Berti es escritor, autor de "El país imaginado" (Emece) y "La sombra del pugil" (Norma)
POR Eduardo Berti
Desde octubre pasado estoy en San Sebastián, España, como
escritor en residencia en el DIPC (Donostia International Physics Center
o Centro Internacional de Física de Donostia), dirigido por el físico
Pedro Miguel Echenique. Participo del proyecto Mestizajes, que busca
transitar las fronteras entre arte, ciencia y humanidades, y cuyo
objetivo –que comparto– consiste en abordar una perspectiva
transdisciplinar. En particular, estamos trabajando actualmente en las
fronteras entre literatura y ciencia: lo que C.P. Snow (en una famosa
conferencia de 1959) denominó “las dos culturas”. En los últimos
tiempos, inspirados por aquel debate que instalara Snow, pensadores como
John Brockman acuñaron y popularizaron conceptos como el de “tercera
cultura”, en pos de una mayor comunicación y compresión entre la cultura
humanística y la científica.
Mi padre era químico; mi madre era descendiente de vascos. Mi experiencia con la ciencia en la muy elegante San Sebastián supone una especie de doble reencuentro con algunas de mis raíces. Sin embargo, debo admitir que –pese a la profesión de mi padre– mi vínculo con la ciencia fue siempre escaso y distante. Y me temo que lo mismo le ocurre, a grandes rasgos, a muchos escritores, artistas o intelectuales del campo humanístico. Nos acercamos poco a las “ciencias exactas”; menos de lo que valdría la pena.
Admiro desde muy chico la fantaciencia de Julio Verne o H. G. Wells, entre otros “visionarios”, y también me ha interesado la ciencia-ficción (recuerdo mi pasión por Robert Scheckley y Ray Bradbury a los doce, trece años), pero cada vez tengo más en claro que los vínculos entre literatura y ciencia no se limitan a estas únicas opciones.
La obra de Alphonse Allais o Dino Buzzati, por citar dos casos, muestra el posible uso absurdo o humorístico de las invenciones científicas (y de su discurso). Autores como Raymond Queneau, Italo Calvino y Georges Perec (la escuela de la OuLiPo) exploraron, hace décadas, las posibles aplicaciones “formales” de las matemáticas y otras ciencias. Y hoy resulta tentador leer (releer) la historia del memorioso Funes de Borges como si fuera otro de los diversos casos que relata el apasionante Oliver Sacks con su neuro-paradoxografía. O releer Bouvard y Pécuchet, de Flaubert, como una reflexión sobre los límites de la hiperespecialización y el ultra-enciclopedismo.
Gustavo Ariel Schwartz, responsable de Mestizajes, me puso en contacto directo con investigadores que me han enseñado técnicas y conceptos de actualidad. Desde la nanociencia hasta las herramientas de simulación científica en 3D, pasando por varios conceptos fundamentales de las últimas décadas: desde la fractalidad o la árida (para mí, al menos) mecánica cuántica, hasta el apasionante descubrimiento de las “neuronas espejo” que nos explican acaso una de las piedras angulares de la ficción: la así llamada “empatía” que nos permite identificarnos con los personajes de ficción.
Uno de los aspectos más interesantes de la experiencia que estamos llevando a cabo es ver cómo resuenan muchas nociones de las ciencias en el campo de la creación literaria. Y viceversa. Me fue imposible abordar la fractalidad de Mandelbrot sin pensar en el concepto de estructura abismada (la “ mise en abyme ”, de la que hablaba André Gide), por citar un caso. La idea fundamental es encontrar espacios y conceptos comunes en ambas disciplinas, como una forma de acercarlas para intentar comprender mejor el mundo. En otras palabras: que arte, ciencia y humanidades se complementen y enriquezcan mutuamente. http://www.revistaenie.clarin.com/rn/
Mi padre era químico; mi madre era descendiente de vascos. Mi experiencia con la ciencia en la muy elegante San Sebastián supone una especie de doble reencuentro con algunas de mis raíces. Sin embargo, debo admitir que –pese a la profesión de mi padre– mi vínculo con la ciencia fue siempre escaso y distante. Y me temo que lo mismo le ocurre, a grandes rasgos, a muchos escritores, artistas o intelectuales del campo humanístico. Nos acercamos poco a las “ciencias exactas”; menos de lo que valdría la pena.
Admiro desde muy chico la fantaciencia de Julio Verne o H. G. Wells, entre otros “visionarios”, y también me ha interesado la ciencia-ficción (recuerdo mi pasión por Robert Scheckley y Ray Bradbury a los doce, trece años), pero cada vez tengo más en claro que los vínculos entre literatura y ciencia no se limitan a estas únicas opciones.
La obra de Alphonse Allais o Dino Buzzati, por citar dos casos, muestra el posible uso absurdo o humorístico de las invenciones científicas (y de su discurso). Autores como Raymond Queneau, Italo Calvino y Georges Perec (la escuela de la OuLiPo) exploraron, hace décadas, las posibles aplicaciones “formales” de las matemáticas y otras ciencias. Y hoy resulta tentador leer (releer) la historia del memorioso Funes de Borges como si fuera otro de los diversos casos que relata el apasionante Oliver Sacks con su neuro-paradoxografía. O releer Bouvard y Pécuchet, de Flaubert, como una reflexión sobre los límites de la hiperespecialización y el ultra-enciclopedismo.
Gustavo Ariel Schwartz, responsable de Mestizajes, me puso en contacto directo con investigadores que me han enseñado técnicas y conceptos de actualidad. Desde la nanociencia hasta las herramientas de simulación científica en 3D, pasando por varios conceptos fundamentales de las últimas décadas: desde la fractalidad o la árida (para mí, al menos) mecánica cuántica, hasta el apasionante descubrimiento de las “neuronas espejo” que nos explican acaso una de las piedras angulares de la ficción: la así llamada “empatía” que nos permite identificarnos con los personajes de ficción.
Uno de los aspectos más interesantes de la experiencia que estamos llevando a cabo es ver cómo resuenan muchas nociones de las ciencias en el campo de la creación literaria. Y viceversa. Me fue imposible abordar la fractalidad de Mandelbrot sin pensar en el concepto de estructura abismada (la “ mise en abyme ”, de la que hablaba André Gide), por citar un caso. La idea fundamental es encontrar espacios y conceptos comunes en ambas disciplinas, como una forma de acercarlas para intentar comprender mejor el mundo. En otras palabras: que arte, ciencia y humanidades se complementen y enriquezcan mutuamente. http://www.revistaenie.clarin.com/rn/
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