, piensa que el intelectual no es alguien que ha salido de la caverna y ha podido contemplar la luz de la verdad: el intelectual está, para él, en la caverna. Y por lo tanto, la verdad de la que puede hablar es la de su propio grupo, la de su comunidad. También se podría tomar el caso de Foucault: es difícil que alguien que trabaja con la idea de un “régimen de verdad”, o de “construcciones de la verdad”, se erija como el enunciador de una verdad que los otros deben acatar. Entonces el paisaje hoy da lugar a una serie de figuras y familias que no pueden reducirse a un único patrón. El modelo de intelectual que surge ligado al advenimiento de la sociedad moderna y que tiene su bautismo político con el caso Dreyfus en Francia a fines del siglo XIX constituye hoy sólo uno de los cauces posibles: siempre aparece la palabra “verdad”, pero varía lo que ella significa en cada caso.
¿Podría describir brevemente dos de las perspectivas de interpretación que menciona en el libro, la marxista y la sociológica?
Hay dos cuestiones interesantes con respecto al marxismo: una, que el marxismo como ideología fue un polo de atracción para muchos intelectuales en todo el mundo, como hermenéutica de lo actual y del curso de la historia y como proyecto o programa de futuro. Pero, notablemente, en el período clásico de Marx y Engels no hay una particular atención hacia este mundo que para Marx era el de los “ideólogos”, como si no tuviera el suficiente espesor social para entrar en su esquema de análisis. No obstante, él libra muchos combates por la interpretación del capitalismo y mantiene una relación con los intelectuales populistas rusos. Pero es como si Marx sólo pudiera ver a través de esa intelligentsia , pero no pudiera verla a ella: Marx no se puede representar a sí mismo en esa visión. Entonces apenas se puede tomar una frase de La ideología alemana , otra del Manifiesto comunista , algunas declaraciones sueltas en las que parece esbozar un reconocimiento de la figura del intelectual.
Sin embargo, cuando se ingresa al siglo XX, el Partido Socialdemócrata alemán se ve obligado a dar cuenta de la existencia de esa intelligentsia . Más aún, hay una serie de tensiones al interior del partido entre los intelectuales, que manejaban la prensa y la teoría, y el sector obrero. Esto no hizo sino incrementarse a medida que las batallas que el socialismo tuvo que librar requirieron el concurso de esta “gente de saber”. Con Gramsci esto obviamente cambia: él pone la cuestión de los intelectuales en un lugar central, ya que le asigna a la cultura y al combate cultural un lugar central. Sin desarmar el tejido intelectual existente y generar un ejército propio de intelectuales orgánicos, no es posible que la hegemonía del proletariado pueda crecer. Uno puede preguntarse: ¿las perspectivas sociológicas eran ajenas al paradigma marxista? En algunos casos, sí. Pero en otros, no. Karl Mannheim, por ejemplo, representa la tentativa de perfeccionar y refinar el esquema marxista de lucha de clases y mundo cultural introduciendo la referencia a la intelligentsia . Pierre Bourdieu, crítico del economicismo marxista y de la relación directa entre mundo ideológico y clases, presenta por su parte un modelo de análisis extraído de la sociología weberiana de las religiones: no presta atención sólo al mensaje sino a los que producen el mensaje. Hay entonces una zona de la sociología que está más o menos emparentada con el marxismo, pero sin participar de las ortodoxias partidarias, y otra sociología que se hace completamente al margen del paradigma marxista; es el caso de Edward Shils, por ejemplo. En cualquier caso, la pregunta de la sociología es “¿qué es lo que hacen realmente los intelectuales en la vida social?”, que es muy diferente a la pregunta normativa: “¿qué es lo que deben hacer?”. Curiosamente, Bourdieu, en su último estadio, hace un llamado a los intelectuales para que se opongan al poder económico, al poder del mercado, algo que veinte años antes hubiera considerado un gesto “sartreano”. Invierte su capital simbólico en una lucha anticapitalista.
