¿Existe
un único modelo de Calidad Educativa, indiscutible? Este concepto
responde a la concepción de Sociedad que tengamos ¿Cómo caracterizar el
modelo que responde a una sociedad de clases, con profundas
desigualdades? ¿Cuáles son sus paradigmas? ¿Son los resultados, una
adecuada medida?
“Volver a evidenciar lo obvio es un trabajo ingrato pero necesario,
sobre todo cuando no abundan los cuestionamientos globales y de fondo al
modelo vigente. Las opiniones de los fundamentalistas neoliberales
(antiguos y conversos) no han sido refutadas de modo orgánico; se las
discute de una a una, y es común que se objeten los detalles o las
anécdotas sin impugnar lo esencial. A veces, quienes podrían debatirlas,
o no tienen vocación de contradictores, o bien esperan que los hechos
cumplan con la labor de demolición, porque no es conveniente tener razón
antes de tiempo". (Calcagno): El universo neoliberal. Recuento de sus
lugares comunes.
Quiero encabezar estas líneas con una vieja y conocida paremia: lo
consiguieron porque, al intentarlo, no sabían que era imposible. E
imposible parece hoy navegar contra la corriente neoliberal que lo
invade todo. La eficacia y la competitividad se convierten en señuelos
que condicionan las concepciones, las actitudes y las prácticas de las
personas inmersas en la cultura hegemónica. La eficacia, como sinónimo
de la calidad, es el mito contemporáneo (Le Mouel). No se queda al
margen la educación, que es arrastrada por tesis aparentemente
incontrovertibles.
Los "versos" de la filosofía neoliberal parecen axiomas inscritos en un
código genético de la sociedad: la sociedad será siempre capitalista y
liberal, el liberalismo lleva a la democratización, achicar el Estado es
agrandar la nación, hay que optar por el modelo neoliberal que es el
que impone inexorablemente en el mundo, el mercado lo resuelve todo del
mejor modo posible, siempre hubo y habrá corrupción, siempre habrá
desigualdades porque están en la naturaleza humana, primero hay que
agrandar la torta y luego hay que repartirla, las privatizaciones son la
solución, hay que desregular el sistema financiero, etc.
Nos encontramos en un momento especialmente complejo y delicado en el
que la calidad de la educación se está utilizando como una trampa
sibilina. Es necesario preguntarse por el papel que desempeña la
educación en la sociedad neoliberal. No es fácil compaginar la filosofía
dominante de la sociedad con la de una escuela para la democracia. El
individualismo, la obsesión por la eficiencia, la productividad, la
competitividad, el pragmatismo, el eclecticismo, son los ejes sobre los
que se sustenta la cultura hegemónica actual. Pero la escuela ha de
estar basada en la superación de las desigualdades, el espíritu de
justicia, el respeto a la diversidad, el desarrollo de la comprensión,
de la crítica y del análisis ¿Cómo compaginar esas dos corrientes que,
sustancialmente, se oponen?.
Las grandes consignas del neoliberalismo conducen a la privatización y
al fortalecimiento de la libertad, sin que constituya un freno a tales
tesis el hecho de que, en realidad, no elige quien quiere sino quien
puede. Michel Portillo, ministro del gobierno conservador de John Major,
dice: "La tarea esencial del Estado ha de ser la protección de la
libertad de las personas. Sus funciones básicas son mantener el orden
público y proporcionar una defensa fuerte".
También se busca, desde una concepción neoliberal, un tipo de escuela
descentralizada y basada en concepciones gerencialistas. Se pretende
convertir a la escuela en una empresa que tiene como objetivo
fundamental el rendimiento. La dirección de las instituciones escolares
se asentará, consecuentemente, en una autoridad de corte empresarial,
que responda a las exigencias de la cultura imperante: cumplir las
órdenes, seleccionar la clientela, conseguir medios, encaminar la acción
a la consecución de objetivos, mantener el orden, controlar el
cumplimiento, eliminar a quienes no consiguen las metas propuestas, etc.
Una de las formas de plantear el discurso de la calidad es la
simplificación de sus definiciones y la utilización posterior de sus
resultados en beneficio de una determinada concepción de la sociedad y
de unas capas de la misma. La simplificación de los planteamientos, el
reduccionismo clarificador se convierten en coartadas de los poderosos.
Poner objetivos cuantificables, evaluar su consecución mediante pruebas
estandarizadas, hacer clasificaciones elementales, realizar procesos
atributivos interesados, distribuir los recursos mediante criterios
coherentes con los resultados... He ahí una forma de hacer triunfar una
rigurosa racionalidad. La ciencia es neutra, los números cantan. La
calidad total, el control de calidad, los círculos de calidad...:
expresiones que dan vuelta en la órbita de la sociedad neoliberal y que
se convierten en trampas mortales para "los desheredados de la tierra"
(Freire).
