martes, 29 de abril de 2014

Eduardo Grüner: El ensayo, ¿un género condenado?

Eduardo Grüner: El ensayo, ¿un género condenado?

Entrevista. El sociólogo y crítico analiza la vigencia y la crisis de un género que cruza política y cultura y que compite con la opinión efímera en Internet.

El libro de ensayos que acaba de reeditar Eduardo Grüner tiene la carga del texto añejo y el peso de una vigencia notable. Estos textos reunidos en Un género culpable (Ediciones Godot) vuelven y reviven escenas de los 80 y 90 que se tornan contemporáneas. Hablan de transiciones políticas y culturales, tensiones sociales a través de un género que hoy persiste en crisis y que ha sido absorbido, fagocitado por variaciones como la “columna de opinión” o la provocación efímera de la luz intermitente que es la textualidad virtual de las redes o páginas desconocidas e infinitas que viven en la Web. De esos trazos que persistieron y que magnificaron firmas como las de Alberdi, Sarmiento, Borges, generaciones y grupos como las de Contorno, Punto de Vista, la revista Sitio que a su vez discutieron con otros grupos. Entre la melancolía y el análisis permanente, Grüner dice en esta entrevista que para los intelectuales éste es un momento “muy interesante”.
–¿En qué se diferencia el Eduardo Grüner que escribió estos ensayos en los años 80, 90 con el del presente?
–Diferencias hay muchísimas, muchos de los ensayos son antiguos, el libro tiene 20 años y algunos ensayos más de 30. No es sólo que en todas estas décadas uno ha cambiado rasgos estilísticos, maneras de abordar las cuestiones; las circunstancias contextuales cambiaron también. Si bien estos ensayos están escritos en diferentes momentos, muchos provienen de la revista Sitio, pertenecen a un momento de transición muy crítico, exultante de la transición de la dictadura a la democracia que fue el mejor momento de la revista que se publicó entre los años 81 al 87. Era un momento de un clima muy fuerte y diferente, lleno de cruces, polémicas, conflictos de todo tipo donde se estaba redefiniendo una escritura nacional, argentina. Un tema central para estos ensayos fue la literatura en el exilio. Hubo quienes sostenían que la literatura argentina del 76 al 83 se había escrito fuera de la Argentina como si acá no se hubiera hecho nada, por supuesto que era muy difícil hacer algo bajo la censura tremebunda que había pero de cualquier modo se escribió mucho. Por otro lado, estaban los que culpabilizaban a los que se habían exiliado. Era un debate muy fuerte pero todas esas discusiones ya no se pueden hacer de la misma manera, tenemos una situación totalmente distinta. Tomando como eje básico la defensa del género ensayístico, como género crítico, de exploración, combate, riesgo, polémica me parece que hoy tiene más vigencia que nunca en el contexto enrarecido de la escritura académica, tecnicista. Hubo una pérdida o decadencia de esa tradición argentina tan importante del ensayo polémico. No sólo político, aunque sí con política de la escritura.
–¿Por qué califica a este género como “culpable”…?
