Por Luciana Aghazarian - Especial para Clarín
La repitencia, la
sobreedad y las dificultades para acceder al título siguen siendo
obstáculos en la escolaridad. Experiencias de colegios y docentes que
implementan estrategias especiales para retener a los jóvenes,
devolverles la confianza en sí mismos y combatir el abandono.
19/06/13 - 14:32
Sólo un 43 por ciento de los estudiantes secundarios de nuestro país obtienen el título en los plazos establecidos y apenas un 50 por ciento logra concluir la escuela media, según un informe de Unesco.
Si bien Argentina es uno de los países de Latinoamérica con más
altas tasas de acceso y cobertura en la educación básica
obligatoria –94,7 por ciento en la primaria y 83,4 por ciento en la
secundaria, según el último Censo–,
la primera estadística la ubica detrás de Perú, Chile, Colombia,
Bolivia, Paraguay y Ecuador. Para paliar este problema, en Capital y
provincia de Buenos Aires existen escuelas especialmente preparadas
para prevenir el abandono. Docentes y alumnos coinciden: ya sea por razones económicas, sociales o culturales, la repitencia, la sobreedad y las dificultades para acceder al título secundario son todavía problemáticas a resolver. Clarín Educación consultó a especialistas acerca de las estrategias para preservar a esta población que encuentra su punto álgido de deserción entre los 15 y 18 años. En este informe, claves para docentes, consejos para padres, y el caso de los CESAJ (Centros de Escolarización Secundaria para Adolescentes y Jóvenes) en la provincia de Buenos Aires y las Escuelas de Reingreso en la Ciudad como tácticas de retención.
¿Fracaso personal o colectivo?
Es cuando empiezan a acumularse los aplazos que la posibilidad de abandonar aparece en el horizonte, sobre todo entre el segundo y el tercer año. Esto suele traducirse en la mayoría de los casos en un fracaso personal por parte del alumno que lo lleva a la frustración y resignación, pero ¿cuánta responsabilidad tiene la escuela de evitar este desenlace?
Dificultades de aprendizaje, problemas económicos, familiares o personales, maternidad o paternidad temprana, discriminación en el aula, carencia de contención por parte de la institución educativa, enfermedades, son algunos de los variados motivos por los cuales los chicos abandonan la escuela. Sin embargo, no es tan fácil generalizar ya que no hay estadísticas en este sentido. Lo cierto es que cada alumno llega a clase con su historia, su cultura y una vida personal a cuestas que no siempre "encaja" en ese ámbito. Los especialistas coinciden en que la retención escolar, es decir hacer que ese chico "encaje" en ese contexto educativo, es en gran parte responsabilidad de la propia escuela.
Mariana Nobile, licenciada en Sociología e investigadora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), reflexiona acerca de un posible camino para reducir la tasa de abandono: "Habría que revisar el formato de la secundaria. Por ejemplo, hay que desnaturalizar el pensamiento de que cuando se incluye una instancia de examen más para aprobar, se está haciendo más fácil la escuela. También la culpabilidad individual del fracaso es un tema que hay que revisar. Hay que pensar en relaciones de reciprocidad: la asistencia, la puntualidad, la prohibición del uso de celulares en clase son normas que deberían cumplir tanto alumnos como docentes. El ausentismo docente es un gran problema. Uno puede disponer de ciertas licencias cuando realmente sea necesario, pero no dejar de trabajar por cualquier excusa, porque hay un grupo de personas que me está esperando. Los chicos necesitan ese compromiso, que el docente trabaje de igual a igual, que se siente a la par del alumno a explicarle mil veces porque no entiende", reclama la socióloga.
Repetir hasta abandonar
A los 14 años, Nicolás Rodríguez dejó la escuela. Cursó primer año en una técnica doble turno y repitió. Probó en otra técnica pero dejó para pasarse a un bachillerato porque, además, tenía que trabajar. También repitió. La desilusión y los problemas económicos en su familia lo condenaron a permanecer un año por fuera del sistema educativo. "Tenía conflictos económicos, familiares y no tenía la cabeza para estudiar. Cuando se me dio la posibilidad de volver, con el apoyo de mi familia, lo hice. Ahora estoy en tercer año y nunca me llevé una materia", cuenta.
