2011. María Elena Walsh. Su muerte produjo una tristeza que sólo el valor inalterable de su legado puede compensar.
Por gabriela mass uh
Con María Elena Walsh pasa lo mismo que con Kafka o Borges. En
el momento puntual de escribir sobre alguno de ellos se tiene la
sensación de que ya todo fue dicho. Al mismo tiempo y paradójicamente,
son autores cuya presencia está tan incorporada en lo que somos, que no
nos podemos pensar sin ellos. Les debemos una lengua, una forma de ver
el mundo, una determinada reverberación de las palabras. Por eso y
porque fui su amiga es que me cuesta escribir sobre María Elena.
La conocí a comienzos de la década del ochenta. Yo había vuelto de Alemania sin saber de qué podía servirme un doctorado cuando en realidad no tenía la menor intención de volver a enseñar en la universidad. Había vuelto sin tener a donde volver, por el afán de escaparle a la nostalgia y a esa sensación de intemperie que genera el vivir afuera. Me pegué a María Elena como un náufrago que encuentra por fin el bote que lo llevará a buen puerto. La visitaba en su casa, íbamos al cine y una mañana fuimos a Ramos Mejía porque María Elena estaba convencida de que sólo allí encontraríamos una gata de alcurnia, que según ella era lo que yo absolutamente necesitaba “para salir de la neura, nena”.
Los paseos duraron poco. Un dolor punzante, que desde hacía tiempo sentía en el muslo y los médicos no podían diagnosticar, estalló en la conmoción de un cáncer que al principio se perfiló como definitivo. Allí empezó una increíble peregrinación por consultorios, internaciones, tratamientos e intervenciones a los que María Elena hacía frente en una guerra sin tregua contra la insensibilidad de algunos médicos de quienes acumulaba frases desopilantes que llamaba “bocadillos”. El toque más grotesco vino de una eminencia. Queriendo consolarla le había dicho “quien tiene brazos, camina”.
Seguimos viéndonos a diario; el departamento de María Elena estaba inundado de música y literatura. Era la casa donde llegar, el desván donde compartir deslumbramientos: por la duquesa de Guermantes, los versos de Cernuda, los pizzicatos de Brahms, o la sabiduría de la “mamá grande”, como solía referirse a Doris Lessing, a quien leía sin parar. No sé a quién se le ocurrió sistematizar aquellos encuentros, darles un carácter de legado y empezar por el principio. Grabé meses de conversación, la transcribí en grandes hojas tamaño oficio… y allí quedaron nuestras charlas durmiendo el sueño de los justos.
Hace unos días hice de tripas corazón y me animé a releerla. No recordaba que María Elena hubiera revisado ese texto interminable; sus comentarios al margen obedecían, tal vez, a la mutua intención de publicarlo. Que no lo hayamos hecho tiene mucho de claudicación. Tal vez porque era un pretexto para hablar de bueyes perdidos y mitigar el espanto. O tal vez por otro motivo: leyendo hoy aquellas charlas puedo entender, no justificar, por qué quedaron arrumbadas en una caja. Porque cualquier propósito de dar cuenta de lo que fue María Elena Walsh como artista, como personaje público, como amiga, jamás va a estar a la altura de la irradiación de uno solo de sus poemas, de una sola de sus canciones, de su ácida crítica y su infinita y tenaz manera de seguir estando viva
.http://www.revistaenie.clarin.com/Maria-Elena-Walsh-Tenazmente-viva-poemas-canciones_0_1001299997.html
La conocí a comienzos de la década del ochenta. Yo había vuelto de Alemania sin saber de qué podía servirme un doctorado cuando en realidad no tenía la menor intención de volver a enseñar en la universidad. Había vuelto sin tener a donde volver, por el afán de escaparle a la nostalgia y a esa sensación de intemperie que genera el vivir afuera. Me pegué a María Elena como un náufrago que encuentra por fin el bote que lo llevará a buen puerto. La visitaba en su casa, íbamos al cine y una mañana fuimos a Ramos Mejía porque María Elena estaba convencida de que sólo allí encontraríamos una gata de alcurnia, que según ella era lo que yo absolutamente necesitaba “para salir de la neura, nena”.
Los paseos duraron poco. Un dolor punzante, que desde hacía tiempo sentía en el muslo y los médicos no podían diagnosticar, estalló en la conmoción de un cáncer que al principio se perfiló como definitivo. Allí empezó una increíble peregrinación por consultorios, internaciones, tratamientos e intervenciones a los que María Elena hacía frente en una guerra sin tregua contra la insensibilidad de algunos médicos de quienes acumulaba frases desopilantes que llamaba “bocadillos”. El toque más grotesco vino de una eminencia. Queriendo consolarla le había dicho “quien tiene brazos, camina”.
Seguimos viéndonos a diario; el departamento de María Elena estaba inundado de música y literatura. Era la casa donde llegar, el desván donde compartir deslumbramientos: por la duquesa de Guermantes, los versos de Cernuda, los pizzicatos de Brahms, o la sabiduría de la “mamá grande”, como solía referirse a Doris Lessing, a quien leía sin parar. No sé a quién se le ocurrió sistematizar aquellos encuentros, darles un carácter de legado y empezar por el principio. Grabé meses de conversación, la transcribí en grandes hojas tamaño oficio… y allí quedaron nuestras charlas durmiendo el sueño de los justos.
Hace unos días hice de tripas corazón y me animé a releerla. No recordaba que María Elena hubiera revisado ese texto interminable; sus comentarios al margen obedecían, tal vez, a la mutua intención de publicarlo. Que no lo hayamos hecho tiene mucho de claudicación. Tal vez porque era un pretexto para hablar de bueyes perdidos y mitigar el espanto. O tal vez por otro motivo: leyendo hoy aquellas charlas puedo entender, no justificar, por qué quedaron arrumbadas en una caja. Porque cualquier propósito de dar cuenta de lo que fue María Elena Walsh como artista, como personaje público, como amiga, jamás va a estar a la altura de la irradiación de uno solo de sus poemas, de una sola de sus canciones, de su ácida crítica y su infinita y tenaz manera de seguir estando viva
.http://www.revistaenie.clarin.com/Maria-Elena-Walsh-Tenazmente-viva-poemas-canciones_0_1001299997.html
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