sábado, 12 de abril de 2014

Volvió Neruda para cantar una verdad

Miradas

Volvió Neruda para cantar una verdad

Por   | LA NACION
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 De todo se aprende. La cadena nacional del martes, una entrega que incluyó a un comediante de stand up, un rapero, una folklorista y un actor, nos enseñó varias cosas. Primero, que las palabras tienen vida propia y suelen hacernos decir lo que no queremos. Luego, que nadie puede ejercer un control absoluto sobre la performance de un verdadero artista.
"Se llevaron el oro, se llevaron la plata, se llevaron todo. Nos dejaron las palabras", recitó el actor Pepe Soriano ante un auditorio en el que se destacaba la Presidenta, flanqueada a su derecha por el vicepresidente, Amado Boudou, que no perdió la sonrisa. Se aclaró que aquel recitado, en adaptación libre, pertenecía a la pluma de Pablo Neruda. Como siempre hay algún despistado, debió haberse aclarado también que el poeta chileno se refería a los conquistadores españoles que, cinco siglos atrás, nos legaron el idioma. Cualquier semejanza con el presente, entonces, es mera coincidencia.
Pero vaya si hay semejanzas. Como aquellos conquistadores, el kirchnerismo también dejará un rastro de palabras. Fenómeno discursivo al fin, la palabra ha sido su campo de batalla y su arma principal. El de Cristina sobre todo es un gobierno semántico. No debería sorprender entonces que ese show variopinto inaugurara en Tecnópolis nada menos que el Encuentro Federal de la Palabra. Casi un acto de justicia por los servicios prestados.
La palabra puede develar, pero también ocultar. Todo depende de cómo se la usa. En la "década ganada", el poder la malversó con fines perversos. Así, en lugar de tenderla como puente entre los hombres, la erigió en muro que divide. En vez de servirse de ella para esclarecer, para alcanzar el entendimiento, la usó como instrumento de engaño. Pero las palabras prevalecen. No se dejan atrapar por políticos en temporada de caza ni por congresos que quieren domesticarlas. A la larga, se rebelan contra los que pretenden vaciarlas en provecho propio. Dicen su verdad. Por eso, cuando escuché el breve recitado de Pepe Soriano, experimenté la satisfacción de una íntima victoria.
Quizá se pueda entender al kirchnerismo en el contexto de la degradación de la palabra que se verifica a nivel global. En un mundo que ya no entiende a la cultura como llave para la construcción de la persona e incluso de LA NACION, la palabra ha perdido peso específico y es objeto de consumo que se usa y descarta en función de fines cada vez más mezquinos. Los políticos que se aprovechan de esto suelen resultar los más exitosos. Abundan en la escena local. Los hay dentro del oficialismo, pero también afuera.
Si en el plano individual la palabra es medio de reflexión o de indagación de una realidad que sólo se deja conocer a medida que la nombramos, en una dimensión social y política la palabra es comunicación, encuentro con el otro, posibilidad de convivencia. Cuando el poder pervierte estos atributos condena a la sociedad a costos muy altos. Entre otras cosas, a la alienación, por la distancia del discurso con el orden de lo real. Y al quiebre de la confianza, pues ya no hay correlato entre lo que se dice y lo que se hace. Los linchamientos recientes son síntoma de la alienación y de la confianza quebrada. Son síntoma de la pérdida de la palabra.
Hay en la palabra un poder casi sagrado que no debería ser objeto de abuso. Me refiero a su poder fundante. Primero fue el Verbo. El aliento divino, que crea la realidad con un soplo, es prerrogativa de los dioses. A los hombres les fue reservada la humildad que tantas veces desdeñan. No estamos habilitados a fundar la realidad, apenas a reconocerla. Cuando olvidamos esto y queremos actuar como dioses nos pasa lo que a Prometeo, que quiso engañar a Zeus con las apariencias y robarse el fuego sagrado. Para restablecer el orden del cosmos, en respuesta furiosa, Zeus envió a la tierra de los hombres a Pandora, que derramaría en ella sus males.
Los males que ha sembrado en nuestro país el abuso a la palabra no son pocos y están a la vista. Han contaminado buena parte de nuestra vida de relación. Queda como trabajo pendiente, de reparación, restituirle a la palabra sus atributos genuinos. Es una tarea ineludible si aspiramos a volver a reconocernos y a entendernos. Las palabras están ahí, intactas y en el fondo insumisas. Su poder resiste, como parece decirnos Neruda, que irrumpió sin pedir permiso en el lugar menos pensado. Depende de nosotros volver a dotarlas de sentido.
A modo de posdata: además de dejar palabras huecas, los Kirchner y muchos de sus funcionarios, como aquellos conquistadores españoles, también se llevaron cosas. Hoy los nombres de los Báezy los Cristóbal López empiezan a combinarse con los de los Greppi y los Fariña, en un tejido de relaciones y empresas cuyos hilos llegan hasta los casos Ciccone y Sueños Compartidos. En una nota reciente, Luis Alberto Romero se pregunta si estos diez años configuran un populismo o una cleptocracia. La respuesta definitiva debería darla la Justicia. Que tal vez recuperemos algún día, si antes recuperamos la palabra.
Carlos M. Reymundo Roberts volverá a publicar su habitual columna el sábado 26 de abril.

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