La historia de Laura Sánchez es similar. Repitió primer año y se tomó un año "de vagancia" –según cuenta–. Volvió a empezar la secundaria, pero solo aprobó cuatro materias. La frustración y graves problemas familiares que la mantenían en un estado de rebeldía permanente, la llevaron a pensar que no servía para esto.
Beatriz Calacou, tutora y docente de la Escuela de Reingreso N° 1, de Parque Patricios, plantea: "Muchas veces las cuestiones emocionales redundan en el bajo desempeño, y provocan frustración. Acá los chicos llegan con muy baja autoestima. Es muy común que te digan: A mí la cabeza no me da, yo no sé . Y uno de nuestros caballitos de batalla es mostrarles que son capaces. Si a una persona no le hacés saber que creés que es valiosa, no va a poder construir su autoestima".
"El pibe no viene a la escuela por distintas razones: a veces porque tiene que hacerse cargo de cosas que no son propias de un niño estudiante como cuidar la casa, hermanos menores, acompañar a la abuela al médico, o a la madre que tuvo familia, etc. En otras ocasiones la inasistencia trae aparejado el bajo rendimiento: repite una vez, repite dos y no quiere venir más", explica Carmen Curátola, docente en el CESAJ de la Escuela Secundaria N° 61, de La Matanza.
El CESAJ, en la provincia de Buenos Aires, y la Escuela de Reingreso, en la Ciudad, son estrategias de retención escolar implementadas desde hace seis años, que vinieron a llenar el hueco que había entre la escuela tradicional y la escuela para adultos –que recién incorpora a los jóvenes a partir de los 18–. Ambos programas están destinados a adolescentes de entre 15 y 18 años que no terminaron la escuela media por haber repetido o abandonado los estudios. En el CESAJ los jóvenes en dos años aprueban los primeros tres años del secundario y luego se reinsertan en la escuela común. En el caso de la Escuela de Reingreso, los estudiantes cursan en cuatro años todo el secundario allí, obteniendo el mismo título que si egresaran de una escuela común.
Volver al cole
Nicolás y Laura, hoy con 18 y 20 años respectivamente, están a poco de terminar el secundario en la Escuela de Reingreso N° 1, de Almagro. Al ser la cursada por la tarde-noche, Nicolás pudo combinar el estudio con el trabajo. Otra ventaja es que las faltas y las notas son por asignatura y no influyen en la regularidad del resto de las materias. Laura, a medio año de obtener su título, afirma: "Entré con la misma postura que a la escuela común: rebelde. Pero con el tiempo me empezaron a poner los límites, me enseñaron a que tengo que seguir mi rumbo y no perderme en la rebeldía. Y ahora tengo muchas personas muy queridas acá, que me enseñaron a no bajar los brazos, a ver mi futuro". Nicolás agrega: "En esta escuela somos menos chicos, entonces el vínculo con los profesores es mejor".
Mariana Nobile, investigadora que formó parte del trabajo de FLACSO Nuevos formatos escolares para promover la inclusión educativa (2007) y es autora de Los vínculos entre docentes y alumnos en las Escuelas de Reingreso de la Ciudad de Buenos Aires (2011), analiza: "Al hacerse por trayectos –es decir, uno puede repetir una materia pero no el año–, estas escuelas tienen efectos fuertes en los chicos, porque hay una idea de seguir avanzando constantemente, sin estancarse siempre en la misma posición, desnaturalizando el formato educativo tradicional".
