jueves, 17 de abril de 2014

¿Un modelo escolar se demuestra caduco?

¿Un modelo escolar se demuestra caduco?

Educación. El paro docente ha dejado problemas sin resolver protagonizados por maestros, sindicalistas, gobernantes y la sociedad toda. Ninguno ve que la raíz es política, sostiene el autor.

Hay algunas claves para entender lo que ocurre con la educación: el valor depreciado del esfuerzo, el arrebatado derecho a la evaluación, el sentido perdido de la labor educativa y los radicales cambios que se han producido en las formas de comunicarse, acceder a lainformación, aprender y socializarse. Recuperar las horas perdidas con la huelga no solucionará nada de esto. La escuela que conocimos hasta hoy pareciera estar acabada. Y lo más grave es que “la patria pedagógica” no quiere verlo. Esta “inconciencia feliz” tiene repercusiones en la sociedad. No hay pensamiento sin trabajo sobre uno mismo, algo que las burocracias resisten como pocos otros actores sociales.
Vivimos en una sociedad que nos transmite que el estudio, el esfuerzo y el trabajo importan poco. Los chicos lo perciben junto a un mensaje social que dice: “todo se negocia”. En este marco, a lo que se convoca a los docentes es a recuperar los “días perdidos” pero nadie cuenta los días perdidos efectivamente cuando las clases tienen lugar. No es un problema de cantidad de días sino de retomar el sentido de la enseñanza. La sociedad no pareció demasiado preocupada por la ausencia de clases durante la huelga ya que en buena medida no aprecia especialmente a las personas a las que confía su educación, no cree que el conocimiento esté representado en ellas ni supone que muchas de las habilidades que se aprenderían mediante su asistencia a la escuela merezcan ser aprendidas.
Mientras las redes sociales e Internet han alterado la sociedad, la enseñanza y el aprendizaje, el sistema educativo permanece casi incólume. Teóricos y activistas como Freire e Illich han reclamado y marcado la urgente necesidad de cambios estructurales en los sistemas educativos desde la década de 1970, mostrando cómo los existentes no estaban a la altura de los desafíos de un presente de ya hace más de cuarenta años. A esos reclamos se les suman los generados por los avances en las teorías del aprendizaje y las neurociencias. Pero la gran mayoría de los que toman decisiones importantes en la patria educativa apenas conoce lo que es Internet. En países líderes en materia educativa las organizaciones burocráticas educativas clásicas están siendo reemplazadas por nuevas formas con diferentes mecanismos de administración y coordinación. Pero en nuestro establishment educativo las viejas jerarquías y centros de poder se resisten a ceder terreno.
Las autoridades políticas se hallan extraviadas. Celebran la expansión de un sistema centralizado y corrompido con más docentes, más escuelas, más institutos, más cursos, más capacitación, más horas de clase que será cada vez más difícil de revertir. Han estado haciendo el problema más grande, siguiendo el modelo del siglo pasado, ni respondiendo ni anticipándose al cambio de época. Por lo que el problema no es sólo tecnológico o pedagógico sino político, reflejado en la burocracia de un sistema que porta en sí mismo su propia justificación sin dar examen ni rendir cuentas a la comunidad.
El desafío es enorme e incluye responder a la pregunta sobre el conocimiento y el aprendizaje necesarios y deseables para el mundo de hoy. Pero el sistema cruje con estas preguntas. Diseñado hace más de un siglo, apenas ha cambiado y, tal vez por mímesis con el Museo de Ciencias Naturales en el caso de la provincia de Buenos Aires, su burocracia se parece cada vez más a una colección de fósiles. No será fácil hacer los cambios necesarios: los gobiernos han creado grupos con intereses creados en el control del mundo escolar que se reacomodan en cada cambio de gestión y disfrutan de notables privilegios. La dirigencia “hace más daño con el ejemplo que con el pecado mismo”, veía Cicerón. Nuestros dirigentes son ese quién que hoy falta.
También los sindicatos son en buena medida burocracias que han aportado lo suyo. Nadie recordará estos años por la excelente capacitación docente, un sistema de evaluación de profesores o los incentivos a la excelencia. Los sindicatos sólo discuten seriamente salarios. En la provincia de Buenos Aires la abrumadora cifra de docentes es curiosamente un problema más que una oportunidad. La sociedad ya no confía en ellos. Vivimos en una especie de simulacro pedagógico en el que difícilmente todavía se “da clase” o “toma examen” mientras se va creando en las redes sociales otra comunidad con nuevas formas de conocimiento y aprendizaje continuo en la que los jóvenes invierten tiempo y energía en construir relaciones alrededor de intereses compartidos: buena parte de la ineficacia escolar es también síntoma de una crisis mayor de las formas de educación, formación y cuidado de la modernidad que pone en jaque también la validez de la vieja escuela.
Foucault detectó hace tiempo que estábamos entrando en sociedades no disciplinarias: ya no tienen los maestros la autoridad del delantal. El imaginario del consumo y del mercado contribuyó a socavar diversos tipos de autoridades y el rol de la educación formal en la transmisión de un acervo cultural compartido. Ningún maestro de la vieja escuela está así en las mejores condiciones para enseñar: la sociedad no le otorga ese respeto ni las instituciones lo garantizan.
Estamos en los albores de una nueva ecología del aprendizaje: dónde y cuándo se aprende, qué se necesita aprender y para qué, cómo se aprende y cómo se ayuda a aprender están cambiando. Nuevos espacios desafían a la vieja escuela en el mundo al punto tal que hay quienes prevén el abandono o la marginalización de la educación escolar obligatoria.
El enorme gasto en educación ha sido dilapidado en instituciones educativas añejas. Necesitamos crear espacios alternativos para el cuidado, conocimiento y socialización de los alumnos. Y para ello urge una nueva política. Como explicara un pensador que la patria educativa suele citar pero rara vez seguir –Rancière–, el acto político es un hacer fuera de lugar que se realiza fuera de las instituciones, que se origina a partir de aquello que no cuenta en ellas y que está excluido de ellas. Y que no refleja un conflicto de intereses ni de interpretaciones sino que instaura otra forma de hablar, percibir y sentir.
Ese acto político debe hacer de nuestras escuelas algo muy diferente de lo que son hoy, porque de lo contrario ellas seguirán existiendo pero serán cada vez menos significativas. Cárceles, escuelas y hospitales, como todo espacio disciplinario, son hace tiempo instituciones en crisis y quien ponga en duda la decrepitud de las mismas será el centro de muchos ataques. Pero, al menos en el caso de la escuela, todos faltan: alumnos, docentes, padres. Pocos quieren ir a la escuela. Casi nadie siente que se pierde demasiado faltando.
La escuela está acabada a menos que sea atravesada por cambios fundacionales. Pero quienes deben dirigir esos cambios actúan como si el mundo no hubiera cambiado irrevocablemente en lo que al aprendizaje se refiere. La mayor parte de las instituciones han quedado atrapadas en un modelo epistemológico viejo.
Nadie apunta al corazón del problema: la institución misma. No necesitamos que los niños vayan “más” a la escuela. Hay formas de generar aprendizajes e instituciones alternativas que pueden no pasar por la tradicional educación obligatoria, pero esto cuestiona sistemas de inmensa inercia y poder.
Muchos países están hoy tratando de reformar seriamente su educación pública. Nosotros parecemos querer aferrarnos, como en tantas otras cosas, al pasado.
 http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/modelo-escolar-demuestra-caduco_0_1118888111.html

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