Por Andrea Miranda
La inclusión de alumnos con capacidades especiales sigue siendo un desafío para las escuelas comunes. Muchas no aceptan a estos chicos. Testimonios de maestros y padres.
10/10/13
La inclusión de alumnos con discapacidad aún sigue siendo un reto para las escuelas, en las que el desconocimiento es el principal obstáculo. Se trata de un desafío de gran magnitud: son casi 53 mil los alumnos con alguna discapacidad que se encuentran integrados a la educación común, según las cifras oficiales. De ellos, prácticamente la mitad (27.308) viven en la provincia de Buenos Aires. Al buscar una escuela que trabaje desde las necesidades de sus hijos, muchas veces los padres de estos chicos chocan contra una realidad frustrante por la falta de docentes auxiliares calificados y los prejuicios que subsisten en algunas escuelas.Estos prejuicios suelen entender la discapacidad como un problema individual. Pero, como explica Andrea Pérez, especialista en educación de la Universidad Nacional de Quilmes, el enfoque inclusivo propone algo distinto: “La discapacidad se atribuye a la sociedad y a las barreras sociales ” (actitudes, obstáculos edilicios, falta de apoyos) más que a los individuos.
La ley 26.378 de 2008 reconoce el derecho de los niños, adolescentes y adultos con discapacidad a una educación inclusiva en todos los niveles. Pero su implementación aún registra deudas pendientes. Un ejemplo: según datos de la ONG Acceso Ya, el 95% de las escuelas privadas y el 75% de las públicas de la Capital no cuentan con rampas de acceso, carecen de ascensores y baños adaptados, entre muchos otros obstáculos.
Al día de hoy, en los colegios públicos de la Ciudad, 947 docentes integradores trabajan con más de 2.170 alumnos a través de diferentes modalidades. Y aunque todas las escuelas deberían recibir a chicos con necesidades educativas especiales, muchas no lo hacen. Esto obliga a las familias a recurrir a escuelas especiales: una modalidad que tiene 102.793 alumnos en todo el país, sumando nivel inicial, primario y secundario.
A diferencia de la educación especial, el trabajo del docente integrador se enfoca en uno o pocos alumnos que asisten a una escuela común. María Inés Kelly, maestra psicopedagoga en la Escuela de Recuperación Nº 2 de Capital, explica que la tarea consiste en “replantear” los modos de enseñanza y los tiempos de aprendizaje con “ propuestas de acompañamiento ” pensadas para cada caso.
Desde hace casi 20 años, el colegio parroquial Ambrosio Tognoni, de Palermo, tiene un proyecto de integración parcial para chicos con síndrome de Down: los nenes son acompañados durante los 7 años de la primaria por la misma docente y auxiliar. Julieta Salti es profesora de educación especial allí: “ Con la maestra de grado buscamos temas en los que vamos a integrar y en base a eso preparamos clases”.
Cada grupo tiene contenidos mínimos para alcanzar durante el año, respetando el ritmo de cada alumno, con momentos grupales y personalizados. El eje del proyecto: “ Hacen la vida escolar a la par de todos ”, dice Julieta. Con las mismas reglas y límites, comparten recreos, actos y campamentos.
Fernanda Tillet, mamá de un ex alumno con síndrome de Down, cuenta: “Martín iba feliz al colegio y aprendía.
Para él sirvió la integración; es híper social ”. Fernanda es, desde hace años, miembro de la Asociación Síndrome de Down de la Argentina (Asdra). Para ella, “ la integración no se discute ”.
Otra modalidad de integración es en el aula. La psicopedagoga María Silvina Benito señala: “La idea es trabajar el mismo contenido pero con un nivel de complejidad adecuado a la necesidad del chico ”. Su compañera Analía Otamendi, maestra integradora, explica: “ Cada uno tiene un proyecto pedagógico individual, pero ese proyecto es flexible y se va revisando”.
La labor de Mariana Vázquez es diferente. Desde hace un año y medio es docente integradora de un nene de 8 en una escuela de Córdoba capital. En 2012 lo acompañó todos los días a la escuela; este año, debido a su evolución y para trabajar su independencia, hace 3 días semanales de integración. Su función –relata– es hacer de nexo entre los padres, la maestra, el colegio y los terapeutas. Mariana prefiere hablar de inclusión en vez de integración. Según esta idea, el alumno “es uno más” y la maestra integradora es un apoyo, no el referente principal del chico.
Pero si el objetivo es lograr una verdadera inclusión, Andrea Pérez se pregunta “si un docente con más de 30 estudiantes a cargo puede atender la singularidad de cada niño ” y cuestiona la organización escolar tradicional con límites precisos para cada grado.
Lo cierto es que la diversidad es un hecho y la inclusión escolar, un derecho de todos. “Las aulas inclusivas asumen una filosofía según la cual todos los estudiantes pertenecen y pueden aprender.
Valorar la diversidad fortalece a la clase y ofrece a todos mayores oportunidades de aprendizaje”, argumenta María Inés Kelly. Compartir, tener igualdad de oportunidades y trabajar la tolerancia, la paciencia y la aceptación –resalta María Silvina Benito– es “una riqueza cotidiana” con la que conviven todos los alumnos de una escuela inclusiva
.http://www.clarin.com/educacion/trabas-integrar-discapacitados_0_1008499234.html
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