sábado, 5 de abril de 2014

Tu Escritorio dice muchas cosas de vos

La compu

Tu Escritorio dice muchas cosas de vos

Hacer orden. Vengo oyendo esa frase desde que tengo mi propio escritorio, es decir, desde los 8 o 9 años. Nunca comprendí el concepto. De verdad lo digo. Durante años he estudiado el desorden con la pasión del pulidor de lentes. A mi juicio no tiene nada de malo. Todo lo contrario.
Para empezar, el desorden es interesante. El desorden es la biografía de la mesa de trabajo. Por comparación, el escritorio pulcro y ordenado parece estar en animación suspendida.
Pero hay más. El desorden es el resultado de trabajar. Si no hacés nada, tu escritorio permanece ordenadito y lindo. Lindo es un decir, a mí me ponen un poco nervioso esos entornos donde parece que nunca nadie saca un libro de la biblioteca ni se le ocurre olvidarse un vaso sobre la mesa.
El desorden es el estado de menor energía. Es la entropía haciendo de las suyas. Por eso, los que defendemos su imperio encontramos cualquier cosa que necesitamos en un cuadrillonésimo de segundo. La razón es más que simple: esa lapicera, la cajita con pendrives, la carpeta con papeles fiscales, los cablecitos USB, las resmas para la impresora, ciertos libros de consulta, la pila de discos externos, todo eso ha ido quedando en ese lugar por algo. Porque lo usamos mucho. O poco. Porque somos diestros. O zurdos. Porque en nuestro mapa mental debe ir ahí y no en otro lugar. Soy diestro, pero la taza de café va siempre a la izquierda. A la derecha, imposible, no lo podría tolerar.
Ya sé, no queda lindo. Mi mesa de trabajo en casa es un espectáculo que casi todas las personas encuentran difícil de tolerar. No digo nada nuevo: los escritorios geeks se han hecho fama de impresentables. No porque sí.
Pero el desorden es eficiente. Lleva más tiempo limpiar, concedido, porque no se dispone de una superficie libre y transitable, y porque cada objeto debe dejarse donde estaba antes. Pero si durante los últimos 25 años sólo necesité estirar el brazo en la misma dirección para acceder, digamos, a mis herramientas de diagnóstico (primero, una pilita de diskettes, luego, de CD y, ahora, un puñado de pendrives), ¿qué ganaría con depositarlas en otra parte? Nada de nada. O, peor, me pasaría 20 minutos tratando de recordar en qué cajón o en qué estante las puse. Digan lo que digan, el desorden es un reflejo de la memoria del cuerpo.
Descubrí este principio hace un tiempo. Por enésima vez me puse a ordenar mi mesa de trabajo. Mandatos, ya saben. La cuestión es que repetí, sin convicción, la misma cirugía insensata. Por ejemplo, poner mi Diccionario de Ideas Afines otra vez en la biblioteca, junto con los demás libros de consulta. Y ahí me di cuenta de que era disparatado desterrar mi Corripio al mismo territorio donde habita la mayormente olvidada gramática griega o ese antiguo manual de árabe que me regaló Horacio Castrillón y que nunca tuve tiempo de estudiar.
Pero lo realmente notable era que el Corripio siempre regresaba al escritorio. ¡Al mismo lugar en el escritorio! Miré alrededor y ocurría lo mismo con cada objeto. Todos regresaban al espacio que, por un número de factores, yo elegía para dejarlos una vez que los usaba. Todavía más, hallé que había una relación inversamente proporcional entre la frecuencia del uso y la distancia a la que quedaban de mis manos. Tan obvio y tan invisible.
Se me reveló que el desorden es en realidad una forma de orden. Por eso los (supuestos) desordenados siempre encontramos todo enseguida. "¿Me podés decir cómo encontrás algo en este caos?" Habrán oído esta pregunta, cargada de reproche, miles de veces. Simple, porque de caos no tiene nada. Sólo es mala prensa.
No les voy a decir que esta peculiar visión de las cosas ayuda a la convivencia, porque no es así. Menos todavía si tu media naranja tiene cierta propensión a la prolijidad. Pero al menos ahora tengo un argumento sólido para resistir, admito que no siempre con éxito, el asedio ordenador.

¡AH, NO!

