La historiadora Mirta Lobato se suma al debate sobre el destino del patrimonio argentino (Ñ del 23.2.2013). Explica y alerta sobre la importancia de documentos y edificios que hacen referencia a la cultura de las clases populares.
POR Mirta Zaida Lobato
Los debates sobre la conservación del patrimonio cultural son recurrentes en nuestro país. Que la Argentina carece de una política de conservación o que los recursos son insuficientes no son una novedad como tampoco lo es la indiferencia de los ciudadanos. Pareciera que la reacción sólo se produce ante la amenaza de destrucción y frente al sentido de pérdida de algo que podría asociarse con nuestra cultura. Ese sentimiento desencadena a su vez explosiones de nostalgia.
Sin embargo, la cuestión del patrimonio constituye un tema complejo que tiene décadas de discusiones en muchos países. El debate sobre el destino de los vagones del subterráneo o sobre los árboles de la avenida 9 de Julio es sólo la punta del iceberg del descuido patrimonial en el que vivimos y requiere del intercambio de ideas para definir qué conservar y de qué manera.
Como historiadora de las clases trabajadoras me he enfrentado a la permanente destrucción de documentos y artefactos culturales relacionados con su cultura. La calle Nueva York de Berisso es sólo uno de los ejemplos más interesantes para pensar los sentidos de expresiones como “patrimonio cultural” y “patrimonio histórico”.
Según el historiador Raphael Samuel ambas expresiones encierran una variedad de artefactos desde grandes mansiones hasta viviendas obreras, desde viejas estaciones ferroviarias hasta fábricas, pasando por rizadores de cabellos, discos de vinilo o jardines.
En muchos países cuando las fábricas fueron cerradas por las políticas neoliberales la acción de historiadores amateurs, coleccionistas y la movilización de comunidades enteras ayudaron a conservar y reflexionar sobre las transformaciones de la vida laboral.
Berisso no es una consecuencia directa de esas medidas pero sí del proceso de desindustrialización de la localidad debido a cambios en la industria de la carne, a los negocios financieros, al fraude y la corrupción.
La destrucción sistemática de puestos de trabajo convirtió a la localidad en territorio de desocupados y en un espacio donde se libran batallas semióticas, pedagógicas y políticas. Porque la cuestión patrimonial se ubica en un cruce conflictivo de intereses colectivos e individuales en pugna de cuyas confrontaciones surge qué y cómo se conserva o en qué ámbitos la desidia oficial es más fuerte aunque sea menos visible.
Patrimonio y museos
La calle Nueva York y la comunidad de Berisso fueron el corazón industrial de la ciudad de La Plata. Hoy es una calle corta que corre paralela a los restos abandonados del frigorífico Swift. En 1985 su nombre fue cambiado por el de “17 de octubre”, aunque sus habitantes siguen llamándola como en el pasado, y en 2005 se publicó un decreto en el Boletín Oficial que la declaraba como Sitio Histórico Nacional. El decreto firmado por Néstor Kirchner destacaba que la calle constituye un testimonio histórico relevante.
Desde entonces, la calle se convirtió en el escenario de varias celebraciones que reforzaron el sentido de pertenencia a un pasado inmigratorio y al peronismo. Se transformó en un espacio de memoria y en un lugar de escenificación de ambos eventos históricos. Sin embargo, la omisión del cambio de nombre tiene varias implicancias ya que se relaciona con la gran narrativa de los orígenes del peronismo, con sus omisiones y con las búsquedas de las nuevas generaciones por reconstruir el pasado y construir nuevas versiones de la historia. En ese proceso todos los participantes seleccionan, ordenan y resignifican los fragmentos de una herencia compartida.
Aunque mi intención no es explorar el poder de la toponimia en la construcción histórica, ella se encuentra relacionada con cuestiones de patrimonio pues muchos de los edificios de la histórica calle se están perdiendo. El interés sobre la conservación de algunas viviendas es de los vecinos, de un grupo de arquitectos, del gobierno municipal y provincial. Pero como lo demuestran otras experiencias, además de declaraciones son necesarias políticas concretas y recursos económicos que hagan efectiva su conservación, ya que la preservación, especialmente las vinculadas con las clases populares, carecen de inversores o tienen recursos escasos porque no dan mucha visibilidad o no aportan votos.
El interés por el patrimonio local fue también visible en el plano educativo, lo que pone en evidencia su potencial. Una de esas experiencias pedagógicas se conoció en marzo de 2000 cuando la Escuela Nº 9 hizo conocer su proyecto de crear un museo. En la concreción del proyecto participó toda la comunidad. La actividad promovida por los docentes impulsó procesos de recordación y se recogieron numerosos objetos que fueron expuestos inicialmente en la escuela. El sentido pedagógico de la iniciativa se articulaba con la noción de legado y con la “poética del trabajo”. A través de fotografías y objetos, niños y niñas podían repensar el sentido histórico de la vida en las fábricas y en sus calles adyacentes. Pero ¿qué hacer con esos desechos qué ahora tenían un sentido diferente?
El destino fue el Museo 1871, una esforzada iniciativa de Luis Guruciaga. Como en la escuela, don Luis apeló a las emociones locales para la formación del museo. La propuesta es interesante pues el pasaje de la colección particular al museo cumple con el rasgo distintivo de toda colección que es su transmisibilidad ya que crea una nueva constelación práctica donde al buscar, encontrar, clasificar y agrupar se reordena lo caótico implícito en la pasión de la recolección y en la desorganización de los recuerdos.
Las “colecciones” convertidas en objetos de un museo hablan de detalles y vida cotidiana. La mayoría de ellas no son piezas únicas ni han pertenecido a un personaje histórico considerado relevante, aunque tienen importancia para entender la vida en una comunidad obrera. Pero el museo sin el apoyo de instituciones privadas y públicas tiene una limitada capacidad económica, se convierte en un museo local pobre con pocas posibilidades de construir una narración sustentada en un diseño museográfico moderno.
La historia de estas experiencias desnuda la complejidad de las cuestiones patrimoniales que involucra a los ciudadanos, a las asociaciones de la sociedad civil, a las instituciones gubernamentales y a las fuerzas políticas que, por otra parte, se encuentran inmersas en problemas que desnudan la desidia, intransigencia, negligencia e ineficiencia burocrática.
Existen entonces poderosos elementos históricos, políticos, sociales y culturales en las rutas del patrimonio y en sus debates. La discusión en la ciudad de Buenos Aires reactualiza viejos dilemas que se hacen dramáticos cuando se trata del patrimonio proveniente de las clases trabajadoras. http://www.revistaenie.clarin.com/rn/
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