No sabemos si Anne es una de esas personas que sólo visitan museos cuando viajan, preferentemente fuera de su país (Canadá, en este caso). La película de Jem Cohen no nos da esa información sobre uno de sus personajes principales. Pero Anne ha llegado a Viena desde Montreal, donde vive, para acompañar a una prima, internada y en coma, a la que no veía desde hacía tiempo. Sus prolongadas recorridas por las salas del Kunsthistorisches Museum vienés parecen saciar más la necesidad de un poco de evasión y consuelo que la voracidad del viajero banal. Entre pinturas y esculturas, Anne conoce a Johann, guardián del museo y narrador del film. Ese encuentro deriva en una amistad hecha de palabras, de imágenes, de observaciones.
Museum Hours puede verse en Malba los viernes y domingos de enero. ¿Es un film sobre la amistad, sobre el sentido del arte, sobre la finalidad de los museos? Sí y no. Aborda esos temas pero los trasciende. La experiencia estética se muestra enmarcada (valga la metáfora) en una experiencia vital más abarcadora. El director no se sirve de imágenes refinadas para estetizar situaciones más o menos cotidianas o inevitables, como la enfermedad, el dolor, la soledad, la extrañeza ante un lugar desconocido. Presenta personajes que actúan (o contemplan, según el caso) movidos por un espíritu en el que la emoción que produce la belleza, el esfuerzo por comprender y la serenidad necesaria para que los detalles se desplieguen ante el ojo o la mente han hecho su trabajo.
"Este film está dedicado a mis padres, que me llevaron a los museos", afirma Cohen en la dedicatoria que cierra la obra. Quizá porque está habituado a frecuentar los museos desde niño, en su film Cohen no juzga ni condena. Johan, el guardián de sala que tiene sus cuadros preferidos (todos los que allí hay de Brueghel), no se cansa de mirar con fruición las obras que debe custodiar pero también siente curiosidad por el público. Su voz, que narra en off las reflexiones que le suscitan los cuadros y los visitantes con quienes, eventualmente, intercambia puntos de vista, es la voz del museo mismo, de esas paredes que acogen amorosamente y no reprochan nada: ni la indiferencia del turista apurado por salir a coleccionar la siguiente postal de sus vacaciones, ni la hostilidad del estudiante universitario que lo desprecia por vetusta institución del "capitalismo tardío", ni la sorna boba y nerviosa de los adolescentes que compiten entre ellos por ver quién logra demostrar mayor aburrimiento. A todos por igual, Johan y el Kunsthistorisches los ven llegar y los ven partir. Saben que muchos volverán, o irán a otros museos como si volvieran; a buscar lo que allí intuyeron por primera vez, de manera imprecisa. Hay que saber darles tiempo..http://www.lanacion.com.ar/1654288-cuando-un-museo-habla
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