Por Andrés Hax
01/06/13
Dan Brown no mide el metro ochenta y dos de su famoso
protagonista y alter ego idealizado, Robert Langdon, pero sí tiene una
fuerte presencia y los modales y el buen porte de un excelente político.
Y es una estrella. En estos días en Madrid, donde estuvo presentando su
último thriller, Inferno (recién publicada y ya bestseller en
múltiples países) tuvimos la oportunidad de estar cerca de él, aunque no
dio una entrevista uno a uno. Está bien, como dijimos, es una estrella.
Este cronista pudo hacerle preguntas en dos ocasiones y son las que
siguen. Las primeras dos fueron en una multitudinaria ronda de prensa en
la Biblioteca Nacional de Madrid, pero las demás fueron en un íntimo
encuentro en un salón de un hotel de lujo, compartido con sólo dos
colegas de la prensa latinoamericana. Brown es violentamente descartado
por la “alta” prensa cultural. Pero sería un error no prestarle mucha
atención. Al fin, es el autor más leído del mundo, y sus novelas –aunque
son thrillers entretenidos– también son caballos de Troya para instalar
temas en la imaginación popular. –¿Cambió el acto de escribir para usted ahora que tiene más presión por su éxito?
–Escribir nunca fue placentero para mí, es un trabajo muy difícil. Comienzo todas las mañanas a las cuatro. Por cada página que lees en Inferno, yo escribí diez. El trabajo principal del escritor es editarse a sí mismo para darle al lector exactamente lo que necesita. Obviamente, después de El Código Da Vinci, me di cuenta de que lo que escribo tiene una vida más allá de mi pequeño escritorio. Tuve la experiencia de escribir novelas que nadie leía y a nadie le importaban. Prefiero esta experiencia. Pero siempre escribir es el mismo proceso. No se hace más fácil.
–¿Alguna vez pensó, como J.K. Rowling, en abandonar a su protagonista y dedicarse a escribir novelas convencionales?
–Si abandonara a Robert Langdon, muchos editores en el mundo entrarían en pánico. Yo me siento muy cerca de Langdon, me encanta la simbología, tengo ideas extrañas. Es muy posible que algún día escriba algo diferente. Que eso sea bien recibido o no, afortunadamente puedo decir que no es muy importante para mí. Lo más importante es ser honesto y escribir desde el corazón y esperar que le interese a alguna porción de la población.
–Si una universidad lo contratara para dar un seminario de escritura creativa, ¿cuales serían las cosas que enseñaría?
–Antes que nada, hay que aprender a editarse a sí mismo. Por cada diez páginas que escribes, en general tendrías que quedarte con una. En mi opinión, la diferencia entre un escritor editado y el escritor inédito es que el primero sabe cuando escribe mal. Ningún escritor es bueno todo el tiempo. Entonces el truco es mirar tu propio trabajo y decir, “eso es bueno, pero tengo que tirar todo esto, para que lo que sí es bueno, reluzca, para que tenga espacio para respirar”. La otra cosa es nunca menospreciar a tu lector. Los lectores son personas inteligentes. Les gusta aprender. Entones tienes que hacerles trabajar cuando leen. A los lectores les gusta eso: armar rompecabezas y pensar sobre las grandes ideas. Esas dos cosas, para mí, son las claves. Hay otras cosas estructurales, como escribir contra reloj. Tienes que tener la presión del tiempo. Lo último que diría es que, creo, la clave para crear el suspenso no es lo que dices, sino lo que ocultas. La razón por la cual la gente da vuelta las páginas es aprender lo que no saben. Entonces el truco es, ¿qué retengo?
–¿Le gustaría que el tema de la superpoblación se empiece a debatir gracias a su novela?
–Espero que estas ideas se tornen más visibles. Seguramente los científicos saben sobre todo esto, pero el público en general no creo que tenga una comprensión firme sobre la gravedad de la crisis de superpoblación. Yo escribo libros para la diversión, pero al mismo tiempo, siempre estoy intentando compartir ideas. El control de la población y el transhumanismo son ideas importantes y excitantes para mí, entonces las comparto.
-Yo me imagino, desde una postura conspirativa, que hay institutos a los que les interesaría comunicar ciertas ideas o instalar temas en el discurso público, y que sus novelas podrían ser vehículos ideales para eso. ¿Cómo respondería si yo lo acusara de trabajar con la CIA o la Organización Mundial de la Salud?
–Aaaaaah... No comment (se ríe a carcajadas). Como decimos en los Estados Unidos, no te lo puedo decir, porque después tendría que matarte.
–Seguramente escuchó que Umberto Eco dijo en una entrevista que usted era un invento de él.
–Umberto Eco no es un fan de mi obra. Ha dicho varias cosas sobre mí. Pero es gracioso, porque yo estuve en Milán en la Prima della Scala y él estaba sentado delante mío... Y él no sabía que yo estaba allí. Entonces le golpeé el hombro en el intervalo y le dije, “Señor Eco, yo soy un fan suyo: aunque sé que usted no es un fan mío, es un placer conocerlo”. Y el pobre hombre se puso blanco como un fantasma. Y tartamudeó y dijo: “No dije que no era un fan, sino que dije que lo inventé”. ¡Lo cual era peor! Fue un encuentro muy incómodo.
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