Por Alfredo Dillon
La escuela actual exige repensar las carreras que preparan a los futuros maestros. Algunas claves: revisar prejuicios, priorizar la práctica, conocer a los chicos de hoy.
20/06/13
Cada vez más jóvenes eligen ser docentes: la matrícula en los institutos de formación creció un 29% desde 2008, según datos del ministerio de Educación nacional. En 2012, 384.980
estudiantes cursaban los profesorados de nivel inicial, primario y
secundario en los 1317 institutos de formación de todo el país. En 2008,
la cifra era de 298.435 alumnos. Allí se preparan para trabajar con los
alumnos nacidos y criados en el siglo XXI. ¿Qué saberes necesita hoy un
docente para estar al frente de las aulas? ¿Qué conocimientos y
habilidades debe tener para enseñar, es decir, para ser agente de transformación entre sus estudiantes?“Los desafíos que afronta la formación docente responden a que vivimos en sociedades de cambios vertiginosos, de profundas diferencias sociales, de quiebre de las instituciones tradicionales y de transformaciones tecnológicas que influyen en la vida cotidiana y en la formación de las personas”, describe Ruth Lapidus, directora del Instituto Superior de Investigaciones Psicológicas (ISIP).
Los especialistas aseguran que para ser un buen docente no alcanza con saber mucho de la disciplina que se enseña. El más eximio matemático o el más erudito de los literatos no tienen por qué ser buenos profesores de Matemática o de Literatura: la formación pedagógica –sostienen– es irremplazable. Una formación que no inculca recetas predigeridas (“ A este tipo de alumno hay que enseñarle de esta manera ”), sino que apunta a sembrar en los futuros docentes la semilla de la reflexión.
“El docente tiene que tener una ‘caja de herramientas’ que le permita actuar. El trabajo en el aula se caracteriza por la incertidumbre: es importante que sepa planificar, pero también que tenga la flexibilidad necesaria para adecuarse a sus estudiantes”, propone Irene Nielsen, directora del Instituto de Formación Docente N° 52, de San Isidro. Los futuros docentes que empiezan a formarse hoy se encontrarán, dentro de cuatro años, con nuevos problemas y demandas de sus alumnos. Por eso, la mejor formación no es la que da respuestas, sino la que enseña a plantear las preguntas pertinentes.
“La práctica y sus urgencias no pueden ser anticipadas por completo en la formación. En parte, el trabajo docente tiene una cuota de imprevisibilidad y de desafío permanente que no se pueden prever de antemano en la carrera”, sostiene Sandra Ziegler, investigadora del área de Educación de FLACSO. De todos modos, aclara, los profesorados “tienen un papel importante en problematizar los escenarios actuales en que se desarrolla la escolaridad y, ante todo, transmitir el compromiso ético y político que conlleva el acto educativo”. De sus palabras se desprende que una formación sólida es aquella que elimina la vieja excusa de “ A mí no me prepararon para esto ”.
Durante los últimos años la formación docente viene atravesando un proceso de revisión en la Argentina. En 2009, el Instituto Nacional de Formación Docente (INFOD) modificó los diseños curriculares y extendió la duración de las carreras de 3 a 4 años. Otros cambios incluyen la decisión de asignarle un espacio cada vez mayor a las prácticas en las escuelas desde el primer año de cursada, y la creación de programas de acompañamiento a los docentes noveles.
Un docente bien formado será un docente respetado por sus alumnos: “ El conocimiento se convierte en autoridad; la autoridad docente supone un componente pedagógico, uno académico y un compromiso ético”, sostiene Amalia Güell, docente en los profesorados de Filosofía y Letras de la UBA y del Instituto Universitario Nacional del Arte (IUNA), además de directora de secundaria del Colegio Newlands, de Adrogué.
El valor de la exigencia reaparece en varios testimonios. Es que la formación de los profesores puede pensarse como uno de los pilares de la calidad educativa. “En general, cuando ingresan al instituto, muchos tienen una representación naif sobre la escuela (al estilo Elegí ser docente porque me gustan los niños ), y creen que la formación es fácil, light –explica Irene–. Pero acá se encuentran con que tienen que estudiar mucho y saber leer y escribir muy bien. Eso a veces es una barrera que les impide seguir”.
Además, los futuros docentes enfrentan el desafío de desarmar algunos prejuicios, especialmente aquellos referidos a los estudiantes que los esperan en las escuelas. “Es necesario trabajar sobre las representaciones que estos futuros profesores tienen de los alumnos. Como formadores de formadores, tenemos que desmontar la idea de que los pibes son apáticos, porque no es así. Los alumnos quieren docentes que les exijan, que se comprometan. La formación debe ayudar a comprender los nuevos intereses y motivaciones de los chicos y adolescentes”, añade Amalia.
Otra preocupación que se reitera tiene que ver con la necesidad de promover entre los estudiantes de los profesorados ciertas habilidades y actitudes que después precisarán en su trabajo cotidiano. Por ejemplo, la capacidad de trabajar en equipo. “Priorizamos el trabajo cooperativo, porque los docentes tienen que poder colaborar con otros colegas y con otras instituciones del barrio.
El rol docente no termina en el aula; desde la formación tenemos que prepararlos para que no estén cerrados en un trabajo individualista”, sugiere Irene.
Amalia enfatiza que los formadores tienen que dar el ejemplo, propiciando ese intercambio en las aulas: “Nosotros tenemos que saber reconocer los saberes previos del otro, porque cada sujeto se va formando como profesor desde que ingresa en el sistema educativo, más allá de la formación específica para ser docente”.
Esta reflexión pone el acento sobre una cuestión que han señalado varios estudios: la biografía escolar de los maestros y profesores es determinante en la construcción de su perfil docente. En otras palabras, un joven elige qué tipo de profesor quiere ser a partir de los modelos con que se ha encontrado en su trayectoria como alumno.
En síntesis, la formación docente es un recorrido que no comienza con el ingreso al profesorado, y no termina cuando el egresado recibe su título. Se trata, más bien, de un proceso continuo, que se inicia en la infancia con las primeras experiencias escolares de los maestros, y que sigue durante el ejercicio de la profesión, en la reflexión cotidiana y el trabajo compartido con otros colegas. Esto no desdibuja la importancia de los profesorados y los institutos de formación: una preparación de calidad, actualizada, exigente y en permanente contacto con la realidad escolar parece ser la mejor apuesta por la profesionalización de la docencia, es decir, por el fortalecimiento del prestigio social de los maestros
.http://www.clarin.com/educacion/Nuevas-ideas-formar-docentes-actualizados_0_941305934.html
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