¿De alguna manera el gesto de Bourdieu representa la reciente rehabilitación del intelectual comprometido?
En los años 90 uno podría haber suscripto a un diagnóstico que se estaba haciendo en el mundo: la muerte de los intelectuales o, al menos, su eclipse. Mucho más difícil sería sostener un juicio similar si se toma en cuenta la situación latinoamericana de los últimos diez años. Ciertos fenómenos socio-políticos, llamados genéricamente como “populistas” o de “centro-izquierda”, aunque esas no sean las únicas designaciones que se emplean, han reactivado la vida política en estos países. A mediados de los años 90, la idea de la política como administración podía ser cuestionada, pero estaba en el aire: estaba el mercado, el gran asignador de recursos, y la política era la que garantizaba un buen funcionamiento de esa esfera. Incluso se trasladó parte del vocabulario propio del mercado económico a otras esferas: se hablaba de “mercado político”, de “mercado de ideas”. Hubo una especie de contaminación, por así decir, derivada de ese lenguaje que tenía su esfera más propia en la economía. Todo eso se ha trastornado en los últimos años e independientemente del juicio que se tenga sobre estos procesos, el paisaje es enteramente otro. Asociado con este proceso, reaparece en el espacio público la figura del intelectual. No es que los intelectuales hubieran desaparecido, que se hubieran llamado a silencio, pero por un tiempo parecieron circunscriptos a círculos pequeños. Pero en los últimos años –y quiero decir no tanto del año 2003 para acá, sino más bien del año 2008 en adelante– asistimos a una intensificación y una amplificación de su intervención en el espacio público. Obviamente no estoy haciendo ningún descubrimiento, pero creo que no es un hecho que pueda circunscribirse al ámbito argentino sino que es mucho más extendido.
¿Hay un nuevo modelo de intelectual entonces?
Yo creo que hay una rehabilitación de un modelo de compromiso político ya conocido. Es claro en el caso de la constelación de intelectuales que apoya al gobierno, cuyo punto de reunión es la agrupación Carta Abierta. Uno no podría decir que aparece allí algún rasgo que no hubiera sido ya visto, excepto en lo relativo a la organización y al alistamiento de un sector tan amplio que, hasta donde sé, es inédito en la historia argentina. La movilización en defensa del gobierno me parece algo nuevo; ahora, en términos de patrones o pautas generales, el intelectual como ideólogo es una figura conocida en la tradición política e intelectual argentina.
También hay un renovado interés en los fenómenos latinoamericanos por parte de pensadores europeos que ocupan un rol importante en los debates públicos internacionales.
Muchas veces nos visitan notorios intelectuales –franceses o italianos, por ejemplo– y encuentran aquí cosas que no ven en sus países. Yo creo que uno puede registrar una tradición bastante larga de europeos que van a las zonas calientes de la historia porque en sus países por alguna razón la revolución no tiene lugar, se retira o parece haberse eclipsado, y “hay algo que se mueve allá lejos”. Puede ser China, como lo fue para André Malraux, o América Latina, como lo fue para Régis Debray, bajo la idea de que la periferia es efectivamente donde se verifican los grandes enfrentamientos. Cuando viene Toni Negri, por ejemplo, o Jacques Rancière, ¿encuentran que acá esa revolución muestra su vitalidad? No lo sé.
Para terminar: la expansión de los nuevos medios de comunicación trastocó completamente los modos de producción y circulación de los discursos...
Yo creo que hoy no son los intelectuales los que producen opinión: son los comunicadores de los media los que más gravitan en este terreno. Los medios audiovisuales funcionan con un ritmo que presiona en el sentido de la simplificación. Y ahí yo sí enunciaría una fórmula normativa: allí donde reina la simplificación, la obligación del intelectual, independientemente de cuáles sean sus convicciones, es introducir sentido de la complejidad, resistir la tendencia a la simplificación y rehusarse al lenguaje de los estereotipos.
http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/historia/Carlos-Altamirano-entrevista_0_980301977.html

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