POR guido carelli LYNCH
El cartel da la calle y es grande. Todo el mundo lo puede ver,
salvo quizás los verdaderos usuarios de la biblioteca del Libro Parlante
y de la biblioteca de braille Julián Baquero. Pero el cartel no es para
ellos, que posiblemente se asesoren antes de cruzar la ciudad (con sus
múltiples trampas) para venir a buscar alguno de los cuatro mil títulos
del catálogo impreso o algunas de las 1500 grabaciones. ¿Para quién es
entonces? En la marquesina se lee grande “ministerio de Desarrollo
Social – secretaría de Niñez Adolescencia y Familia”, la dependencia del
Poder Ejecutivo de la cual depende la Editora Nacional Braille, que
supo ser la editorial para ciegos más grande de América Latina antes de
que la desidia y las mudanzas oficiales la condenaran a su actual
funcionamiento. La inactividad por el último traslado duró un año y en
Clarín y en esta sección se dio cuenta de ello (como también en 2009
del intento de mudar la Editora a la comodidad de Lomas de Zamora).
El secretario de Niñez, Adolescencia y Familia Gabriel Lerner tomó entonces el toro por las astas y dijo en Twitter: “Clarín miente”. Aseguró que había partidas de dinero para terminar los trabajos y que en eso estaba. Los trabajos se intensificaron y a mediados de noviembre, la editora y sus bibliotecas reabrieron. Pero su funcionamiento sigue siendo parcial, casi nulo. Por estos días, uno de los casi 50 trabajadores –la mayoría ciegos– envía algunas imágenes (disponibles en facebook.com/editoranacional.braille) de trabajos sin terminar (humedades en los techos, puertas invertidas, libros desparramados, baños rotos). Escribe con cierta poesía: “Podrían confundirse con las de 2012 (se corre el riesgo de que ocurra cuando las cosas siguen siendo exactamente iguales)”. También se quejaban de la seguridad casi nula del edificio. Cualquiera de ustedes puede hacer la prueba: sólo hay que entrar en el edificio de Hipólito Yrigoyen 2850, en Once, sin detenerse.
Las últimas novedades son tristes: habrá que tirar abajo las flamantes cabinas de grabación. “Nunca se habilitaron, no son acústicas, no tienen ventilación ni espacio”. Los voluntarios (que suelen prestar sus ojos y voz para grabar libros o apuntes) nunca volvieron. “Los reclamos acaban siendo huecos si no les sirven a otros –que hacen y deshacen– se trate de proyectos, de derechos o de cabinas”. El cartel sí está a la vista.
La Nueva Narrativa quedó huérfana
Es un nombre y como todos es arbitrario. (Y después del Nuevo Cine Argentino quizá sea poco original). Hablamos de la Nueva Narrativa Argentina, la etiqueta con la que en los últimos años se ha querido vender y agrupar a varias generaciones de escritores supuestamente jóvenes (leáse menores de 45). Más difícil de aceptar resulta su repetida abreviatura NNA. La crítica y escritora Elsa Drucaroff leyó con estoicismo al menos 500 libros de más de 150 autores de la “post–dictadura” para su libro Los prisioneros de la torre (2011). Nadie más que ella quizás ha trabajado tanto en los últimos años para introducir esos nombres en la academia, casi siempre reacia a incorporar nuevos nombres al canon. Pero Drucaroff dijo basta; está cansada. No de los escritores, sino de las rencillas y escaramuzas virtuales. De los anónimos fakes que adoptan falsas identidades en las redes sociales para burlarse y agredir. Por eso y después de que le hackearan su cuenta de Facebook envió un extenso mail –disponible en Google– dirigido a “A los integrantes del movimiento de la NNA”. “He decidido retirarme del estudio y la difusión de la nueva narrativa argentina”, explica la escritora. Las razones: esos canallas y arribistas que antes no hegemonizaban y ahora lastiman. La crítica señala a uno en particular: “Ignacio Colina”, el impostor que crea intrigas entre los autores. Si antes la NNA sumaba voces en vez de excluirlas, ahora el “movimiento está permitiendo que el puñadito de mierda al que le alucina cierto poder robe sus logros”. Drucaroff ensaya un elogio de la generosidad, el motor del movimiento, pero se alarma por la falta de solidaridad. “Es triste y alarmante la INCAPACIDAD del movimiento para defender lo que consiguió”. Asegura que los anónimos agresores –malos escritores– sólo buscan fama y quieren ser nombrados. ¿Quiénes son? ¿A quién le importa? Pero qué curiosidad... y qué frivolidad.
