viernes, 29 de marzo de 2013

García Ferré, la infancia de todos


La muerte de Manuel García Ferré (8 de octubre de 1929 – 28 de marzo de 2013) enlutó a todas las generaciones que, desde los años 50 a esta parte, transitaron su infancia en compañía de sus entrañables personajes. Y está claro que esto (nos) abarca a todos: desde aquellos que se criaron jugando a la bolita o compitiendo a embocar un balero –para los cuales la aparición de la televisión en sus vidas y la llegada del hombre a la Luna fueron eventos relativamente comparables- hasta el piberío de ahora, que navega en internet y juega más al fútbol en la consola de videojuegos que en el potrero.

POR Néstor Rivas - Especial para Ñ Digital


García Ferré fue uno de los artistas más populares que tuvo la Argentina. Quizás, el mayor de todos. Al fin y al cabo, el hombre cortó ancho, porque se hizo fuerte en la infancia, a la que le regaló aventura, imaginación, sentimiento y la sabiduría infinita de Petete.
Que ´nuestro´ Walt Disney haya recalado en estas pampas, debemos agradecerlo a la fortuna, porque como se ha recordado hasta el cansancio en estas horas, nació lejos, en España, y llegó a Argentina ya grandecito, a los 17 años. Y por fortuna también, alguien en Billiken le dio bolilla a los dibujos que el estudiante de arquitectura García Ferré llevaba en su carpeta y con los cuales trajinaba las redacciones de las revistas. Más tarde, los compinches de Pi-Pío –personaje central de aquellas historietas iniciales-, Hijitus y Oaky, conocerían el estrellato, aunque para ello debieron mudarse de la modesta Villa Leoncia a la más citadina Trulalá.
García Ferré fue un genio que no deja herederos artísticos. La distancia entre su obra y otros intentos locales en materia de animación, es abismal. Sin dudas, fue el patriarca de los dibujos animados made in Argentina. Sus largometrajes animados abrumaron -en materia de convocatoria- a ilustres competidores extranjeros, aunque se tratara del enésimo relanzamiento La Guerra de las Galaxias de George Lucas o de los talentosos chicos de Pixar. Les ganó a todos, aun disponiendo de menos presupuesto y tiempo y de recursos infinitamente más artesanales, pero lo hizo a fuerza de una imaginación prodigiosa. Más allá de la sencillez de sus planteos (lo bueno, noble y saludable del lado de ´los buenos´; la ambición desmedida, el resentimiento y el tabaquismo, del lado de ´los malos´), la originalidad de sus personajes fue y seguirá siendo superlativa. Las palabras mágicas de Hijitus (“sombrero, sombreritus, ¡conviérteme en Superhijitus!”), el lema de Oaky (“tiro, lío y cosha golda”) o el “rrrretonto” con el que el profesor Neurus estigmatizaba a sus secuaces, formarán parte del acervo popular por varias décadas más, del mismo modo que Larguirucho seguirá boyando entre buenos y malos (es un buenazo, pero medio corto de luces y no hay manera de hacerle entender, por más fuerte que se le hable). Del mismo modo, el Boxitracio continuará a los golpes, la colilla de Pucho jamás se consumirá, Anteojito seguirá viviendo con su tío Antifaz y habrá que ver la suerte del magnate Gold Silver, de acuerdo a su exposición en el mercado de derivados financieros…
García Ferré fue un artesano, un precursor. La comparación con Walt Disney no es arbitraria. No sólo porque utilizó la misma cámara con la que el viejo Walt filmó las inmortales Pinocho, Bambi y Dumbo para realizar –sesenta años después- Manuelita y Pantriste. García Ferré fue también un genio del merchandising -¿cómo soslayar la alianza estratégica que mantuvo por largo tiempo con la fábrica de golosinas de inefable heredero y que nos brindó tantas alegrías y muñequitos?- y lideró el mercado editorial infanto-escolar con la imprescindible “Anteojito” durante 30 años.
Sus cortos animados –que con intervalos produjo entre las décadas del 60 y 90 y midieron altísimos niveles de rating en cada repetición- fueron la primera serie de dibujos animados realizada en el país. Visionario, a finales de los años 60 ya producía en color, pensando en el futuro de la televisión. Era una verdadera ´patriada´ rodar esos breves cortometrajes (te lo digo ahora, García Ferré, sin resentimientos, ¡pero eran demasiado breves! ¡en un desliz, por ir al baño, me los podía perder!) dibujados a mano, a razón de 18 dibujos por segundo. Para producir “Ico, el caballito valiente” (1981), fueron necesarios dos años de trabajo y 600.000 dibujos, realizados en los estudios que García Ferré mantenía en el edificio Apolo, cerquita del Obelisco.
Lo dicho: fue un precursor, un artesano y un visionario, animado por una imaginación prodigiosa y un amor ilimitado por su trabajo. En una de sus últimas apariciones públicas, en la ciudad de Posadas (Misiones) a fines del año pasado, declaró que pretendía morir trabajando. Y así fue.
Sin lugar a duda, todas las generaciones que actualmente habitan este suelo, lo despiden con tristeza. Y los ciudadanos de Trulalá ni te cuento, porque han perdido un padre amoroso. http://www.revistaenie.clarin.com/rn/

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