Cuando las ideas tienen la palabra
Puerto de Ideas. Por tercera vez se llevó a cabo en Valparaíso este festival interdisciplinario. Participaron figuras como Phillippe Claudel y Paolo Giordano.
Hay algo que enorgullece a los porteños (no a los de Buenos Aires, sino a los de Valparaíso, gemelos en el gentilicio). Aunque enorgullecer no es la palabra exacta: hay algo que cuentan como una curiosidad que les infla el pecho por ser única o exótica. Porque el primer rasgo de identidad que revelan los porteños de Valparaíso es que son huérfanos de fecha patria: esta ciudad nunca fue fundada oficialmente. Creció como puerto de Santiago, y cuando se quisieron dar cuenta, ya eran miles los que vivían desparramados en su parte plana y en alguno de los más de 40 cerros que la envuelven.
Por eso Valparaíso puede nacer todas las veces que quiera y de la forma que mejor le parezca. Una de esas maneras bien podría ser el Festival Puerto de Ideas, que desde hace tres años reúne a intelectuales y pensadores de todo el mundo y de las más diversas disciplinas –literatura, ciencia, teatro, música, cine, fotografía, artes plásticas, filosofía, historia, humor–, para intercambiar pareceres, contar lo que saben, indagar sobre lo que desconocen y mezclarse con el público en un cóctel de mesas redondas, conferencias, conciertos o talleres, como ocurrió en su última edición que tuvo lugar del 9 al 11 de noviembre.
Fueron más de 30 actividades repartidas en siete sedes alrededor de la ciudad por donde pasaron el cineasta francés Phillippe Claudel, el escritor italiano Paolo Giordano, el psicoanalista inglés Ron Britton, el divulgador científico español Eduard Punset, el fotógrafo italiano Ferdinando Scianna y, entre los locales, el escritor Albaro Bisama, la curadora de arte Camila Marambio o el musicólogo Gastón Soublette.
Abrió el fuego en la ceremonia de inauguración el escritor chileno Juan Villoro, que hipnotizó a la audiencia con una conferencia sobre “El enigmático viaje en torno a una mesa de trabajo”. Curtido en el oficio de narrar, este autor de ensayos, crónicas, cuentos y novelas inolvidables hizo gala de su manejo escénico para hacer pensar y reír al público. “En esencia, el escritor no se sienta en su escritorio porque sepa lo que va a escribir, sino porque quiere averiguarlo”, explicó Villoro. Dueño de una erudición casi enciclopédica, ante cada ejemplo el chileno sacaba de la galera citas de Flaubert, Wilde o Kafka, traía a cuento historias de Onetti, Carriere o Bolaño, y se despachaba con anécdotas sobre Rimbaud, Proust o Hemingway. Alguien del público quiso saber sobre los trucos, técnicas y recursos para aprender a ser un escritor. “Son cosas que casi siempre rozan la superstición. No hay manera de enseñar a ser Shakespeare, Dante o Cervantes”, concluyó.
De Europa a las calles multicolor
Del Edificio Subercaseaux al Cousiño, del Parque Cultural a la Biblioteca Severín, del Teatro Municipal al Condell, las locaciones del Festival Puerto de Ideas obligaron a cronometrar desplazamientos. Valparaíso tiene sus trucos para moverse a través de un mapa enredado de calles que suben y bajan, de pasajes que se ensanchan o se angostan caprichosamente, y de fachadas que serían la pesadilla para cualquier daltónico: pocas ciudades exhiben semejante estallido de color. Para no perderse, uno puede orientarse a través de ese caleidoscopio cromático o guiarse por los trolebuses y ascensores que suben y bajan de los cerros, medios de transporte que se creían oxidados por el tiempo.
Del Edificio Subercaseaux al Cousiño, del Parque Cultural a la Biblioteca Severín, del Teatro Municipal al Condell, las locaciones del Festival Puerto de Ideas obligaron a cronometrar desplazamientos. Valparaíso tiene sus trucos para moverse a través de un mapa enredado de calles que suben y bajan, de pasajes que se ensanchan o se angostan caprichosamente, y de fachadas que serían la pesadilla para cualquier daltónico: pocas ciudades exhiben semejante estallido de color. Para no perderse, uno puede orientarse a través de ese caleidoscopio cromático o guiarse por los trolebuses y ascensores que suben y bajan de los cerros, medios de transporte que se creían oxidados por el tiempo.
