jueves, 23 de enero de 2014

Un sombrero, un libro y un nuevo paseo por la arena


De la novela “Los que aman, odian” , escrita por Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares en 1946.

Furtivamente avancé por oscuros pasadizos. Quería evitar un posible diálogo con los dueños del hotel –lejanos parientes míos- que hubiera demorado mi encuentro con el mar. La suerte, favorable, me permitió salir sin ser visto e iniciar mi paseo por la arena.
Éste fue una dura peregrinación. La vida en la ciudad nos debilita y nos enerva de tal modo que, en el shock del primer momento, los sencillos placeres del campo nos abruman como torturas. La naturaleza no tardó en persuadirme de lo inadecuada que era mi indumentaria. Con una mano yo me hundía el sombrero en la cabeza para que no me lo arrebatara el viento, y con la otra hundía en la arena el bastón, buscando inútilmente el apoyo de unos tablones que afloraban de trecho en trecho, jalonando el camino. Los zapatones, rellenos de arena, eran otras tantas rémoras en mi marcha.
Finalmente entré en una zona de arena más firme. A unos ochenta metros, hacia la derecha, un velero gris yacía volcado en la playa; vi que una escalera de cuerdas pendía de la cubierta y me dije que en uno de mis próximos paseos la escalaría y visitaría el barco. Ya cerca del mar, junto a un grupo de tamariscos, tremolaban dos sombrillas anaranjadas. Contra un fondo de resplandores inverosímiles, hecho de mar y cielo surgieron, nítidas como a través de un lente, las figuras de dos muchachas en traje de baño y de un hombre de azul con gorra de capitán y pantalones remangados.
No había otro sitio donde resguardarse del viento. Decidí acercarme, por detrás de las sombrillas, a los tamariscos.
Me saqué los zapatones, las medias y me arrojé en la arena. La sensación de placer fue perfecta. Casi perfecta: la moderaba la previsión inevitable del regreso al hotel. Para evitar cualquier intromisión de los vecinos –además de los mencionados había un hombre oculto por una sombrilla- apelé a mi Petronio y fingí engolfarme en la lectura. Pero mi única lectura en esos momentos de irremisible abandono fue, como la de los augures, el blanco vuelo de unas gaviotas contra el cielo plomizo
http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/ficcion/sombrero-libro-nuevo-paseo-arena_0_1070893272.html

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