Muchas personas, por todo lo dicho, se pasman no sólo al observar la inextricable disposición de dispositivos, herramientas, sobres, carpetas, cables, cargadores, lápices, marcadores, lapiceras, cuadernos y papeles sobre mi mesa de trabajo, sino, mucho más, al descubrir que en mis equipos digitales rige la regla opuesta. Mis textos, fotos, videos, accesos directos, programas e íconos están ordenados con obsesión inaudita y de acuerdo con criterios homogéneos que gobiernan desde los nombres de las carpetas hasta el formato para escribir una fecha de tal modo que el sistema operativo liste por nombre y por fecha a la vez. Mis Escritorios en Windows y Linux exponen una organización que nadie esperaría de un sujeto cuya mesa de trabajo parece la escena de una batalla campal.
Pero ni mi mesa de trabajo es un desastre (OK, sí, lo parece) ni el meditado orden en mis computadoras y smartphones denotan doble personalidad. Lo que ocurre es que hasta que no podamos meternos físicamente dentro de nuestra computadora no vamos a tener una memoria corporal de donde está cada cosa. Los JPG del último viaje no están apilados ahí, a la izquierda, sobre el scanner. El DOC de mi última columna no quedó debajo del teclado. El XLS con las finanzas hogareñas no se encuentra dentro de una carpeta al lado del monitor.
El interior de una computadora es peor que Flatland. No existe dimensión alguna. Es abstracción pura, y al cuerpo las abstracciones le sientan mal. Puede que recuerdes que dejaste un DOC en la esquina superior derecha del Escritorio, pero no mucho más.
Segunda cuestión: la escala. En tu mesa de trabajo puede haber muchas cosas, pero siempre serán una fracción ínfima de las que acumulamos en nuestras máquinas. En el equipo que estoy usando ahora, en el diario, hay 2435 documentos de texto, 9255 JPG, 266 PDF y 2417 MP3. Son cifras inhumanas que se escapan pronto de control.
Es verdad, vas a poder encontrar algunas cosas en ese amasijo con las herramientas de búsqueda. Siempre y cuando recuerdes un criterio válido: algún contenido, la fecha de creación o de modificación, ciertos metadatos, el tamaño aproximado. Si no es así y además tenés esa costumbre tan linda de poner todo junto en una misma carpeta, entonces preparate un café, cancelá todas las reuniones que tenías agendadas para la tarde y ponete a buscar. Suerte con eso. En serio.
Mi paradójica relación con el orden se muestra a pleno en los Escritorios de la PC o el smartphone. Mientras que por mi mesa de trabajo parece haber pasado un pitbull con ataque de pánico, mis pantallas permanecen metódicamente organizadas. La única que muestra alguna clase de indisciplina es la del diario, donde en general tenemos menos tiempo para estos detalles.
En las demás, las barras de herramientas para lanzar las aplicaciones que uso con mayor frecuencia y unas pocas carpetas, íconos y accesos directos me permiten trabajar con velocidad y eficiencia en un ambiente despejado. En el smartphone, de modo similar, mis íconos están organizados por prioridad, en la cinta inferior de Android, y los widgets de la pantalla principal me dicen de un vistazo todo lo que necesito saber a cada momento: la hora en varios países, el estado y pronóstico del tiempo y la próxima cita en mi agenda.
Igual, no quiero darte un sermón. Ya los soporté muchos años, y de vez en cuando me riñen por el mismo motivo. Por desordenado. No, no voy a hacerte eso. Pero quiero compartir algunas observaciones que he ido recogiendo al ver computadoras ajenas. Cada uno tiene su propio estilo para ordenar el Escritorio de su computadora. Fijate.
Obse. En ésta me anoto y la ubico primero para que no crean que sólo me voy a reír de los demás. Típico de los geeks, este estilo de ordenar el Escritorio de la compu dice a gritos que nos hemos pasado horas creando las barras de herramientas, configurando, instalando programitas, y así. ¡Hasta compartimos pantallas de nuestros Escritorios en la Web! Es un hecho: estamos demasiado tiempo frente a la pantalla.
Montoncitos. En mi humilde encuesta éste fue el estilo más difundido, sobre todo entre los que están saturados de trabajo y disfrutan de pantallas muy grandes. Los íconos y carpetas se van reuniendo en grupos aquí y allá, con algún criterio que, en general, tiene que ver con un proyecto en curso, el cierre del día, y así. Desde luego, los montoncitos van quedando, nunca hay tiempo de archivar. Es lo más parecido a un escritorio real, excepto porque sus mentores, cuando necesitan encontrar algo, suelen caer en el "Esperá, esperá, yo lo tenía por acá". Necesitan vacaciones. Urgente.