–Me parece que el ensayo es culpable de no someterse a reglas estrictas de lo que convencionalmente podría denominarse la rigurosidad académica que habla del ensayo y error. El rigor del ensayo tiene que ver con afrontar, precisamente, el riesgo del error permanente. El ensayo es el peligro de no tener de antemano un método rígido para llegar a un conocimiento verdadero, más bien lo que el ensayo está testimoniando es ese proceso de búsqueda que se hace en la escritura misma. Esto para mí en el momento en que hicimos la revista Sitio fue todo un descubrimiento. Allí estaban Luis Gusmán, Jorge Jinkins, Ramón Alcalde, Enrique Pezzoni, Fogwill, los Lamborghini, Nicolás Rosa. Con ellos aprendí a asumir la búsqueda de una lengua propia, sabiendo que está muy condicionada por su entorno y al mismo tiempo a intentar sustraerse a ellas y definir esa propiedad que siempre es impropia. Me parece que el ensayo consiste en dar cuenta de ese vaivén, de esa incertidumbre, contradicción, de la fuerza, potencia, que implica eso en la definición de esa lengua que yo hablo que ha sido una gran tradición argentina en Sarmiento, Alberdi, Martínez Estrada, Murena, los hombres de Contorno, la camada de los 60 y 70. ¿En qué momento empezó a diluirse eso…? Creo que fue ese momento de transición entre dictadura y democracia. Tuvimos una relación muy ambivalente con ese momento: la exaltación de recuperar la palabra pública y al mismo tiempo reconocer que estaba acotada. Se empezó a no poder ser tan polémico, uno todo el tiempo corría el riesgo de deslizarse en alguna cosa sospechosa. Esa es la sensación que me volvió ahora y –no casualmente–, me volvió releyendo cosas y volviendo a Sitio, a Punto de vista y revistas con las que discutíamos. Ahí vuelve esta sensación de que todo se diluye y nadie sabe cómo posicionarse. No hablo sólo de lo político sino también de una posición en lo cultural.
–¿Cuál es el papel del ensayo hoy? ¿Qué pasa con las revistas que debatían antes y que hoy pareciera que ya no lo hacen?
–Ya no es tan visible ese debate pero las revistas siguen existiendo aunque con menos diálogo conflictivo entre ellas, menos entrecruzamiento. El campo cultural está más apagado, cada uno de esos grupos o de esas revistas está cocinándose en su propia salsa y no hay esas polémicas que había antes en las revistas políticas culturales, incluso las revistas de poesías, por ejemplo como “La danza del ratón” con la revista “Azul”, tenían discusiones feroces y que daban cuenta de una cultura de mucha ebullición. Hoy eso no se ve.
–Lo que aparece con fuerza y casi como reemplazo del ensayo es la columna de opinión en diarios y revistas semanales… También aparecen los diálogos en la Web que muchas veces pasan a la agresión con mucha facilidad…
–Internet es otra lógica. Es cierto que hay muchas revistas virtuales, blogs, etcétera donde a veces se producen polémicas muy fuertes. Pero hay una especie de anonimato que no convoca mucho a la polémica seria, rigurosa y argumentada; se mezcla con la agresión, la chicana, la adjetivación rápida, etcétera. Esta forma de opinar es un parte de esa dilución del riesgo crítico, son cosas fácilmente olvidables. Yo casi no practico ese género: se producen malentendidos justamente por esa rapidez, brevedad, por esa necesidad de escribir telegráficamente, sin espacio para argumentar. Uno termina siendo más esquemático de lo que quisiera y creando malentendidos innecesarios.
–Usted habla del estatus del autor. Piensa que la sociedad espera algo en particular de él. ¿En qué se diferencia del intelectual?
–Eso se ha vuelto algo muy complicado. El autor es otra cosa que el intelectual. El intelectual es una figura social, pública, algo que le ha venido más bien de afuera, de Emile Zolá en adelante por esa actuación pública en defensa de una causa. Después, la figura del intelectual de los años 50, 70, el sartreano, parecería un poco anacrónica aunque yo la añoro bastante. Habría que distinguir una figura tan acotada como la del autor que es simplemente el que pone palabras en el mundo que significan algo aunque sea para él. Se autoriza a hacer algo con la lengua sin que necesariamente eso tenga que implicar una actuación pública y notoria, en ese sentido hay autores muy ocultos, distintos, secretos, clandestinos. Los autores son leídos mucho después de que murieron o no son leídos nunca y no por eso dejan de ser autores. A mí me parece más interesante la autoría en muchos sentidos porque la otra es una asunción que está muy bien que todos hagamos y creemos que debe hacerse pero que es una definición más bien externa. Y yo no sé si hablar de mí mismo como un intelectual, un autor, un escritor de ensayos o un crítico: el mundo se ha dispersado de tal manera que uno ya no encuentra una ubicación fácil y no deja de ser tranquilizador porque uno no debería ser encasillado tan fácilmente.
