Recibí mi primera postal a los 8 años: una foto, gastada de tan típica, del oso y el madroño madrileños, emblemas de la Puerta del Sol. No recuerdo qué decía el texto. Sí, la exaltación que nos produjo a mis hermanos y a mí ese rectángulo de 9 x 13 cm, que llegaba desde el otro lado del Atlántico con noticias de mis padres, embarcados aquel enero en su primera escapada juntos a Europa. Desde entonces, cuando son mías las valijas que parten, la emoción de cada viaje incluye escoger sus rincones y “enviarlos” a otros coleccionistas de recuerdos.
El bellísimo Borges, postales de una biografía (Emecé), de Nicolás Helft encuentra en la metáfora de la postal la forma ideal para lograr lo en apariencia imposible: contar algo original sobre el escritor argentino más internacional, más estudiado e interpretado hasta el cansancio. Anécdotas, fotografías y manuscritos, artísticamente dosificados por el diseño de Sergio Manela, componen un libro que usa la noción de postal en dos sentidos. Uno figurado, en el cual las escenas que se elige narrar del autor de Ficciones son contadas por imágenes y textos breves, inspirados en el lenguaje del detalle significativo. Y otro literal, porque en algunos pasajes la biografía se relata justamente con postales, “un género menor, casi invisible, pero revelador y no menos literario que los otros”, según define el autor, “coleccionista y lector fanático de Borges desde la infancia”. Firmadas por el escritor, su hermana Norah, su madre, Leonor Acevedo, y dirigidas a la abuela Fanny, a otros miembros de la familia o a diversos amigos, los textos revelan el humor, las preocupaciones, aficiones y estilo que definieron el imaginario borgeano.
El fresco incluye lo decisivo. Las frases ocurrentes del niño precoz que a los seis años decide ser escritor; la impronta indeleble de “Madre” que en 1920 escribe desde Segovia, a un Borges ya mayor de edad, y firma con un “Sea bueno, oye?”; la ambición de refundar su ciudad, recién llegado de Europa en los años 20, como Joyce hizo con Dublín. La postal –de Buenos Aires, ciudad en la que ambos viven– es también el medio elegido por Borges para enviar frases enamoradas a Estela Canto, una joven autora a la que escribe al reverso de la Casa Rosada o el Puente Nicolás Avellaneda: “Te pido un signo de que aún existo para ti.” Conocedor profundo de autor y obra, Helft documenta el detrás de escena y los hallazgos que convirtieron a Borges en un creador genial. No se pierda las “Notas” de cada capítulo, entrelíneas imprescindibles.
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