miércoles, 1 de enero de 2014

Para 2014: tuitear menos y leer más


Embelesados por la oportunidad de la expresión instantánea y el público inmediato, publicamos en redes sociales ideas informes, humor precipitado o reacciones malhumoradas antes de que siquiera podamos contar hasta tres.

Mi madre siempre era pródiga con los consejos, algunos originales —apenas si fue la primera en advertir contra las franjas horizontales para cualquiera más grueso que Barbie—, pero muchos intachables. Conforme 2013 se acercaba al final y pensaba en la agitación extrema y el humor incisivo de gran parte del discurso, recuerdo una de sus advertencias en particular. "Cuenta hasta 10 antes de hablar", decía a menudo, y quería decir no solo que ya no se puede retirar lo dicho. Quería decir que las pausas son los espacios en los que se enfrían las pasiones, la civilidad recibe oxígeno y es bastante posible que la sabiduría encuentre sus alas. Quería decir que, con frecuencia, desacelerar las cosas las hace superiores.

¿Qué habría pensado de los medios sociales que nacieron mucho después de que muriera? ¿Del mundo en el que muchos, embelesados por la oportunidad de la expresión instantánea y el público inmediato, publicamos ideas informes, humor precipitado o reacciones malhumoradas antes de que siquiera podamos contar hasta tres? A veces parece que la contemplación cedió a la expectoración, la velocidad sobrepasó a la sensatez y los matices abandonaron la ecuación. Y hablo de más que la cuenta en aumento de reputaciones perdidas y carreras arruinadas con 140 caracteres o menos; de crisis nerviosas, como la de una prominente publicista neoyorquina que hace poco tuiteó lo que parecía un chiste sobre no tener que preocuparse por el sida en Africa porque ella es blanca. Hablo de metabolismo renovado y modales más embravecidos.

Recientemente, se ha puesto algo de atención académica a la etiqueta en línea, donde muchos de nosotros pasamos cada vez más tiempo. Se nota correctamente cuánta rudeza llega hasta los tableros de mensajes y a los hilos en Facebook, cuán rápidamente se vuelven desagradables los intercambios en la red. Eso sucede, en parte, porque son intercambios impersonales: no tenemos que encarar a cualquiera al que estemos atacando. Sin embargo, también es porque son impulsivos. El timbre concuerda con el tempo. Ambos son ásperos.

En cambio, este año se habló de los beneficios de una actividad, en cierto sentido, antítesis del envío de mensajes y tuits con su ritmo rat-tat-ta-. Se trata de la lectura de novelas. Según algunos investigadores, la gente que se decide por ella es más enfática —está más sintonizada con lo que piensan y opinan quienes están a su alrededor— que la gente que no lee.

Me convence, y no desde un punto de vista del esnobismo cultural ni porque sea un ludita. Confíen en mí, veo cantidades inexcusables de televisión, gran parte, orgullosamente populachera. Consumo la mayoría de los periódicos y revistas en línea y casi todos los libros en iPad, y dependo, agradecidamente, del correo electrónico y de la mensajería instantánea para conservar amistades que podrían haberse quedado a mitad de camino.

Sin embargo, apuesto en grande a la verdadera lectura, a novelas y no ficción, como para dar pie a la empatía y muchísimo más: la serenidad, quizá hasta imparcialidad, y deliberación, definitivamente. No sólo saca de uno mismo, haciendo que uno considere otros puntos de vista sin permitir las propias interrupciones incesantes, ni las exaltaciones. Afloja el paso. Obliga a una pausa.

La semana pasada, me entretuve con un libro excelente: "The Righteous Mind: Why Good People are Divided by Politics and Religion", por el psicólogo social Jonathan Haidt. Publicado en 2012, sondea la relación entre emoción y razón. Una de sus observaciones, relevante a una época en la que los partidarios marcan su territorio y fortifican sus opiniones al inicio en lugar de al final de la discusión, es que es más factible que la gente se conmueva con información que desafíe sus prejuicios si no puede contestar de inmediato y tiene tiempo para pensarlo bien. ¿Hay suficiente de ese tiempo hoy día? En medio de las tendencias en Twitter y lo que se hace viral rápidamente en todo el ciberespacio, ¿hay una prima adecuada sobre ello?      

En 2014 y más allá, uno de nuestros desafíos será explotar las grandes ventajas de los medios sociales —como pregoneros, plaza pública, conectores— mientras esquivamos los inconvenientes, principal entre los cuales está el alentar, y recompensar, los pronunciamientos apresurados, con demasiada frecuencia, desmedidos.

En los medios sociales, en muchos blogs y otros senderos en internet, la persona con la que no se está de acuerdo, no sólo está mal informada sino que es estúpida, corrupta, mala. Las quejas se vuelven broncas. Las broncas se vuelven diatribas. Y esta tendencia viaja a los noticieros por cable, a los congresos, federal y estatales, donde los combatientes gritan primero y luego formulan preguntas. 

Durante más de dos décadas, ha habido una celebración por la comida lenta. En los últimos años, hemos demostrado ser receptivos a la televisión lenta. Lo que realmente necesitamos es un debate lento. Cambiaría los altibajos azucarados de la furia trepidante por una dieta más equilibrada. Seríamos más saludables. Y, probablemente, también más felices. 

Fuente: New York Times 

No hay comentarios:

Publicar un comentario