Buenos Aires Negra vs. la ex crítica de la NNA
La semana pasada, después de que la policía metropolitana reprimiera a los ocupantes de la Sala Alberdi del Centro Cultural San Martín, el escritor Ernesto Mallo, organizador del Festival Buenos Aires Negra (BAN), hizo circular un mail en contra de la ocupación. Elsa Drucaroff, que el año pasado participó del festival, contestó y denunció la complicidad del BAN “con la represión”. Incluyó en su mail la palabra “desaparecidos”. Mallo respondió: “Si le parece tan condenable (el apoyo económico del gobierno porteño) no entendemos por qué pidió participar”. Drucaroff se plantó con la última respuesta de un careo virtual y demasiado largo.
www.revistaÑ.com.ar / diario.xlarin.com
El secretario de Niñez, Adolescencia y Familia Gabriel Lerner tomó entonces el toro por las astas y dijo en Twitter: “Clarín miente”. Aseguró que había partidas de dinero para terminar los trabajos y que en eso estaba. Los trabajos se intensificaron y a mediados de noviembre, la editora y sus bibliotecas reabrieron. Pero su funcionamiento sigue siendo parcial, casi nulo. Por estos días, uno de los casi 50 trabajadores –la mayoría ciegos– envía algunas imágenes (disponibles en facebook.com/editoranacional.braille) de trabajos sin terminar (humedades en los techos, puertas invertidas, libros desparramados, baños rotos). Escribe con cierta poesía: “Podrían confundirse con las de 2012 (se corre el riesgo de que ocurra cuando las cosas siguen siendo exactamente iguales)”. También se quejaban de la seguridad casi nula del edificio. Cualquiera de ustedes puede hacer la prueba: sólo hay que entrar en el edificio de Hipólito Yrigoyen 2850, en Once, sin detenerse.
Las últimas novedades son tristes: habrá que tirar abajo las flamantes cabinas de grabación. “Nunca se habilitaron, no son acústicas, no tienen ventilación ni espacio”. Los voluntarios (que suelen prestar sus ojos y voz para grabar libros o apuntes) nunca volvieron. “Los reclamos acaban siendo huecos si no les sirven a otros –que hacen y deshacen– se trate de proyectos, de derechos o de cabinas”. El cartel sí está a la vista.
La Nueva Narrativa quedó huérfana
Es un nombre y como todos es arbitrario. (Y después del Nuevo Cine Argentino quizá sea poco original). Hablamos de la Nueva Narrativa Argentina, la etiqueta con la que en los últimos años se ha querido vender y agrupar a varias generaciones de escritores supuestamente jóvenes (leáse menores de 45). Más difícil de aceptar resulta su repetida abreviatura NNA. La crítica y escritora Elsa Drucaroff leyó con estoicismo al menos 500 libros de más de 150 autores de la “post–dictadura” para su libro Los prisioneros de la torre (2011). Nadie más que ella quizás ha trabajado tanto en los últimos años para introducir esos nombres en la academia, casi siempre reacia a incorporar nuevos nombres al canon. Pero Drucaroff dijo basta; está cansada. No de los escritores, sino de las rencillas y escaramuzas virtuales. De los anónimos fakes que adoptan falsas identidades en las redes sociales para burlarse y agredir. Por eso y después de que le hackearan su cuenta de Facebook envió un extenso mail –disponible en Google– dirigido a “A los integrantes del movimiento de la NNA”. “He decidido retirarme del estudio y la difusión de la nueva narrativa argentina”, explica la escritora. Las razones: esos canallas y arribistas que antes no hegemonizaban y ahora lastiman. La crítica señala a uno en particular: “Ignacio Colina”, el impostor que crea intrigas entre los autores. Si antes la NNA sumaba voces en vez de excluirlas, ahora el “movimiento está permitiendo que el puñadito de mierda al que le alucina cierto poder robe sus logros”. Drucaroff ensaya un elogio de la generosidad, el motor del movimiento, pero se alarma por la falta de solidaridad. “Es triste y alarmante la INCAPACIDAD del movimiento para defender lo que consiguió”. Asegura que los anónimos agresores –malos escritores– sólo buscan fama y quieren ser nombrados. ¿Quiénes son? ¿A quién le importa? Pero qué curiosidad... y qué frivolidad.
Buenos Aires Negra vs. la ex crítica de la NNA
La semana pasada, después de que la policía metropolitana reprimiera a los ocupantes de la Sala Alberdi del Centro Cultural San Martín, el escritor Ernesto Mallo, organizador del Festival Buenos Aires Negra (BAN), hizo circular un mail en contra de la ocupación. Elsa Drucaroff, que el año pasado participó del festival, contestó y denunció la complicidad del BAN “con la represión”. Incluyó en su mail la palabra “desaparecidos”. Mallo respondió: “Si le parece tan condenable (el apoyo económico del gobierno porteño) no entendemos por qué pidió participar”. Drucaroff se plantó con la última respuesta de un careo virtual y demasiado largo.
www.revistaÑ.com.ar / diario.xlarin.com
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