–Usted participó en la conformación del Frente de intelectuales de izquierda que apoyó al Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT) en vistas a las elecciones nacionales de 2011. ¿Cuál ha sido su papel como intelectual?
–Le sigo dando mi apoyo al Frente. Eso es una actitud ciudadana, no es que viene definida por mi rol de intelectual si es que tengo alguno. Cada uno lo manifiesta como mejor lo sabe hacer, en mi caso escribiendo algunas cosas. En la primera reunión alguien dijo algo discutible pero interesante para pensar: ‘ustedes los intelectuales, al tomar esta actitud han producido un acto antiintelectual’. Si yo lo entendí bien, estaba diciendo que en ese acto, uno daba el salto de ser un mero intelectual hacia el compromiso político. Era interesante el pensar que el compromiso del intelectual también supone un deslizamiento fuera del ámbito puramente intelectual, hay una afiliación que está bien que se pueda pensar un poco más, en una época en la que no es tan fácil definir exactamente el rol del intelectual, incluso del llamado intelectual comprometido.
–Usa la palabra crisis como algo capaz de dejar un aprendizaje. ¿La Argentina está siempre en crisis? ¿La crisis nos enseña algo, la de 2001, por ejemplo?
–Eso tiene como todo, sus caras contradictorias. Efectivamente una crisis debería dejar cierto tipo de enseñanzas para evitar la repetición. Sin embargo, la repetición parece ser una especie de ciclo inevitable, casi fatal en las sociedades y en la sociedad argentina en particular. Por supuesto que nunca se producen de la misma manera. Kierkegaard dice que la verdadera repetición es la que aparece como una novedad, la que no se nota que es una repetición. Me parece que siempre estamos como a caballo indecisamente en esa lógica contradictoria de que más tarde o más temprano parecería que lo que parecía una gran novedad, ciclo tras ciclo, en la política en la cultura, termina siendo una repetición, una forma de retorno, es decir, como dicen los psicoanalistas el retorno de lo reprimido. Y un nuevo ciclo de esperanza, una manera de no repetir sería dejar de tener tantas esperanzas. Esperanza por lo menos en que esa esperanza venga de afuera y ponernos a tratar de ver como la producimos nosotros desde abajo. Eso es lo que me parece que puede empezar a pasar en el clima político actual, una vez más se ha alcanzado aparentemente un techo para todas estas esperanzas, no digo totalmente injustificadas, que se construyeron en la última década. Parece que habría que empezar a pensar de nuevo, y eso para el trabajo intelectual siempre es algo estimulante.
–¿Y en esa coyuntura cómo resultaron estos últimos años, desde el campo intelectual?
–Ha sido muy interesante. Que se conformaran todos esos grupos de discusión, de distintas improntas, teóricas, políticas, intelectuales, el agrupamiento de intelectuales, pensadores, artistas me pareció una excelente manera de producir. Es algo para celebrar, no es que antes en los 90 no existiera, pero era más fácil ocultar las diferencias porque más o menos todos eran antimenemistas. No hablemos de lo que sucedía en dictadura, no se podía hablar mucho pero todos estábamos en contra. Había un piso mínimo donde todos podíamos encontrarnos. Hoy lo que tiene de interesante es que ese piso mínimo no existe y cuando existe, cambia día por medio porque la situación es muy fluida y eso produce más discusiones y tiene la desventaja de producir muchos malentendidos, muchas peleas inútiles pero es un precio que hay que pagar y que sólo se puede atemperar tratando de tener cierta serenidad a la hora de diferenciar las discusiones políticas de los vínculos de otro tipo. Cosa que no es nada fácil. Uno trata de caminar por esa cuerda floja.
http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/ensayo-genero-condenado_0_1127287289.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario