martes, 2 de abril de 2013

El hombre que hizo hablar hebreo a Cortázar


Por Maurice Jalfon | mpistone@infobae.com

 
 
A cinco décadas de la aparición de Rayuela, Ioram Melcer, traductor israelí, logró una versión en hebreo de la emblemática novela luego de atravesar las más variadas peripecias
El hombre que hizo hablar hebreo a Cortázar
Ioram Melcer (1963)
Crédito foto: @ioram
En 1966, tres años después de su publicación, se tradujo al inglés y al francés.
Con el paso de los años, Rayuela alcanzó diversos idiomas: italiano, sueco, alemán, noruego, entre otros. Sin embargo, luego de cinco décadas de encontrar lectores con diferentes idiomas y costumbres, debido a la complejidad que implicaba su traducción, aún tenía uno pendiente: el hebreo.
Ioram Melcer (1963), es un reconocido lingüista israelí dedicado a la literatura, el periodismo y la traducción de textos de español, portugués y catalán al hebreo.
Tradujo al hebreo, entre otros, a Julio Cortázar, Arturo Pérez-Reverte, Jorge Volpi, Paulo Coelho, Antonio Lobo Antúnez, Mario Vargas Llosa, Antonio Skarmeta, Fernando Pessoa, Salman Rushdie, Jorge Icaza y Junot Díaz.
"Rayuela es para mí la cumbre –dice Ioram Melcer–. Si es el Everest de la traducción, puedo afirmar que su mera existencia me motivó", afirma. "Muchas personas decían que era intraducible", agrega.
Sobre los retos que debió enfrentar, cuenta: "A las diferencias enormes entre el hebreo y el castellano, hay que sumarle la creatividad lingüística de Cortázar, los giros muy locales, los tonos porteños, los silencios y suspiros que son tan específicos, tan de la cultura que dio lugar a su genio”.
Antes de entrar en el relato de su odisea, Melcer rememora cuál fue su primer contacto con la novela que tiene como protagonistas a Horacio Oliveira y La Maga: "Su nombre me era conocido desde mi infancia. Recuerdo que en 1969 le pregunté a mi madre '¿Qué significa rayuela?', porque había visto el libro en un estante en casa".
Lo que de niño Melcer nunca imaginó fue que responder esa pregunta le iba a llevar casi toda una vida.
—¿Cuánto fue el tiempo que duró la traducción?
—Lo primero es que no se le pregunta algo tan íntimo a un traductor. Por otro lado, no sé exactamente. ¿Cómo he de medir el lapso de tiempo? Sería hasta dos días antes de imprimirse el libro, cuando me mandaron otras dos o tres preguntas acerca de la versión hebrea. Digamos que las fechas clave son 1963 (cuando nacimos, Rayuela y yo...), 1969, 1992 y un par de años masticando todo hasta febrero del 2013. Por ahí anda el trozo de tiempo que me llevó la traducción.
—En tu opinión, ¿cuál es la mayor transgresión del lenguaje en Rayuela?
—Me opongo al término “transgresión”. Cortázar actúa con plena libertad. El libro es suyo, el lenguaje es suyo. Es su mundo. Y las “transgresiones” son precisamente el producto del criterio limitado o burgués, por decirlo en términos de la época, del lector. Cortázar crea un nuevo tipo de lector, funde una generación de personas que pueden dialogar con el texto.
—Hay un capítulo en particular, el 68, que está escrito en "gíglico", una lengua inexistente inventada por Cortázar. ¿Qué criterios o método utilizaste para traducir tal desafío?—Inventé palabras en hebreo. Tejí todo el texto en hebreo usando términos que produje usando un sistema muy sofisticado de formación de palabras en Hebreo. Fue un gusto especial. Al terminar el capítulo, fui a ver qué habían hecho traductores a otras lenguas: al francés, al inglés, al turco. Todos esquivaron el problema de una manera u otra. Lo más que hicieron es modificar un par de palabras. El traductor al portugués simplemente copió las palabras de Cortázar, aprovechando la afinidad entre el castellano y el portugués. El editor turco agregó una nota de pié donde explica la imposibilidad del asunto.
—¿Cómo hiciste para respetar el recurso que utiliza Cortázar en el capítulo 69, de escribir las palabras tal como se escuchan?
—Jugué con la ortografía en hebreo, con el efecto sonoro. Es posible, siempre y cuando uno se cuide de no inserir lo que Cortázar no hizo, es decir cuidando el resultado final para que no distorsionara el curso del texto.
—Otro de los capítulos propone una lectura salteada. ¿Cómo fue esa adaptación a la lectura en hebreo?
—Para mí fue fácil, aparte del problema de crear dos tonos diferentes. Los que sudaron fueron los correctores que tuvieron que jugar con los renglones y las frases para que les quedara gráficamente parejo. Me dijeron que les llevó un mes entero.
—¿Qué aspectos o temas pensás que le pueden interesar o atraer al público en Israel?
—Sus temas universales: el exilio, la relación entre la identidad, el idioma, y lugar físico. La consciencia exiliada, los lazos que atan a la persona a un lugar, a su patria. La patria como concepto íntimo. Y el amor, ese amor que nunca se va, que se va y se va y no se ha ido. Oliveira y La Maga, esa cualidad absoluta del amor, del dolor.
—Muchas veces se dijo, como crítica, que Rayuela no soporta una relectura. ¿Qué opinión tenés al respecto?
—Será un ejemplo de alguna idiosincrasia argentina. Rayuela es el libro de las relecturas. Ya la primera lectura de la novela es una relectura, porque un autor nunca sabe qué hará el lector, y más en el caso de Rayuela, donde es más que legítimo que el lector se haga su propias reglas, diseñe su trayectoria. Rayuela no se puede leer. Solamente se puede releer.

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