La bolsa de gatos. La forma aguda del estilo dscripto arriba es ese Escritorio donde está todo. Y por todo, me refiero a todo. Carpetas, textos, fotos, accesos directos, dispositivos, videos, música MP3, planillas de cálculo, Powerpoints, paquetes de instalación, controladores, conexiones de red y el tachito de basura lleno a reventar. Hay tal cantidad de objetos que, además, ya no queda ningún resquicio donde añadir otros. El fondo de pantalla no se ve, se sospecha, pero añade su propia cuota de confusión. Los íconos están tan adocenados que se van solapando por zonas. Los nombres de archivo predeterminados (por ejemplo, Nuevo documento de texto) con números consecutivos entre paréntesis se multiplican como una plaga hasta alcanzar cifras que ponen al borde del colapso al sistema de archivos. En fin, el usuario hace mucho que ha perdido toda esperanza de encontrar algo en su Escritorio, de modo que empieza a poner cosas en una carpeta, que muy pronto se convierte también en un embrollo que resistiría hasta la espada del macedonio. Si los de arriba necesitaban vacaciones, estos precisan un año sabático. O formatearles la máquina, no sé.
Alineados. Variante obse del anterior, está el que tiene todo el Escritorio cubierto de íconos, sí, pero alineados (Windows, Linux y Mac tienen una opción para eso). Es una maciza pared de íconos entre uno y la computadora. Interrogada una persona que conozco sobre tu pantalla, me dijo, con resignación: "Ay, sí, tengo que ordenar un poquito".
No, nada. Nihilistas del ratón, escépticos de la interfaz gráfica, están también los que en sus Escritorios no muestran nada. El tachito de basura. Vacío, eso sí. Y nada más. En general, esto viene acompañado de un papel tapiz que muestra un jardín zen o un atardecer en el Caribe. Vi un Escritorio así una vez. Te deja pensando.
Faltaba más. Un ejemplar más o menos igual de austero es el que tiene un solo ícono en toda la pantalla. El del Excel, ponele. O el del Firefox. En cierta ocasión le pregunté a alguien por qué tenía sólo ese ícono. "Ah, porque es el programa que uso", me respondió. Las cosas claras, como quien dice.
Por la mitad. Otro fenómeno raro -he visto solo dos casos- es el de los que ocupan sólo la mitad izquierda del Escritorio con íconos, en tanto que la mitad derecha se mantiene por completo despejada. O viceversa. Supongo que acá hay algo relacionado con los hemisferios dominantes y esas cosas. Lo que nunca he visto, y esto no significa que no exista, es un Escritorio con la mitad de arriba o la de abajo cubierta de íconos.
A derecha e izquierda. Con las pantallas widescreen se generalizó otro recurso, al que adscribo. Poner los íconos a ambos lados, para poder trabajar en el medio sin tener que andar exponiendo el Escritorio a cada rato. A propósito, para revelar el Escritorio en una PC hay que apretar la tecla con el logo de Windows en combinación con la letra D. Apretás otra vez y se restauran las ventanas con las que estabas trabajando.
Una pinturita. En la medida de lo posible, intento que el papel tapiz no se interponga con mi trabajo. O no uso ninguno o uso una imagen plana, con poco detalle. Lo mismo en el smartphone. Otros prefieren sacrificar un poco de paz visual poniendo fotos de sus seres queridos. No es lo ideal, entre otras cosas porque de pronto el Internet Explorer le tapa la cara a uno de tus hijos o el tachito de basura queda sobre el ojo de tu gato. Pero zafan, qué sé yo. Y se entiende. Uno pasa mucho tiempo el trabajo. Ahora, los que ponen un Klimt como fondo de pantalla están en otra categoría. O los que optan por patrones abigarrados con 4200 millones de colores. O que, sin el menor escrúpulo, se mandan la foto de la fiesta de boda, en la que se ven 456 invitados, 14 mozos, 8 colados, 2 perros y 1 alienígena que pasaba por ahí en ese momento, además de las mesas con sus centros frondosos, vajilla, copas, cubertería y diversos utensilios, y más allá una bicicleta y parte del sistema de propulsión del plato volador del antes mencionado extraterrestre, enmarcado todo en gruesos cortinados, la proyección del video de rigor, allá atrás, medio movido, los instrumentos de la banda y, para rematar, el empapelado de florcitas silvestres de tono lavanda con inverosímiles hojas de pteridófita y todavía más extravagantes zarcillos de enredadera y, cada tanto, un policromático ejemplar de Carduelis (un jilguero, en otras palabras) a punto de echar a volar. Encontrar algo informático en estos Escritorios es entre improbable e imposible. Igual, si me lo preguntan, todavía más misterioso me resulta el que en lugar de la foto de los chicos, la novia, el sobrino o la boda, pone un retrato de sí. Con gafas negras, un fondo que presumimos vacacional y ambos pulgares para arriba. Eso es quererse y no pavadas.
¿Y vos? ¿Ninguno de estos estilos es el tuyo? ¿Combinás varios? Contanos cómo es tu pantalla de la compu, el smartphone o la tablet, seguro que otros van a sentirse identificados..

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