POR IVANA COSTA
En el balance de 2013 habría que sumar la nueva edición crítica y traducción anotada del Alcibíades de Platón, que dio a conocer el chileno Oscar Velásquez, en Ediciones Tácitas. Se trata delAlcibíades primero o Sobre la naturaleza del hombre, que aún en el siglo VI dC., se usaba como introducción a la filosofía platónica, porque se suponía que era el texto que mejor condensaba las principales preocupaciones del ateniense, y que hoy tiene un raro sentido actual. En las primeras líneas del diálogo, Sócrates declara seguir siendo un enamorado de Alcibíades aun cuando todos sus otros amantes “han desistido”, quizá por la arrogancia del joven, ahijado de Pericles. Sócrates se interesa por cómo podrá Alcibíades asumir el cuidado de los asuntos públicos y cuáles son sus competencias en lo que hace a “los más importantes”: al discernimiento entre lo justo y lo injusto. La cultura aristocrática de Alcibíades –experto en música, retórica y lucha– no tiene la especificidad que exige lo político. Alabado desde niño, Alcibíades debe reconocer que es ignorante, en el sentido más penoso (porque están quienes no saben y se dan cuenta de eso, y otros que creen saber lo que en realidad no saben). Al final, el joven termina admitiéndolo: “De aquí en más –dice Alcibíades– empezaré a ocuparme de la justicia”. Y Sócrates le contesta: “Yo también desearía que perseveraras, pero me da temor, no por desconfiar de tu naturaleza, sino al ver la fuerza (róme) de la polis, no sea que nos domine a ti y a mí”. En estas palabras, la crítica siempre ha percibido la intención platónica de mostrar, en la ficción, a un Sócrates que anticipa su destino funesto y el de su favorito. Como se sabe, Alcibíades fue un político tan talentoso como falto de escrúpulos: profanó las estatuas de Hermes, instigó el ataque a Siracusa que precipitó el final de la guerra del Peloponeso y la caída de Atenas, no dudó en aliarse a los enemigos y hostigar desde allí a su patria, y sin embargo volvió del exilio aclamado por una multitud que fue a recibirlo al puerto. Sócrates fue juzgado por impiedad y corrupción de la juventud, y ejecutado. La crítica ha creído que la “fuerza” a la que alude el Alcibíades es la del sistema político democrático, cuyas fallas intrínsecas Platón juzgó con dureza, pues permite que una mayoría no siempre racional aparte de sus tareas a quien investiga, encarcele a quien hace preguntas incómodas o ejecute a quien “no cree en los dioses que venera la polis”. Pero la palabra róme también se usaba en griego antiguo para aludir a las Fuerzas Armadas. Quizás Sócrates, tan enamorado como estaba de esa joven promesa de la política ateniense, nos estaba arrojando una duda más acuciante. Mientras todos en Atenas piensan que la cosa es entre los ‘Sócrates’ y los ‘Alcibíades’, otras fuerzas avanzan –con ayuda de la juventud maravillosa– hasta dominar a unos y otros.
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