Quiero poner el foco de luz sobre los hilos que tejen esa trampa y que,
sin mucha atención, presentan atractivas figuras de competitividad,
eficientismo, fiabilidad, etc. Dirigiré el foco, en primer lugar, hacia
las dimensiones intrínsecas del concepto mismo de calidad y del modelo
de evaluación de instituciones que lleva aparejada. Posteriormente
enfocaré hacia las aplicaciones y utilizaciones que se hacen del
concepto, es decir, a sus dimensiones extrínsecas.
Dimensiones intrínsecas
El primer problema que descubrimos es una simplificación abusiva.
Simplificación consistente, por una parte, en identificar el éxito con
el rendimiento académico del alumno. Por otra, en comprobar el
rendimiento a través de un tipo de pruebas escasamente significativas de
las tareas intelectuales más ricas (comprender, analizar, comparar,
opinar, crear...) Añádase a estos dos motivos básicos la contradicción
que supone insistir en que lo más importante de la educación es una cosa
y, cuando llega la hora de la verdad, fijarse sólo en otra.
Una segunda trampa tiene su asiento en la confusión. Cuando se
identifica calidad con alguna de sus condiciones (buenas instalaciones,
baja relación de alumnos por profesor, abundantes medios didácticos...)
no se piensa que las condiciones son un requisito de la calidad, pero no
la calidad misma. De hecho las instalaciones pueden utilizarse para
torturar o los medios didácticos permanecer guardados por temor a su
deterioro.
Un tercer problema es la distorsión que supone dejar al margen de la
calidad elementos sustanciales a la misma, por ejemplo, la ética de los
procesos educativos. Puesto que la educación es una práctica moral, no
puede abandonarse de su consideración ese componente esencial ¿Sería
admisible que se consiguiesen sobresalientes en selectividad a cambio de
vejaciones, en un clima poco respetuoso o a través de métodos
coercitivos? "La calidad moral de la educación se ve afectada
inevitablemente por el carácter moral de las instituciones educativas.
Si el sistema educativo trata injustamente a algunos de sus alumnos, no
son éstos los únicos que lo padecen. La calidad de la educación de todos
los demás se degrada" (Connell).
Un cuarto problema radica en la tecnificación de las evaluaciones de la
calidad. Da la impresión de que solamente cuando hay números y medida
existe rigor y objetividad. El problema es que fenómenos complejos no
pueden ser abarcados por mediciones simples. Este hecho tiene un efecto
negativo muy pernicioso que es hurtar a los ciudadanos de a pie el
conocimiento sobre la educación. Todos pueden entender cuándo existe
satisfacción en la tarea educativa, cuándo se aprende, cuándo se es
respetado. Pero, cuando los técnicos se hacen cargo de esa explicación,
parece que solamente ellos entienden aquello de lo que se trata.
Diré, antes de continuar, que pocas personas discrepan de estos
planteamientos que sitúan el verdadera calidad educativa en los valores y
en los procesos pero, al llegar el momento de hacer evaluaciones, sea
por la complejidad que supone la valoración de otras dimensiones, sea
por la falta de instrumentos de valoración, sea por la premura de
tiempo, casi siempre se acude a la medición de los resultados.
Otra patente contradicción es aquella en la que incurren muchas personas
que defienden una determinada concepción de la educación pero que, a la
hora de enviar a sus hijos a un centro escolar, eligen uno que pone en
cuestión aquella teoría. La explicación de que cada uno busca para sus
hijos lo mejor, tan lógica y defendible, pone en entredicho las teorías
de la bondad de unos centros defendidos teóricamente como mejores.
Dimensiones extrínsecas
Existe un grave peligro de comparación entre personas, experiencias y
centros. El peligro reside en la dificultad de comparar realidades que
son incomparables pero, sobre todo, en tomar decisiones que sigan
acentuando la desigualdad en detrimento de quienes eran inicialmente más
pobres o más débiles. Cuando se ponen en marcha procesos de assessment
institucional, por ejemplo, se pretende comparar mediante la aplicación
de pruebas estandarizadas a unos centros con "mejores" alumnos, con más
medios, con mayores expectativas de las familias sobre los hijos, con
otros centros que parten de condiciones menos ventajosas. En la
comparación reside ya un hecho injusto. Pero si, además, se utilizan los
resultados, como se hace, para primar y ayudar a quienes ya tenían
mejores condiciones, la evaluación se convierte en un instrumento de
discriminación.
