domingo, 25 de agosto de 2013

Buenos Aires: desde la fundación hasta hoy, en su arte y su literatura


Por Julia Villaro

La ciudad imaginada y la padecida, su historia y su ficción, sus crisis y sus cartoneros protagonizan esta muestra.
25/08/13
Monumentos, intervenciones urbanas, apropiaciones. De muchas formas intenta el arte salir a ganar el territorio de la Ciudad. Pero en Fundación Proa, desde ayer, es la Ciudad la que gana para sí el territorio del arte.
En Buenos Aires adentro y afuera se confunden tanto como pasado y presente. Entrar a las salas es una forma de salir a la calle. O muchas. La muestra se despliega como un abanico de imágenes sonoras, visuales y literarias pertenecientes a distintos artistas: poetas, novelistas, fotógrafos, plásticos, cineastas; miradas heterogéneas que convergen porque todas, alguna vez, sucumbieron ante el abrumador encanto porteño.
La muestra cuenta con cuatro ejes bien definidos. La primera sala presenta un video con el tema de la doble fundación de la ciudad; desde las crónicas de Schmidell hasta el film de Fernando Birri, (La primera fundación de Buenos Aires) y los avatares de una pintura realizada por Moreno Carbonero, encargada en 1909. En la pared de en frente un joven Luis Brandoni nos devuelve, desde la pantalla, la mueca exhausta que nos invade el rostro cuando sentimos que la ciudad nos devora: en el cine es un montaje de fragmentos de películas argentinas –desde Invasión, de Hugo Santiago a Mundo Grúa, de Pablo Trapero– con Buenos Aires de fondo, o de cómplice.
La sala 2 se aboca con exclusividad a un protagonista indiscutible del trazado ciudadano: el Obelisco. Una estructura circular –alusión a la Plaza de la República– sirve como anclaje a las distintas obras: publicidades de época, postales y el anteproyecto de Alberto Prebisch para el monumento. Paradojas de la historia del arte, el Obelisco –tipología oriunda del Antiguo Egipto- marca en 1936, con sus líneas rectas y su volumen neto, el ingreso del Modernismo en el trazado urbano. Las fotografías de Horacio Coppola, Grete Stern y Juan Di Sandro –en la misma sala– harían lo propio en el campo de la imágenes.
Pero en Buenos Aires pasado y presente dialogan con desenfado: entonces el obelisco de Coppola convive con el obelisco espectral de Sara Facio; pero también con los múltiples obeliscos-lámpara de Edgardo Giménez; el obelisco acostado de Marta Minujín, el que nos vende Leandro Katz y el que en los 90 Leandro Erlich, buscando desarticular el centro simbólico de la ciudad, propuso erigir –mismas medidas pero en hierro– en La Boca.
En la misma sala, un video muestra diversas apropiaciones públicas del monumento erecto: cubierto por un preservativo como parte de una campaña sanitaria, cubierto de nieve el 9 de Julio del 2007, cubierto de gente en los albores de la reapertura democrática.
Con el Carro Blanco de Liliana Maresca ubicado en el centro, la sala 3 propone debatir sobre los contrastes y los límites de la ciudad. La figura del cartonero, incipiente en los años 90 y ya señalada por la artista, se ha convertido hacia el 2006 –año de Cartonero, la animación de Estanislao Florido– en una figura instalada dentro de la estructura social metropolitana. En las fotografías de Juan Travnik las puertas de los bancos están cerradas como fortalezas en plena crisis del 2001. Y la Casa rodante de Ana Gallardo se vuelve un testimonio autobiográfico sobre cómo su propia economía familiar se desmorona en las pantanosas aguas de la clase media porteña (y argentina).
La sala 4 es de la voz y de la fantasía. Una serie de grabados realizados en 1910 bajo la consigna “la ciudad del futuro” muestran rampas, trasportadores y toboganes conectando terrazas, y una maqueta presenta soluciones sorprendentes al problema que aqueja la ciudad desde hace años: las inundaciones. Al final nos espera En obra, instalación curada por Daniel Link en la que treinta escritores argentinos –varios de ellos colgando en la pared, en retraros de Sebastián Freire– leen para nosotros pasajes de sus obras describiendo, odiando o añorando Buenos Aires.
Suerte de fusión entre el archivo y la ensoñación, la Buenos Aires de Proa es un puntilloso relevamiento del acervo histórico, que hace del recorrido por las obras también un itinerario posible de la historia de la ciudad, del país y del arte.
Con sus fragmentos irrumpiendo constantemente ante nosotros, la muestra se presenta como un microcosmos que se atiene con precisión al espíritu porteño. Capaz de abrigar en la misma cuadra la violencia más cruel y la poesía más simple, acaso la seducción de Buenos Aires –la ciudad– radique en su carácter siempre esquivo. Y el renovado deseo de filmarla, fotografiarla y escribirla, en la necesidad irresistible de comprender todos sus misterios
.http://www.clarin.com/sociedad/Buenos-Aires-fundacion-arte-literatura_0_980902041.html

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