Del mismo modo, los CESAJ parecen, de algún modo, allanarles el camino a los adolescentes para que puedan volver al colegio. Elena Duro, especialista en Educación de UNICEF, quien coordinó una investigación acerca de estos centros como parte de la serie de publicaciones Educar en las Ciudades, desarrolla: "Lo común en este tipo de programas de reinserción y terminalidad es la elección de profesionales docentes con voluntad expresa de trabajar y ganas de formarse para trabajar con poblaciones que exigen retos mayores respecto al alumno ideal para que el que fue diseñada nuestra escuela secundaria. Estos nuevos dispositivos en general son más flexibles, tienen la característica de monitoreo y acompañamiento de cada uno de los estudiantes, con una clara finalidad de seguir las trayectorias individuales para que estas no se trunquen una vez más".
¿Más flexibles, menos calidad?
La flexibilidad de estos programas despierta algunas suspicacias respecto del grado de calidad que ofrecen. La rigidez ligada a la educación tradicional todavía es, por lo menos en el imaginario social, sinónimo de calidad. Sin embargo, especialistas y docentes intentan desmitificar esta cuestión para darles crédito a otros métodos más vinculados a rescatar las capacidades del alumno, a tener en cuenta su situación social, familiar y personal, y ofrecerle herramientas que se puedan adecuarse a sus posibilidades.
Nobile rescata: "Que chicos del secundario te digan que lo que les gusta de la escuela es el trato con los profesores es fuerte, y eso nos pasó cuando los encuestamos. Este formato habilita muchas cosas: el acompañamiento, el apoyo permanente, las tutorías. Son chicos que en otros espacios relatan mucha indiferencia por parte de las escuelas".
En este sentido, el compromiso de los docentes en este proceso juega un rol fundamental: "Tengo cuatro domicilios para hacer, pero se me rompió el auto y lo estoy posponiendo", comenta con naturalidad Carmen Curátola, haciendo referencia al trabajo que hace la escuela casa por casa para reincorporar a los chicos al ámbito escolar. "Es un mimo que pesa mucho a la hora de volver al colegio. Esto de preparar el mate, traer algún día un budín, otro día enojarse porque hicieron algo incorrecto. Saben que uno está para las buenas y para las malas, y que hay normas que cumplir porque si no hay bronca", cuenta. Y aclara: "Somos gente que apunta a la educación en serio, una educación inclusiva y de calidad. No se trata de pasar por pasar. Hay que estar convencido de que la educación es un medio de ascenso social, y debe ser la misma para el de Flores, el de Belgrano o el de cualquier otro barrio".
Para Elena Duro, la discusión acerca de si uno u otro formato es mejor o peor no enriquece. La especialista invita a reflexionar sobre la calidad de la educación en general, punto de partida para lograr una mayor retención de los chicos en el sistema educativo: "Este tipo de comparaciones no suman al problema. Esto no significa que los nuevos formatos en todas sus expresiones sean de alta exigencia, ni que los aprendizajes sean los más pertinentes en todos los casos, del mismo modo que sus propuestas de formación profesional. Sin embargo, creo que el tema de la calidad educativa sigue siendo un debate pendiente a nivel nacional, y que abarca a la totalidad del sistema educativo. La calidad debe ser pensada para todos", sintetiza.
La escuela, el mejor lugar
Todos los testimonios consultados por Clarín Educación coinciden en que no hay mejor lugar para los jóvenes que la escuela. Si bien el camino hacia la tasa cero de abandono y repitencia parece largo, insistir con la discusión y la puesta en práctica de recursos como los CESAJ y las Escuelas de Reingreso, dicen, es clave para que esos números que miden la deserción y traen detrás cientos de historias, disminuyan.
Justamente, son esas historias las que, aseguran los docentes, es preciso rescatar. Darío Ritu, profesor de Prácticas del Lenguaje del CESAJ de La Matanza, opina: "El docente que piensa que todo está perdido se tiene que retirar. Siempre hay que buscarle la vuelta, hay que charlar mucho con los alumnos, conocerlos, saber qué les pasa, y convencerlos de que pueden". En consonancia con Darío, Beatriz Calacou concluye: "Para mí estos alumnos son personas valiosas, no les tengo pena, los considero capaces y sé que pueden venir a la escuela y egresar".
http://www.clarin.com/educacion/filo-desercion_0_940106309.html
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