La manipulación de los datos es, pues, una fuente de injusticia. No
solamente porque perjudica a unos, sino porque beneficia descaradamente a
otros. Lo dice de forma muy clara Connel en su último libro "Escuelas y
justicia social": "Hay que denunciar la creencia de que las
desigualdades educativas son un problema de minorías desfavorecidas,
digamos del 15% de la población escolar. Con ello se asume
tranquilamente que todos los que componen el 85% restante, la corriente
principal, están en igualdad de condiciones. Sin embargo, no es esto lo
que se deduce de las estadísticas sobre abandonos o respecto al acceso a
la universidad. Hay otra minoría altamente favorecida. Y en medio
existen todavía gradaciones de ventajas y desventajas. Los niños pobres
sufren los efectos más graves del modelo más extendido, del que no
salen". (Connell).
La evaluación del sistema educativo no es en sí amenazadora. Lo es una
determinada utilización de los informes. En otra parte he hablado de los
abusos de la evaluación. Algunos se producen:
Cuando no se difunden y no están en poder de los ciudadanos, ya que
entonces se pueden utilizar para tomar medidas arbitrarias o
interesadas.
Cuando se utilizan de forma sectaria o perjudicial para los más desfavorecidos.
Cuando se hace público el conocimiento de aquellas partes que interesa
dar a conocer, pero se silencia todo aquello que es desfavorable al
poder.
Cuando se desprecia el contenido de la evaluación bajo la excusa de que no es rigurosa.
Cuando se emplea la evaluación como instrumento de poder o de mero control.
La perversión de los mecanismos de análisis tiene múltiples dimensiones.
Una de ellas es la clasificación de los centros en buenos y malos. La
perversión pretende vestirse de rigor, como puede comprobarse en el
siguiente sofisma:
La calidad es lo más importante de la educación. Los centros privados tienen calidad.
Luego hay que potenciar los centros privados.
Los argumentos no se sostienen por ninguna parte desde la que se miren.
Las trampas están en cada palabra ¿A qué se llama calidad? ¿A los
resultados obtenidos a través de pruebas homologadas? ¿A las mejores
instalaciones? ¿A la satisfacción de los alumnos y alumnas?
¿Por qué se dice que los centros privados tienen más calidad? ¿Por el
sencillo hecho de que haya más demanda de las familias? ¿Se preocupan
los padres y las madres por el bien de los hijos de los demás o sólo
buscan el bien de sus hijos? ¿Existe calidad en un centro que discrimina
a unos (póngase aquí a la minoría que se quiera: gitanos, pobres, etc.)
en beneficio de otros?
¿Por qué hay que ayudar a los centros privados en función de esa
pretendida calidad? Sería más razonable ayudar a quienes no tienen
medios o consiguen peores resultados con el fin de que mejoren lo que
están haciendo.
El problema que estoy analizando se agrava cuando el gobierno se mete de
lleno en este discurso y lo hace suyo. Las preguntas obvias se
amontonan: ¿Por qué no la tienen los centros públicos? ¿De quién es
responsabilidad de que no la tengan? ¿Qué habría que hacer para que la
consiguieran? ¿Cómo tiene que intervenir el Ministerio para
garantizarla?
Qué hacer
En primer lugar, es preciso profundizar en el análisis para evitar
simplificaciones abusivas que nacen frecuentemente de la ingenuidad, de
los intereses y de las manipulaciones. Ésa es precisamente la tarea de
la educación. Ayudar a que las personas descubran las trampas a través
de un proceso riguroso de análisis.
En segundo lugar, hay que armar el discurso crítico ascendente, de
manera que se pueda elaborar, coordinar, hacer subir el pensamiento de
los ciudadanos (me refiero aquí, en especial, de los profesionales de la
educación) con rigor, con persistencia y con valentía.
En tercer lugar, es necesario comprometerse en la defensa de posiciones
que, inevitablemente, tienen que ver con los valores, con la mejora
cualitativa de la sociedad. No se puede olvidar que la educación no sólo
es una práctica moral, sino que es una actividad política y que, por
consiguiente, hay que plantearse la transformación de las situaciones de
aprendizaje.
En cuarto lugar, creo que hay que establecer procesos rigurosos de
análisis sobre las iniciativas de transformación, porque no siempre
aquello que se pone en marcha con intenciones nobles acaba consiguiendo
lo que se pretendía. Hay mecanismos perversos en el sistema que
desvirtúan lo que era una buena estrategia y un buen fin.
La cultura hegemónica en la que nos hallamos inmersos puede condicionar
los modos de entender la educación. Es difícil imaginar un sistema
educativo suspendido en el vacío. Ahora bien, la socialización de los
individuos supone una adaptación a la cultura, pero la educación exige
unas dimensiones críticas que ponen en tela de juicio los presupuestos
de la cultura. De esa reflexión nacida del rigor y de la justicia ha de
surgir una actitud comprometida con la transformación de aquellos
patrones culturales que supeditan los valores a la eficiencia y la
justicia a la competitividad.
Autor
Miguel Ángel Santos Guerra
Catedrático de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de Málaga
Revista Ceapa Número 86.
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