Para estimular la confusión y en desorden de aparición, este cronista logró llegar a tiempo, por ejemplo, al delicioso diálogo que Phillippe Claudel tuvo con Alejandro Schlesinger. Con una impecable traducción simultánea (auriculares inalámbricos mediante, algo que se repitió en todas las intervenciones con extranjeros ajenos al español), el autor de novelas como Las almas grises y El informe Brodeck , y director de películas como Hace mucho que te quiero , habló de su doble condición creadora y también comentó el backstage de varias escenas de sus películas, con fragmentos elegidos con precisión de cirujano. “En Francia hay una gran tradición de escritores cineastas, no soy un caso aislado ni muy original. Como escritor, no me gusta adaptar mis propios libros porque creo en la autonomía total del lenguaje cinematográfico. Si bien pienso que la forma artística más libre es la literaria, a su vez el cine te da otras posibilidades, como trabajar con los silencios. Eso en la literatura es imposible”, dijo.
Otro de los hits del Festival fue la presencia de Paolo Giordano, autor del best- séller mundial La soledad de los números primos y de su más reciente novela, El cuerpo humano . Con facha de galán de cine y el condimento exótico de ser doctor en física, el joven italiano aprendió a remar la popularidad y demostró ante el auditorio repleto del Teatro Municipal que llegó hasta donde está con perseverancia, muchas lecturas y una buena cuota de humildad. Su charla sobre “La segunda juventud” fue casi una lección de filosofía, donde él mismo se puso como ejemplo del shock que le produjo convertirse en un personaje famoso cuando apenas promediaba los veintitantos. “Cuando terminé mis estudios sentí que tenía todo controlado -contó–. Después vino mi primera novela y a partir de ahí viví dos años en los que sentí que tenía responsabilidades que me estaban quitando mi juventud”. Giordano se tomó el trabajo de buscar traducciones al español de los textos que iba a citar, como La línea de sombra de Conrad, Franny y Zooey de Salinger o La caída de Fitzgerald. “No me gustan mucho los libros electrónicos, pero ahí encontré todos, hasta los míos, por si se los quieren bajar gratis”, bromeó.
Soy un castor
Como Puerto de Ideas también pone el acento en la ciencia, había que zambullirse en esos terrenos inexplorados, al menos para quien esto escribe. Para esa transición nada mejor que la conferencia que dio el psiquiatra británico Ron Britton titulada “Frankenstein al diván”, donde pasó revista a los traumas que llevaron a Mary Shelley a crear semejante monstruo. Su madre murió a los días de nacer ella; tuvo un padre ausente y un hijo prematuro que también murió antes del mes. “Mary tenía pesadillas, una alucinación incontrolable –repasó Britton–. Y cuando abría los ojos, no podía desprenderse de ese fantasma visual que la acechaba. Lo que hizo fue enfrentarse a esos terrores nocturnos y transformarlos en una novela”.
Como Puerto de Ideas también pone el acento en la ciencia, había que zambullirse en esos terrenos inexplorados, al menos para quien esto escribe. Para esa transición nada mejor que la conferencia que dio el psiquiatra británico Ron Britton titulada “Frankenstein al diván”, donde pasó revista a los traumas que llevaron a Mary Shelley a crear semejante monstruo. Su madre murió a los días de nacer ella; tuvo un padre ausente y un hijo prematuro que también murió antes del mes. “Mary tenía pesadillas, una alucinación incontrolable –repasó Britton–. Y cuando abría los ojos, no podía desprenderse de ese fantasma visual que la acechaba. Lo que hizo fue enfrentarse a esos terrores nocturnos y transformarlos en una novela”.
En la otra punta de la ciudad, la curadora chilena Camila Marambio despertaba la curiosidad con su propuesta de combinar arte y ciencia para resolver la proliferación de castores en Tierra del Fuego, algo que está poniendo de cabeza el ecosistema de la zona. Arrancó su presentación mudando de lugar a toda la platea, separándolos entre los que eran científicos, los que eran artistas y el resto, que terminamos etiquetados como castores. “Mira cuándo me vengo a enterar que soy un castor”, murmuró Villoro, que terminó sentado en la primera fila, desde donde se escuchaban sin fisuras los agudos cantos chamánicos que salieron de la voz de Marambio, importados desde las lejanas tierras niponas, donde también proliferan los castores. Quedó clarísimo el problema generado por los inmensos roedores, y la duda de si no habría que llevarse el arte a otra parte.
Hubo muchísimo más. Hubo música, proyecciones, talleres para niños y jóvenes, humor, recitales y filosofía. Pero sobre todo, hubo mucho público agradecido. Si la intención del Puerto de Ideas fue abrir la cabeza de prejuicios, estimular la imaginación, enriquecerse con voces viejas y nuevas, sentir que la aventura del conocimiento es inagotable y no tiene fronteras ni discursos definitivos, lo ha logrado con aplausos.http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Festival-Puerto-Ideas-Valparaiso-tercera-edicion_0_1034896539.html
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